Por Rolando Morelli
En todos estos
trabajos se analiza con criterio exhaustivo y crítico, diferentes aspectos de
la producción del creador Julio Matas,
así como otros aspectos de su proteica actividad e inquietudes creadoras, como
actor y director igualmente. Se reproducen también un cuento, y un ensayo de su
autoría sobre la Electra Garrigó, de
Piñera, el que fuera un amigo, y en alguna medida su maestro. Se publican
algunos poemas inéditos del autor, quien se diera a conocer en los años mil
novecientos cincuenta, muy joven aún, en la capital cubana, como poeta de
acendrados versos, si bien luego pareció apartarse del cultivo de esta forma
poética. Aparece igualmente en este número de los Cuadernos Monográficos / Dossier la última de las entrevistas
concedida por Matas, quien ya entonces se encontraba muy afectado por la
dolencia que terminaría con su vida. Dicha entrevista es no sólo importante por
esta razón, sino porque en ella, con su acostumbrada sobriedad y buen tino,
declara Matas categóricamente, entre otras afirmaciones importantes, lo que de
positivo ha representado el exilio para él, una fuente de “libertad creadora”
de la que ha podido aprovechar para hacer su obra. Vale la pena resaltar esta
actitud del autor, por lo que revela respecto a su integridad y a su entereza.
No se trata de que el exilio no haya representado para él como para cualquiera,
una herida abierta, una laceración en carne viva, sino de sobreponerse a ésta
para no vivir —o morir— “de a poquitos”, nunca mejor dicho en la ocasión. La
afirmación del ser y de la libertad, frente a la tragedia del “desarraigo”,
asumida por Matas, constituye una conducta ejemplarizante para todos, incluso
cuando no fuera el propósito primordial del creador alzarse como referente de
nada. Especialmente ejemplar resulta su actitud en los momentos actuales, en
que tantos se muestran vacilantes y aún conciliadores con la tiranía que nos
empujó al exilio, en primer lugar, validos de añagazas de todo género. Pocas
veces se muestra más tajante el entrevistado que en su desaprobación del
contubernio entre algunos en el exilio, y los autores enviados de visita desde
la isla, en representación oficial u oficiosa de la propaganda del partido
único, mientras que la entrada de los autores exiliados y sus obras respectivas
sigue viéndose obstaculizada, y supervisada estrechamente por las autoridades
de la tiranía, no obstante sus protestas y gestos grandilocuentes de cara a la
galería y a los medios internacionales de noticias. Digno hasta el final de sus
días, Matas recuerda en la misma entrevista, los días aciagos de las UMAPs,
cuya zozobra acabó por empujarlo al exilio y evoca a sus compañeros de
profesión, cuyas vidas fueron trituradas por esa maquinaria infernal de los
campos de trabajo forzado. No es posible pasar página, como si todo eso hubiera
simplemente pasado al olvido o no hubiera supuesto infinitas lágrimas y una
tragedia nacional. No es posible hacer concesiones a cambio de “un viajecito” o
de que le publiquen a uno una piecesita cualquiera, como si hoy mismo no se
estuviera reprimiendo a la luz pública a cualquiera que manifieste su
descontento o exprese ideas contrarias a la perpetuación del régimen tiránico.
Para un hombre a quien el concepto mismo de “patriotismo” resulta extraño
—según declara expresamente en la entrevista aludida, si bien en más de uno de
sus poemas parecería “contradecirse”— la conceptualización del patriotismo se
hace conducta en su asunción del exilio y de la vida misma. En tres ocasiones le visité en el asilo
donde esperaba la muerte —aunque tal vez se trate de una expresión inadecuada
en su caso— cuando el equipo editorial de La
gota de agua ya se hallaba empeñado en la producción del número que le
dedicamos. La última vez fue a principios de diciembre. En el curso de estas
visitas tuve amplia ocasión de departir con él. Seguía siendo el mismo de
siempre, pese a su evidente deterioro. Lúcido hasta el final, era consciente de
las limitaciones, sobre todo físicas, que le imponía su enfermedad, y
ocasionalmente se refería a ellas con una ironía, ligera y refinada. Por mi
parte, habría querido volver a entrevistarlo con la idea de añadir más
adelante, a la entrevista que le había hecho unos meses antes, el resultado de
este nuevo intercambio, pero habría sido abusivo de mi parte pedirle que se
sometiera a ella. Me observó en algún momento, que tal vez los medicamentos lo
pusieran un poquito eufórico, quizás para explicar lo animado de su estado. Le
hice ver que se trataba de mi cercanía. Él lo tomó absolutamente en serio, pese
a que ambos reímos. No se trataba, por otra parte, de ningún descontrol ni de
un comportamiento fuera de lo usual, pero había en su mirada una chispa que,
inopinadamente sin embargo, podía apagarse de repente. Hablamos de todo, de
mucho en esas visitas y volvimos sobre el tema de Cuba y el exilio. Con cuánto
dolor evocó más de una vez una Cuba que, no sé si lo sabía, ya no existía sino
en nosotros. Evocó su infancia, regalándome dulces y tristes confesiones a las
que, bien sé que no era propenso. Simplemente, yo acertaba a estar, y coseché
esa gracia. La coordinación del número monográfico que le dedicábamos,
y en consecuencia la impresión del mismo, se demoraban más de lo que hubiéramos
querido, y Julio se impacientaba tanto como nosotros. —Chico, para cuándo crees que estará listo. Me gustaría verlo antes
de... Bueno, lo que tú sabes... ¿no?
Después
de explicarle lo que ocurría me dijo con picardía: — ¿Será que es mucho lo que tienen que decir de mí, o que no
se encuentra quien escriba nada sobre mi obra? Le
aseguré que no se trataba de lo segundo, en todo caso de lo primero. Ambos nos
reímos y seguimos hablando de otras cosas. Antes de despedirnos durante esta
visita, le prometí que vería muy pronto las pruebas de galera. Yo mismo
albergaba la esperanza de que si no vivía hasta la salida del número impreso,
por lo menos alcanzara a ver el número que se le dedicaba en su fase previa.
Albergaba, tal vez con un poco de vanidad, esta esperanza. Cuando, en efecto, estuvieron listas las
galeras, hice un viaje desde Philadelphia, a mediados de noviembre (2015) para
presentarle al menos éstas y observar su reacción. Se alegró muchísimo con mi
visita, y observó con mucho interés las pruebas. Para mi sorpresa se percató a
primera vista de algunas de las erratas que aparecían en las páginas, y recordó
de repente el nombre de la actriz que aparecía con él en una de las fotos. —Ésa es Ana Viña. —Indicó—. Hay que
ponerlo ahí. —Luego sonrió satisfecho y confesó estarlo. En repetidas ocasiones
me expresó su gratitud por el dossier que le dedicábamos, y me encargó asimismo
darles las gracias en su nombre a todos los colaboradores del número. A
principios de diciembre, cuando ya disponíamos del material impreso le hicimos
llegar el primer ejemplar a través de Luis González-Cruz. Habíamos convenido
Luis y yo, en traerlo más adelante, al lanzamiento oficial que se anunciaba en
el marco del Congreso Internacional
“Vínculos, continuidad y resistencia: tres rasgos de la cultura cubana”,
que sesionó durante los días 5, 6 y 7 en la Casa Bacardí, y estuvo dedicado a
conmemorar el vigésimo quinto aniversario de la muerte de Reinaldo Arenas. A
pesar de que la movilidad de Julio era cada vez más precaria, nos alentaba
contar con su presencia en el momento del lanzamiento, pero no pudo ser. El
propio González Cruz me comunicó poco antes la absoluta imposibilidad del
traslado hasta el lugar del congreso. Supo Julio, sin embargo, de la
presentación del número. Luego se hizo el silencio. Un silencio presagioso, que
culminó con su fallecimiento poco antes de terminar el año 2015. Al amigo, al creador de talentos múltiples, al
cubano íntegro, al hombre fino, al exiliado sin vacilaciones, seguramente se le
recordará a través de su obra y de la memoria que nos deja. ¡Descanse
en paz su alma buena!
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