Una
leyenda cubana 1800 en lo adelante:
A cargo de René León
Se fuga de una señorial casa de la ciudad
de Trinidad la esclava negra María
Aguilar. Se refugia en una cueva del alto paredón de la costa de Casilda.
Recibe ayuda de otros esclavos para mantenimiento. Con el transcurrir de los
años y ya libre la Isla del yugo español, el nombre y apellido de la ya
desaparecida fugitiva quedó como patronímico popular del bello emplazamiento.
El barco “Salvador”, en dos ocasiones
trajo expedicionarios para la liberación de Cuba. La segunda expedición vino al mando de Fernando López de Queralta. De estructura de hierro y con ruedas de paletas
a los costados, abandonado después del desembarco, quedó al garete, encallando
en un bajo. Como obstruía el libre desplazamiento de embarcaciones y varias, en
la noche chocaron con el casco, fue remolcado y fondeado fuera del canal de
entrada del puerto de Casilda. Fue dejado como una atracción de mito y leyenda
para asombro de los visitantes nacionales y extranjeros. La acción del agua
salobre fue comiendo con lentitud, pero inexorable, la armadura de hierro. Los
sobresalientes herrajes eran utilizados por las Corúas, como dormitorio.
1900 en
lo adelante:
La prensa y la radio emitían constantes comunicados del ciclón que tocaría tierra en contadas horas presentando un real peligro para el puerto de Casilda y el de Cienfuegos, situados en la costa Sur de la provincia de La Villas.
La prensa y la radio emitían constantes comunicados del ciclón que tocaría tierra en contadas horas presentando un real peligro para el puerto de Casilda y el de Cienfuegos, situados en la costa Sur de la provincia de La Villas.
Dos horas más tarde la radio informaba que el
vórtice de la fuerte tormenta tropical pasaría por el mismo centro de Casilda.
Se recomendaba la evacuación inmediata de los residentes del pueblo.
–Casilda está expuesta a desaparecer–,
comentó en la prensa el Padre Goberna.
Como
en casos similares, –el ciclón que arrasó a Santa Cruz del Sur, en la provincia
de Camagüey, en 1933–, los vecinos de Casilda hicieron poco o ningún caso en la
advertencia emitida por el Observatorio de la Marina de Guerra, ubicado en el
ultramarino pueblo de Regla, en La Habana. Contados poblanos por miedo o
precaución, comenzaron a desplazarse hacia la ciudad de Trinidad, asentada en
un lugar más alto y menos peligroso que Casilda, situada a 10 minutos del
puerto, 4 kilómetros o 1 legua de distancia.
El tren, con la caldera encendida, y el humo
negro de su chimenea por el fuerte viento se precipitaba hacia adelante o se
arrastraba entre las paralelas o hacía giros en todas direcciones, permanecía
en constante vigilia en la estación del ferrocarril de Casilda.
Cuando el ciclón ya convertido en furioso
huracán comenzó sus primeras arremetidas sobre el puerto, acompañado de copiosa
lluvia, vientos enloquecidos que levantaban grandes olas, los ya temerosos
habitantes comenzaron a tropel a tomar el tren, autos, camiones, caballos, y
muchos a pie, sobre las doce de la noche, con rumbo hacia Trinidad.
La máquina resoplaba, avanzaba lentamente, se
detenía para que los hombres limpiaran la vía de árboles caídos sobre los
rieles. Los autos y camiones quedaron atrapados entre los grandes Álamos, todos
venidos a tierra, por los violentos puñetazos del gigantesco elemento del mar
de las Antillas. Los caballos aterrorizados, se negaban a caminar. Fueron
abandonados. Y sus amos se sumaron a los temblorosos caminantes, encorvados por
las ráfagas, la lluvia, y la intensa obscuridad y los obstáculos. La negra
noche sólo era penetrada por el súbito golpe de la luz de los relámpagos.
Los pasajeros masculinos del tren que tenían
que hacer por minutos cadenas humanas para rescatar a sus coterráneos de a pie,
para ayudarlos a subir el terraplén.
El agua del mar y la torrencial lluvia
comenzaron a posesionarse de las calles y casas. Por la calle Valdespino, en el
barrio El Perché, lugar donde se hallaba instalada la Oficina de Correos y
Telégrafos, dos solitarios y audaces pescadores, atemorizados y tiritando, en
su lento avance vigilaban varias sombras larguísimas, vociferaba el más viejo.
–…parecen enormes serpientes negras. Tenemos
que escapar de Ellas–, vociferaba el más viejo.
A la luz deslumbradora que por segundos
emitió un relámpago, se dieron cuenta que se trataba de los delgados y
altísimos pinos sembrados a la entrada de las casas de ese barrio, que doblados
por la fuerza del viento se doblaban y arrastraban por la tierra.
El agua llegaba a un metro de altura, Hasta
la Plazoleta llegaba el agua. La lluvia tenía ya un gusto salobre.
El tren que había partido con su última carga
humana a las 12 de la noche de Casilda, llegó
las 6 de la mañana a Trinidad. Un viaje regular de sólo 10 minutos, se
hizo casi eterno.
Cuando a las 10 de la mañana, las nubes
corrían desbocadas y revueltas casi al alcance de la mano, se hizo un poco de
claridad, los vecinos que no abandonaron el lugar se dieron cuenta de la
magnitud de la tormenta que les azotó.
Todos los enormes Álamos que adornaban ambas
orillas de la carretera que conducía a Trinidad, fueron desarraigados y
obstruían la comunicación entre el puerto y la ciudad. Las cañerías del agua
potable, rotas. Los pocos postes con el tendido eléctrico, partido por la base.
Toda la arboleda se hallaba mustia. Casi seca. Como si un aire muy caliente las
hubiese escaldado. Las casas humildes, hecha de madera y ya viejas,
derrumbadas. La ropa, como los muebles, inservibles.
Los que regresaban a pie de Trinidad
siguiendo el terraplén de la línea férrea y los que se quedaron en el puerto,
de inmediato fueron a examinar los daños causados en los muebles y
embarcaciones. De las embarcaciones algunas tenían daño, otras estaban
hundidas.
Si para el montero el caballo es su orgullo;
si para el cazador su equipo y perro es causa de envidia; para el humilde
pescador su embarcación, bote o chalana, es su verdadera alma; donde ellos
encuentran tristezas, esperanzas y alegrías.
Cuando tres días después pudieron registrar
los manglares se toparon que las boyas de Bajo del Medio y algunas patanas de
gruesos maderos y de hierro se encontraban en la Boca de la Marea y en la
laguna de Díaz Méndez, que por corrupción del lenguaje era conocida como Diezmones.
La goleta Restauración y La Marmuta la
encontraron varada en la Boca de la Marea.
No hubo muertos. Si golpeados por las tejas y
las planchas de cinc en la cabeza, brazos y piernas. Y un escarmiento terrible,
en un futuro, para cuando se diera la voz de evacuación.
Después, el ingente trabajo, a base de
troncos de árboles utilizados como rodillos para poner debajo de la quilla de
los barcos y patanas; el empuje de las embarcaciones con palos gruesos a modo
de palancas, el desbroce de la ruta a seguir para salvar las naves de su
posible pudrición. Cabos, fango, rudimentarias cabrias, sudor, resoplidos,
músculos tensos, torsos desnudos, picadas de mosquitos y jejenes, harina de
maíz, un pedazo de pan y un poco de carne; después, el clamoroso triunfo
colectivo y el gozo personal de haber arrancado otra patana; goleta, barcos de
pesca, de su prisión.
En la carretera, los campesinos con ayuda de
incontables yuntas de bueyes, limpiaban el camino de los grandes álamos y de
otros árboles que entorpecían la comunicación con Trinidad y Casilda, o
viceversa.
Cuando de la ciudad de La Habana pudieron
conocer que el puerto de Casilda, seguía en pie y con vida sus residentes, no
daban crédito a las noticias traídas por los viajeros que arribaban a la ciudad
de Trinidad y Sancti Spíritus.
El Padre Governa,
era el más interesado en conocer sobre el terreno el hecho inaudito o el gran
milagro. De inmediato se dio cuenta que el hecho sobrenatural se debía a una
causa terrenal y topográfica: la gran barra estrecha, larga de inmejorable
arena que protegía como barrera natural al puerto y sus habitantes, y que como
magnífica playa era nacionalmente
conocida como La Playa del Ancón, y después, por el macizo montañoso de El
Escambray que se alzaba de la histórica ciudad de Trinidad, perteneciente a la
gran cordillera de Guamuhaya, había desviado la mayor fuerzas del huracán hacia
la ciudad y puerto de Cienfuegos, colindante a más de 70 millas, por la costa
sur, de Casilda.
El huracán del año 1935, no tuvo suficiente
fuerza para hacer desaparecer a Casilda, pero el meteoro comunista de 1959, ha
hecho temblar sus cimientos.
Quizás el futuro le devuelva su alegría, su
sincera hospitalidad y la libertad.
El Perche: jocosidad poblana con el significado de:
Donde se acuestan dos y amanecen tres”.
MUy buena esta historia de ese huracan. Todas estas historias del senor Leon son muy interesantes y hablan se puede decir sobre nuestra Cuba del Ayer.Yo pase ese huracan en Casilda y fue terrible. Gracias Rene por estoy tristes que me has traidos ya en mi vejez. Gracias.
ResponderEliminarManuel Gonzalez (veguita)