"Tengamos presentess que escuchar o poseer una copia de una obre de artistas como Celia Cruz, Olga Guillot, Alvarez Guedes y otros, terminaba con un viaje a la jefatura de policia..."
Por Pedro Corzo.
Los
beneficios del intercambio cultural con el régimen castrista van más allá de
las ganancias que esas actividades económicas puedan generar a la
dictadura o la injusticia que artistas y creadores exiliados no puedan actuar
en el país que los vio nacer.
Esa
exclusión es parte substancial de la política de un sistema totalitario que se
ha caracterizado por negarle los derechos naturales al individuo que
piensa por sí mismo y actúa consecuentemente con sus convicciones.
La
censura en un régimen totalitario es contra la creación y el
creador, está dirigida a manejar la información con el propósito de
que el receptor, dentro o fuera de la isla, siga influenciado por el
pensamiento oficial. Esa colonización cultura cuando es extendida, como se
aprecia en la actualidad en los temas cubanos, favorece políticamente
al régimen, que es en realidad el objetivo.
El
control sobre la creación es clave para el castrismo. Acaso no se recuerda que
muchos cubanos fueron a prisión por escribir obras contrarias al pensamiento
oficial, a la vez que se vedaban películas, libros y canciones con un rigor más
estricto que el Índice de Libros Prohibidos de la inquisición española. La
quema y prohibición de libros en las bibliotecas no fueron un simple
espectáculo, eso es parte de la receta absolutista y de una campaña de
acondicionamiento que nunca termina y que se extiende a todas las formas del arte
y de la creación.
Tengamos
presentes que escuchar o poseer una copia de una obra de artistas
cubanos como Celia Cruz, Olga Guillot y Álvarez Guedes,
entre otros, terminaba con un viaje gratis a la jefatura de la policía y ser
fichado como “elemento contrarrevolucionario”.
La
prohibición se extendía a autores extranjeros como Los Beatles. El monumento a
John Lennon es parte de la doble moral del castrismo que tantos compatriotas en
Cuba y en el exterior imitan con devota religiosidad, en
ocasiones, porque ignoran que el objetivo verdadero del régimen es
exportar su “memoria creativa” porque a través de ella sigue colonizando a
quienes a pesar de haber dejado el país continúan añorando ciertas experiencias
de sus vidas que están profundamente ligadas, quizás no conscientemente, al
absorbente proceso que les tocó vivir.
Esa
nostalgia no es rara. Es normal que se recuerde la música que
primaba cuando se era más joven o se tenga fresca en la memoria sucesos de los
que se formaron parte. A las personas de otras generaciones le sucede lo mismo,
recuerdan y evocan a la Cuba que abandonaron, la diferencia es que la dictadura
usa el cordón umbilical de la memoria para obtener beneficios políticos al
influenciar la conducta y decisiones de aquellos que olvidaron los
pasados sufrimientos y abusos padecidos.
El
síndrome de Estocolmo, la persona secuestrada o herida se identifica
positivamente con su agresor, tiene
su variante cubana en la dependencia que muchos compatriotas, incluidos
individuos que se oponen sinceramente al sistema, quedan sujetos al “amargo
encanto del castrismo”, realidad que los laborantes de La
Habana están consciente y manipularan siempre que les sea posible.
La
censura y el control de los medios es muy importante para la dictadura,
tampoco, lo es menos, el monopolio de las actividades culturales, de
ahí el interés del régimen de controlar a los artistas por medio de decretos
como el 349 y otras similares aprobadas con anterioridad.
El hecho
que en Cuba no se pueda escuchar en las ondas radiales insulares un intérprete
cubano de esta orilla es equivalente a que no se puedan adquirir libremente las
novelas y ensayos de Carlos Alberto Montaner y José Antonio
Albertini o los libros de historia de Enrique Ros, Juan
Clark y Enrique Encinosa.
Los resultados
del cambalache cultural le aportan a la dictadura beneficios
intangibles que superan ampliamente los monetarios, porque a través de esas
relaciones, extiende su influencia más allá de sus fronteras a la
vez que genera conflictos de los cuales siempre sale beneficiada por
su habilidad para aprovechar los espacios de libertad y derechos que otorgan
las democracias.
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