Por Pedro Corzo.
América ha padecido numerosos
dictadores. La mayoría fueron brutales y viles con sus pueblos, no obstante,
muy pocos pretendieron extender su poder más allá de las fronteras de sus
países, entre esas excepciones esta Fidel Castro, que mientras destruía a Cuba,
intentó ensanchar su dominio a otras tierras causando también devastación
y muerte.
Fidel siempre tuvo una visión mesiánica
de sí mismo. Se creyó el salvador de Cuba, después conjeturó serlo de América y
por ultimo pensó que el mundo precisaba de sus servicios para progresar y ser
feliz, pero como nunca fue tonto, concluyó que necesitaba un aliado, un país
poderoso al cual servir, a la vez que se hacía de su propia tajada.
Miró el mapamundi y vio pocas opciones.
Estados Unidos no podía ser porque era el enemigo ideal para cualquier faraón
disfrazado de nacionalista. La Alemania nazi había sido eliminada 15 años
atrás, la única opción viable era Moscú, en consecuencia se declaró vasallo del
Kremlin, y le propuso convertirse en procónsul en la desestabilización del
continente, un objetivo que ambos compartían.
El régimen insular se convirtió en un
gran receptor de armas y pertrechos bélicos, de todo tipo, provenientes de los
países del bloque soviético. Funcionarios y militares cubanos viajaron a la
URSS y países satélites, para recibir preparación en diferentes disciplinas. El
bloque soviético se convirtió en escuela y taller de espías, agentes
represores, militares y funcionarios de la administración pública.
El Kremlin, que desde los primeros meses
de la Revolución envió a Cuba a decenas de agentes de origen español, remitió a
la isla contingentes de instructores rusos en diferentes armas y de técnicos
soviéticos en numerosas materias. En pocos meses los puertos cubanos recibían a
decenas de buques procedentes del bloque comunista y ciudadanos de esos países
se movían por todo el país, en particular en las esferas oficiales, con plena
libertad y autoridad.
Pero esta preparación, en particular la
militar y de inteligencia, era trasmitida a los que en el continente estaban
dispuestos a convertirse en vectores de la Revolución Cubana. Por supuesto que
la colaboración no se limitaba al traspaso de conocimiento porque las armas que
formaban parte del arsenal del ejército de la República eran entregadas a los
subversivos del continente, y sustituidas por las que llegaban de Europa del
este.
Según se fue consolidando el régimen en
el plano interno, Castro, incursionaba más en la política mundial, haciéndolo
con extrema habilidad porque a pesar de que era un fiel servidor de la Unión
soviética, supo establecer mandos tácticos que le permitieron hacerse de una
propia clientela política.
La Habana, por su condición de aliado
del Kremlin y atendiendo al escudo atómico que éste le ofrecía, decidió asumir
un papel activo en la disputa este-oeste facilitando el territorio insular para
la construcción de bases con capacidad de ataque nuclear contra Estados Unidos.
Como provocador de oficio, sentó las
bases para la crisis nuclear más peligrosa que se haya conocido. El trance lo
elevó a instancias públicas sólo reservadas a los máximos dirigentes de las
grandes potencias.
En Cuba, se decía con frecuencia que
había individuos con un ansia de protagonismo tan extremo que tenían deseos de
morirse para despedir su propio duelo y el dictador cubano, en su megalomanía,
situó a Cuba en el vértice de una crisis a sabiendas de que sería el primer
objetivo a destruir si se desataban los demonios de la guerra.
La megalomanía de Fidel Castro, su
ambición de poder y su aspiración de ejercerlo a perpetuidad puso a
prueba la estrategia de la Mutua Destrucción Asegurada. Si Fausto transó con el
diablo, Fidel negoció con el dueño de las calderas, Nikita Jrushchov, para
poder ser el amo del infierno.
El dictador cubano escribió al
Jrushchov, “Si la segunda variante tiene lugar y los imperialistas invaden Cuba
con el objetivo de ocuparla, los peligros de su agresiva política son tan
grandes después de esa invasión que la Unión Soviética no debe permitir
circunstancias en las que los imperialistas puedan llevar a cabo un primer
ataque nuclear contra nosotros”, el ruso se percató de que no estaba negociando
con un político sino con un demente capaz de destruir
el mundo por lograr su objetivo.
La "Crisis de los Misiles",
fue resuelta, porque tanto Washington como Moscú se convencieron del peligro
que estaban enfrentando, sin embargo Fidel Castro se opuso a toda solución y
demandó abiertamente a la URSS que no retirara los cohetes y que los usara
contra Estados Unidos en caso de que Cuba fuese invadida, pero su reclamo fue
ignorado, lo que lo dejó en la posición que le correspondía, el de lacayo de un
imperio que sabía usar a sus aliados.
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