sábado, 2 de noviembre de 2019

SOSA FORTUNY: PRESIDIO POLITICO CUBANO ESTA DE LUTO


"Armando actuo como se hacia en el pasado cuando los gobernantes instauraban dictaduras, controlaban el pais y clausuraban las vias democráticas..."

Por Pedro Corzo.

Armando Sosa Fortuny fue para el régimen de los hermanos Castro un hombre a destruir, objetivo que no alcanzaron,  porque “Sosita”, al morir en Presidio, ganó la inmortalidad.
“Sosita”, fue un hombre de su tiempo,  un individuo de fuertes convicciones, dispuesto a defenderlas a riesgo de su vida, actitud que asumió numerosas veces durante su existencia. La dictadura, poniendo en práctica su histórica crueldad lo dejó morir  en prisión, sin importar su avanzada edad y sus muchas enfermedades.
Armando actuó como se hacía en el pasado cuando los gobernantes instauraban dictaduras, controlaban el país y clausuraban las vías democráticas.
Asumió como suyo el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que reconoce que el hombre tiene el recurso supremo de la rebelión contra la tiranía y la opresión, parte importante de la Declaración que al parecer incomoda a algunos de sus propios defensores.

Armando desafió el totalitarismo cuando los que hoy tienen sesenta años no habían nacido. Lo hizo, aunque nunca fue declarado preso de conciencia, con la dignidad y la entereza que le ha faltado a muchos, remedando a José Martí.
Con solo 18 años salió de Cuba clandestinamente, pero no arribó al exilio para vivir mejor, se preparó para luchar por la democracia y la libertad de su Patria.
Luchó, pero no atacó una escuela. No patrocinó actos violentos contra civiles. No traficó con drogas, no protagonizó episodios terroristas como lo hicieron por décadas los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que a pesar de sus múltiples crímenes dialogaron con el gobierno de su país bajo el auspicio del régimen que impulsó en todo el continente la subversión.
Tampoco imitó a Yaser Arafat organizando actos de violencia indiscriminada en los que perecían numerosos inocentes,  a pesar de los cuales fue honrado con el premio Nobel de la Paz.
Sosa Fortuny desembarcó en Cuba en octubre de 1960 con la misión de derrocar el régimen de los hermanos Castro. Uno de sus compañeros murió en combate, diez fueron fusilados, entre ellos cuatro estadounidenses.  
Permaneció 18 años en prisión. Estuvo en numerosas cárceles. Trabajó forzado en el Plan de Trabajo Camilo Cienfuegos, reclusorio de Isla de Pinos, donde junto con otros compañeros, recuerda Enrique Ruano, fundó la Organización de Juventudes  Anticomunista.
La cárcel no le quebró. Su compromiso se fortaleció, y cuando le excarcelaron, de nuevo partió de Cuba para retornar con el objetivo de su vida: derrocar la dictadura.
En 1994, con 52 años, retornó al combate. No por amor a la violencia sino por convicción. No pensó en la tranquilidad de un hogar, ni en la seguridad económica, simplemente respondió una vez más a su compromiso de luchar por sus ideales.
Partió junto a Jesús Rojas, José Ramón Falcón, Miguel Díaz Bouza y Eladio Real Suárez. Los dos primeros ya están en libertad.
Desembarcaron en las proximidades de Caibarién,  con la intención de organizar una fuerza irregular para combatir la dictadura en las legendarias montañas del Escambray, donde en la década del 60, miles de cubanos lucharon contra el comunismo.
Posterior al desembarco, en un enfrentamiento a tiros murió el ciudadano Arcelio Rodríguez García. Sometidos a juicio, Real Suárez fue condenado a muerte. Posteriormente la sentencia fue conmutada por 30 años.
Sosa Fortuny cumplía en este segundo encarcelamiento 26 años de una sanción de 30. Enfermo y sin pedir cuartel, cumplió 44 años de prisión. Envejeció en prisión, enfermó y murió, cumpliendo a su manera con la Patria.
La muerte de Armando es el resultado  de la conducta de muchos gobiernos, organizaciones no gubernamentales, dirigentes políticos y sociales que han practicado una indulgencia criminal a favor del castrismo. Muchos son los que han preferido no escuchar el espantoso retumbar de los fusiles frente a los paredones de fusilamientos o el clamor de silencio del más de medio millón de hombres y mujeres que han pasado por las cárceles estas seis décadas.
 “Sosita”,  actuó a su manera y por convicciones. Entregó su vida entera a Cuba por eso como escribiera el Apóstol de todos. “Cuando se muere en brazos de la patria agradecida, la muerte acaba, la prisión se rompe; empieza, al fin, con el morir la vida”.




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