Por Pedro Corzo
Cinco décadas, un
lustro, dos años e innumerables días, son lo que llevan Fidel y Raúl Castro
explotando a Cuba y a los cubanos.
Un largo tiempo de
pesar. Una vergüenza para cualquier pueblo. No honra a ninguna nación padecer
una dictadura de un solo día, ni pensar la pena de cincuenta y siete años.
Una vergüenza que se
acrecienta cuando se aprecia que restan cubano dentro y fuera de la isla que
apoyan a un régimen dinástico en pleno Siglo XXI, le justifican y
realizan todos los esfuerzos posibles para que sobreviva.
Los hermanos Castro
consideraron que al triunfar la insurrección, la isla y sus habitantes,
pasaban a ser una especie de botín de guerra que podían usufructuar a su
antojo, lo que explica porque Fidel cuando se hartó de desgobernar el país, se
lo entregó a Raúl como si fuera la finca Manacas que el padre de ambos tuvo en
Birán.
Fidel Castro irrumpió
en la vida pública a través del pandillerismo. Por sus estrechas relaciones
con las cuadrillas más violentas que operaron en la Universidad de La
Habana en la década del 40, aprendió como manipular el miedo y las
ambiciones de los otros, como lo muestra el acierto que tuvo en la selección y
manejo de los incondicionales que le sirvieron durante cuarenta y seis
años.
Sin la subordinación
absoluta de tantos secuaces, incluida la de su sucesor, no le hubiera sido
posible conducir el país como un campamento, en el que siempre primó la
voluntad y los intereses del caudillo y su horda.
Los días y noches
del castrismo han sumido a los cubanos en una tiniebla toxica que ha corroído
los valores ciudadanos, al extremo que el concepto de nación enfrenta una seria
crisis existencial.
La propaganda del
régimen que Cuba y los cubanos estaban en la cúspide del progreso, se transformó en un profundo sentimiento de frustración, cuando
el individuo experimentó fracasos y constató mentiras.
La legalidad impuesta por los Castro favoreció
la ejecución moral y física. Se fusiló en cementerios y en patios de las
escuelas. Se implantó el terror.
Se militarizó la sociedad, al extremo de que
la calificación de desertor se le asigna a quien abandone una delegación
oficial, así sea un artista, deportista o médico. La intolerancia y la sumisión
a las consignas fueron las nuevas normas. Se impuso un paradigma nacional
que promovía el odio y el tableteo de las ametralladoras.
Decenas de miles fueron a prisión. Miles más
partieron al exilio. La libertad intelectual desapareció. Se estableció un
estricto control de los medios de información. Las religiones
enclaustradas en sus templos. Una especie de nueva devoción impuso sus propias
tradiciones, cultos, lutos y fiestas
El miedo y la conveniencia sustituyeron el
concepto del derecho personal. Un amplio sector del país se condujo con feroz
individualismo, mientras simulaba acatar el mandato del colectivismo.
El pudor se escabulló en la promiscuidad
y la prostitución fue aceptada socialmente. La delación se convirtió en
práctica social. Lo importante era resolver y sobrevivir, sin que importara lo
que se entregaba en el empeño.
La corrupción- la más profunda y extendida que
ha padecido el país- el abuso de poder de funcionarios civiles y militares y el cisma provocado por la intolerancia ideológica, han generado
una lobreguez que promete un angustioso parto de futuro.
Fidel y Raúl Castro
dejan un horroroso legado. Una profunda frustración en el sector de la sociedad
que trabajó y creyó en un proyecto que ha dejado el país en ruinas, junto al
sufrimiento de los que enfrentaron el sistema sin éxito, y la desesperanza que
agobia a la mayoría ciudadana.
El futuro está
amenazado y corroído por las enseñanzas y prácticas del totalitarismo. La
crisis de civilidad está en las raíces de la nación. Las normas de convivencia,
respeto a las discrepancias y hasta de urbanidad, fueron execradas
por el gobierno, al extremo que han intentado infructuosamente restaurar lo que
destruyeron.
Las secuelas
de un sistema excluyente como el que han grabado los Castro a Cuba son
perniciosas. Los civilistas de la isla tienen un gran trabajo por delante.
Cambiar el sistema
no será fácil, quebrar los privilegios de la clase dirigente o lograr que hagan
dejación de ellos será complicado, tal vez estéril, pero más arduo
será laborar para que los ciudadanos adquieran conciencia de sus derechos y
deberes, un empeño de titanes, si se considera que la mayoría de los
cubanos nacieron bajo la sombra de los hermanos Castro.
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