La
táctica del loco es uno de los modelos clásicos de la teoría de juegos,
derivación del conocido “juego del gallina” que habría sido popular a mediados
de los años cincuenta entre los adolescentes norteamericanos.
En
una de sus variantes el juego consiste en que dos carros se lanzan a toda
velocidad, uno contra el otro, sobre la línea blanca de una carretera y el
primero que se desvíe de la línea, pierde. Los chicos le pueden gritar
triunfalmente: ¡Gallina!
Una
táctica para ganar el juego consiste en hacerse el loco y si un jugador resulta
lo suficientemente convincente como para hacer creer a los demás que nada le
importa, obliga al otro a volverse sensato con lo que su posibilidad de ganar
aumenta. La paradoja es que mientras más insensato, más probabilidades tiene de
salirse con la suya; pero si el otro hace lo mismo, ambos estarán en
grave peligro.
Aunque pueda parecer algo frívolo,
este modelo es utilizado por respetables politólogos para analizar determinados
conflictos internacionales, por ejemplo, el caso de Corea del Norte, el
programa nuclear iraní o el extremismo árabe contra Israel.
El modelo clásico fue desarrollado
en la crisis de los cohetes de Cuba o crisis de octubre de 1962, que enfrentó a
John F Kennedy con Nikita Kruschev. Los famosos think
tank norteamericanos estaban convencidos de que las
actitudes teatrales de Kruschev (como cuando golpeó con el zapato su podio en
la ONU) eran para impresionar, aparentar que estaba lo suficientemente chiflado
como para no importarle llegar hasta una guerra nuclear; pero tras esa fachada
se encontraría a un líder responsable.
Afortunadamente tuvieron razón,
Kennedy mantuvo firme el bloqueo naval de Cuba y Kruschev ordenó desmantelar
las bases de lanzamiento y retiró los misiles nucleares, en medio de una
tremenda pataleta de Fidel Castro que convocó manifestaciones en La Habana con
consignas como: “Kruschev, mariquita, lo que se da, no se quita”.
No en balde Castro es conocido desde
su juventud como “el loco Fidel” y cuando le conviene adopta poses
atrabiliarias. Se ve como pasó del slogan “qué importa la vida de un hombre
cuando está en juego la vida de un pueblo”; al “qué importa la vida de un
pueblo cuando está en juego el destino de la humanidad”.
Sin embargo, luego de la rabieta
toma una actitud circunspecta y acepta los hechos: no rompió relaciones con la
URSS y se conformó con que EEUU suspendiera el bloqueo. Un hecho curioso es que
más de medio siglo después de retirados los buques norteamericanos, Castro
todavía sigue aprovechando la propaganda del
“bloqueo” para mantener el estado de sitio en la isla y justificar su
bancarrota.
En
Venezuela nos están acostumbrando a estas puestas en escena, a estos arranques
melodramáticos de amargas rupturas con reconciliaciones subsiguientes que son
tan propias del teatro, haciendo la salvedad de que éstas son inofensivas; pero
cuando se llevan a la política pueden tener trágicas consecuencias, que ninguno
de los actores pretende ni está en condiciones de predecir.
Los actores del régimen no tienen
que hacer el menor esfuerzo por parecer locos desenfrenados. Todo el mundo
recuerda el sonsonete “Chávez los tiene locos” o bien la confesión de que
Chávez era quien controlaba al loco que todos ellos llevan dentro.
También al
morir Juan Vicente Gómez el comentario fue: “Murió el gran loquero”.
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