"Causa verguenza ajena recordar que algunos de los presidentes con mayores credenciales democraticas invitaban al decano de los dictadores..."
Por
Pedro Corzo.
Misterioso, pero las metástasis
dictatoriales de la dinastía cubana, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, atraen más
repudio y rechazo internacional que el cáncer matriz radicado en La Habana hace
60 años. Las críticas más severas contra la tiranía castrista no
son consecuencias de los crímenes cometidos contra los isleños, sino
porque asiste, con sus esbirros especializados en espionaje y represión, a esos
regímenes.
Tal parece que el desastre humano y material
provocado en Cuba por el totalitarismo castrista es irrelevante para la mayoría
de los líderes políticos latinoamericanos. Exceptuando la Venezuela de Rómulo
Betancourt y la generalidad de los gobiernos de Estados
Unidos, los cubanos han contado con muy poco apoyo en sus esfuerzos por
instaurar una sociedad democrática en su país.
Causa vergüenza ajena recordar que
algunos de los presidentes con mayores credenciales democráticas invitaban al
decano de los dictadores, Fidel Castro, a la inauguración de sus gobiernos, en
momentos en que en la isla cientos eran fusilados, miles se consumían en las
cárceles y centenares se ahogaban en el mar, mientras, el hambre y la miseria
se extendían por toda Cuba.
La estulticia de tantos dirigentes de
Las Américas coincidía con la voluntad castrista de subvertir el orden
continental para situar a sus títeres al frente de los gobiernos. Sabían que el
castrismo entrenaba y preparaba a los subversivos, que numerosos académicos,
periodistas, sindicalistas y políticos contaban con el respaldo económico y
asesoría de la dictadura insular, no obstante, se apretaban voluntariamente la
soga que tenían al cuello y eran incapaces de facilitar a los que luchaban en
la isla recursos para que combatieran la tiranía que los asfixiaba a pesar de
que los Castro si entrenaban y armaban a quienes intentaban derrocarlos.
Tampoco, cuando la desesperanza cundió en Cuba, estuvieron dispuestos a abrir
sus fronteras a los que huían, como sí hicieron Venezuela y Estados Unidos.
Lo paradójico del encanto del castrismo
es que ni los gobiernos más identificados con la derecha política,
incluidas las dictaduras militares de Argentina, Chile, Brasil y Paraguay,
aunque fuera por elemental sobrevivencia, mostraron disposición a
orquestar directa o indirectamente una conspiración que atacara el centro desde
el cual se fomentaba el derrocamiento de todos.
Pero lo insólito fue que dirigentes
democráticos decidieran no ver que el entramado de odio y sectarismo que gestó
el castrismo era el nutriente fundamental de las propuestas de Hugo
Chávez, quien con los recursos de la nación venezolana y la falsa imagen de
redentor de Luis Inacio Lula da Silva, más la logística del régimen cubano,
reinventaron el socialismo real haciéndolo parecer para los incautos menos
carnívoro.
El Foro de Sao Paulo, bajo el comando de
Fidel Castro, Hugo Chávez, Lula da Silva, Néstor y Cristina
Kirchner, Daniel Ortega y Rafael Correa, fue el principal promotor del también
fracasado Socialismo del Siglo XXI, lo que no hubiera sido posible si muchos
líderes políticos y sociales, como los de la Concertación de Chile junto a
otros dirigentes de la progresía y presidentes legítimamente electos, no
hubieran optado por un silencio cómplice ante las tropelías de los hermanos
Castro y Hugo Chávez.
La constitución de la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac, y la Unión de Naciones
Suramericanas, Unasur, fue consecuencia directa de los planes hegemónicos del
castrochavismo que procuraban en el menor tiempo posible extender su control
para manipular el hemisferio a su antojo. Los mandatarios genuinamente
democráticos debieron haberse opuesto a esas propuestas, pero la corrección
política de la unidad latinoamericana y disentir de Estados Unidos,
determinaron su conducta.
Venezuela vive una profunda crisis
humanitaria con un claro origen político, trance al que se incorporó Nicaragua
y es de esperar la Bolivia de Evo Morales, si este sigue empecinado
en perpetuarse en el poder a pesar del plebiscito en el que la mayoría de la población
rechazó otra postulación suya.
Sin embargo, estas tres autocracias no
pasan de ser siervos de la gleba del Castrismo, en consecuencia, lo apropiado
es una gestión colectiva de hombres libres que en asociación con la oposición
interna de cada país, instrumenten una estrategia que termine con el tumor
central y sus metástasis.
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