El presidente de Colombia Juan Manuel
Santos se ha comprometido a llevar la paz a sus conciudadanos a como dé lugar,
un esfuerzo loable digno de admiración que choca frontalmente con quienes
critican su voluntad de buscar para el país la concordia y la
reconciliación con un grupo de facinerosos que por décadas ha asesinado y
obligado a millones de colombianos a dejar hogares y tierra.
Santos, solo anhela que sus compatriotas entiendan que el
crimen si paga, que no importa la vesania y la crueldad de un sujeto que
probablemente solo jugaba con explosivos cuando situaba minas anti personas en
la proximidad de escuelas y caminos vecinales, o de otros con similar vocación
de justicia social, que solían colocar explosivos en los cuellos de las
personas o detonando oleoductos causando muerte, millones de pesos en deuda y
destruyendo el medio ambiente.
El mandatario le pide al pueblo
comprensión, que acepte a individuos que volaban automóviles, atacaban
autobuses o simplemente lanzaban cilindros de gas cargados de metralla para
devastar los campamentos militares, también, poblaciones donde solo
residían civiles.
También pide generosidad para
quienes decidieron financiar su guerra privada disfrazada de revolución
social, secuestrando y envileciendo a soldados y civiles al
recluirlos en campos de concentración en plena selva, o traficando con
narcóticos para destruir la juventud nacional y de países extranjeros.
Santos tiene más de misionero que de
político. Su magnanimidad está aparentemente dispuesta a obviar que la narco
guerrilla secuestró a menores de edad y los obligó a servir como carne de
cañón en los enfrentamientos con el ejército, y que convirtieron a
numerosas jovencitas en esclavas sexuales de los cabecillas, obligándolas
a abortar cuando salían embarazadas sin que importaran los sentimientos de las
vasallas.
El mandatario es un defensor a
ultranza de la justicia. Está a favor que los pacifistas que recurrieron a la
violencia extrema no vayan a prisión porque todavía sufren el síndrome de
los torturadores y asesinos que se identifican con sus víctimas, un
padecimiento que agobió siempre la existencia de Laurentis Beria
y Heinrich Himmler.
El presidente también
comprende que las FARC y el ELN tienen el derecho a disfrutar de las
riquezas acumuladas con el tráfico de estupefacientes y las expoliadas a sus
legítimos dueños, durante años y años de robos y extorsión. Santos, confía en
la buena voluntad de quienes anhelan la paz después que su capacidad de hacer
la guerra fue prácticamente destruida por el gobierno del presidente Álvaro Uribe.
Santos quiere para las FARC los territorios
que no conquistaron en la guerra. Cierto que habrá observadores
internacionales, entre ellos cubanos que trabajan para el régimen que auspició
a la narcoguerrilla por décadas y le ha servido de santuario siempre.
Otro aspecto importante de la
paz, es la eventual participación de los narco guerrilleros en la
política, esa es una concesión más que necesaria, por eso muchos se preguntan
si en las próximas campañas electorales para el congreso o la presidencia
en los pasquines el jefe de las FARC se presentará con el alias
"Timochenko" o Rodrigo Londoño Echeverri, o si portara un
Ak47 o un cinturón con explosivos.
Hay quienes discuten cuando se levantará una estatua de tamaño natural a
la memoria de los justicieros Manuel Marulanda, "Tirofijo" y la de Luis Édgar Devia Silva, alias "Raúl Reyes", dos
hombres de paz que perdieron la vida luchando por una justicia y distribución
de las riquezas "a su manera".
Que tiene de inmoral que se convierta un
terrorista, un asesino en serie o un narcotraficante en legislador, juez de la
corte suprema de justicia o presidente, eso no tiene importancia cuando de la
paz se trata, es comprensible que para algunos sea difícil entender este
esfuerzo, pero es que en Colombia sin la paz de Santos, no es
posible vivir en el paraíso.
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