"..Cuba una sociedad sin derechos individuales y en que los ciudadanos se transformarian en una masa coloidal..."
Las dictaduras recurren a diferentes tipos de
sicarios para imponer su voluntad. Los hay de pistola al cinto, siempre listo
para masacrar a los sospechosos de traición, como es Ramiro
Valdés, el modelo ideal en el caso cubano, pero hay otros menos conocidos,
los sicarios de las letras y la burocracia, representados en Cuba por Alfredo
Guevara y Armando Hart, sujetos siempre prestos para condenar a los herejes que
incumplieran en el más mínimo detalle los postulado del castrolicismo.
Hart, con la asistencia de otros
intelectuales, fue uno de los custodios principales del dogma castrista
de la conservación de la poder, a la vez que sirvió como uno de los operativos
principales en el establecimiento de los fundamentos sobre los cuales se
crearía en Cuba una sociedad sin derechos individuales y en la que los
ciudadanos se trasformarían en una masa coloidal lista para asumir la conducta
que dispusiera la nomenclatura y en la que la doble moral eliminaría la
dignidad humana.
Por su condición de ministro de Educación,
Cultura y miembro del Buró Político del Partido, prestó invaluables servicios
al sistema, sin embargo, al igual que el resto de sus pares recibió poca
atención porque las víctimas de las dictaduras y quienes las observan
para incriminarlas, tienden a enfocar particularmente las denuncias en
los hechos de violencia, como si los esbirros de ese ramo fueran los
únicos culpables de las atrocidades en las que incurren ese tipo de
régimen.
Las entidades y personas que propician
procesos legales contra las dictaduras y sus victimarios pocas veces
reparan en que el entramado sobre el que éstas se sostienen y actúan, está
compuesto por diferentes segmentos que funcionan acopladamente para concretar
el interés de los involucrados de mantener el control, sin aceptar
que sus desempeños repercuten en la violación de los derechos de
otros ciudadanos.
Hart ejemplifica a los intelectuales que
sirven a las dictaduras. No fue un intelectual seducido por el castrismo, un
individuo que por desconocer el conjunto de los acontecimientos, se rindió al
régimen ciegamente. Él conoció a fondo todo el entramado del sistema.
Participó directamente en la toma de decisiones, fue un funcionario a
tiempo completo que dirigió el equipo que instrumentó las bases doctrinales
y practicas sobre las cuales se educaría a la niñez y la juventud cubana, a la
vez que colaboraba en la elaboración de los fundamentos teóricos sobre los
cuales justificarían sus acciones los cuerpos represivos que policialmente
dirigía Ramiro Valdés.
Hart no solo acató fielmente las
disposiciones de Fidel y Raúl Castro, sino que puso a disposición de ambos toda
su capacidad intelectual al impulsar cambios sustanciales en el sistema
educativo y al promover la instrumentación de normas que determinaron un
nuevo curso en la cultura nacional, al facilitar la gestación de un individuo
de doble pensar que no dice lo que piensa sino lo que le beneficia, sin
disciplina social y con una fuerte inclinación a la delación.
Los sujetos como Hart, con independencia del
talento de cada quien, estaban supeditados al oportunismo de Fidel Castro. No
había espacios para que teorizaran y desarrollaran propuestas porque el
castrismo consiste en un ejercicio continuado del poder, una práctica de que
hacer en cada coyuntura sin que se respeten doctrinas o ideologías, incluida el
marxismo sobre el cual dice inspirarse.
Su oscuro perfil en los medios de información
nacional e internacional no elimina su responsabilidad ni la de otros
funcionarios de la burocracia en los crímenes morales y físicos que ha
cometido la dictadura, porque como afirma el escritor José Antonio Albertini,
“la tinta también mata”, aunque lamentablemente solo se hable y escriba
de los sicarios que recurren a la violencia física.
El legado de Armando Hart y de los otros
sicarios de las letras y las palabras que se sometieron voluntariamente al
castrismo tal vez no incluya la sangre de sus víctimas, quizás estos individuos
y sus pares nunca hayan asesinado a ninguna persona, pero su contribución
intelectual al régimen ha contribuido a la destrucción de los valores sobre los
cuales se fundó la República, rescatarlos es un deber primario.
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