Por Rosa Townsend
Aunque la magnitud y
coordinación de los ataques simultáneos en 13 ciudades tomó por sorpresa a
autoridades y a ciudadanos, luego se ha sabido que no eran los primeros. Muy al
contrario, son un cáncer que ha ido creciendo –particularmente en 2015– bajo el
silencio cómplice de políticos, policía y medios de comunicación. Ese es el
mayor escándalo, que los principales responsables del bienestar social se hayan
atrevido a quebrar el orden legal por llevar la corrección política hasta
extremos perniciosos: absolviendo instantáneamente a los transgresores de
origen musulmán para no alimentar islamofobia ni dar argumentos a partidos
políticos conservadores.
¿Miles de delitos graves han
quedado impunes por ocultar deliberadamente la verdad? ¿En Europa? Me parece
mentira estar escribiendo esto. Me parece una pesadilla que en Colonia (donde
vive parte de mi familia) ya no se pueda pasear tranquilamente por temor a ser
víctima del taharrush: la nueva palabra árabe en el vocabulario europeo,
que significa “asalto sexual en grupo”, y que es una práctica extendida en
países musulmanes. (La reportera de CBS Lara Logan fue atacada
con taharrush en El Cairo mientras cubría la “primavera árabe”
en 2011).
Y la pasada Nochevieja,
gracias a la vergonzosa política europea del avestruz, también se extendió por
las ciudades alemanas de Colonia, Hamburgo, Düsseldorf, Bielefeld, Berlín,
Frankfurt y Stuttgart; Viena y Salzburgo en Austria; Zurich en Suiza; Helsinki
en Finlandia; Kalmar y Malmo en Suecia. Que se sepa. Porque la verdad ha estado
tanto tiempo tapada para adaptarla a las fantasías sociopolíticas, que existen
dudas sobre las versiones que salen a la luz.
Ahora sabemos por ejemplo
que Suecia ha ocultado ese tipo de violaciones masivas en 2014-15. La trama la
destapó la semana pasada el periódico Dagens Nyheter, que –en
un acto de decencia profesional– publicó la admisión del jefe de la policía de
que “no decimos las cosas tal como son para no inflamar la rabia pública contra
los refugiados, que le daría ventaja al [conservador] partido demócrata”. Quizá
por eso Suecia es ya el país con más violaciones del mundo en proporción a su
población, después de Lesotho en África. Todo un récord.
Suecia y Alemania son los
más azotados por este tipo de violencia sexual y también los que profesan una
política inmigratoria de puertas abiertas. Sólo en 2015 Alemania acogió a más
de 1.2 millones de refugiados de Siria, Afganistán, Irak, etc; y Suecia a
163,000 (equivalente al 2% de su población de 8 millones). Un 70% hombres
jóvenes.
Cunde por eso el sentir de
“generosidad mal correspondida”. Violada. Y cunde la indignación por la
impotencia de unos gobiernos incapaces de defender ni a sus ciudadanos ni al
estado de derecho. Habrá un antes y un después de los asaltos de Nochevieja,
advierten ya numerosas voces. “Se ha acabado el tiempo de la comprensión”,
afirma Sigmar Gabriel, vicecanciller de Alemania.
Y empieza el tiempo de
cuestionar la política de Angela Merkel, con varias iniciativas en el Bundestag
(Parlamento) para limitar la inmigración. Probablemente pagarán justos por
pecadores. Es triste. Pero es el precio de la indolencia de unas sociedades emborrachadas
de autoengaño. Alemania en particular ha tratado de compensar el sentimiento de
culpa histórico con el buenismo irreal.
¿Cómo abordar la delicada
situación, en Alemania, Suecia y el resto de Europa? (porque en Gran Bretaña,
se ha destapado también un abuso de 1,400 niñas inglesas a manos de
paquistaníes).
La solución empieza por
afrontar la verdad: la fórmula de multiculturalismo adoptada en Europa ha
fracasado. El multiculturalismo se diferencia de la asimilación (melting pot que
sí funciona en Estados Unidos) porque promueve la importación de las culturas
nativas sin que tengan que asumir la del país de acogida
(“cultura” no se refiere a tradiciones gastronómicas, etc., sino al sistema de
derechos y deberes en sociedades democráticas). Ese tipo de
“multiculturalismo sin asimilación” ha producido ghettos y
choques culturales, como al que estamos asistiendo con los asaltos sexuales,
que son síntoma de ideologías misóginas arraigadas en muchos países de Oriente
Medio.
La solución no es reprimir
la libertad de expresión de quienes se atreven a usarla diciendo la verdad. Eso
es caer en el totalitarismo. Y Europa ha derramado mucha sangre luchando por
las libertades .
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