Por Luis Marín.
Estos son los sentimientos más comunes entre los venezolanos para
recibir al 2016. No es para menos: nadie en su sano juicio se atreve a hacer la
menor conjetura sobre lo que nos depara el futuro inmediato, en parte, porque
las decisiones esenciales escaparon a nuestras manos y ahora dependemos de lo
que diga La Habana o Sao Paulo y tanto el régimen de los Castro como el de
Dilma cayeron en la mayor incertidumbre.
A la inseguridad personal que produce no saber si será la próxima
víctima de un robo, secuestro u homicidio, se unen otras inseguridades no menos
graves, como conseguir cualquier producto, incluso medicinas, ni a qué
precio, si alcanzará el presupuesto y por cuánto tiempo lo vamos a poder
sostener.
Ya hemos escuchado de personas reales, no de los míticos estratos
D y E, que “estamos pasando hambre” y de profesores universitarios: “Bueno, ya
lograron lo que querían, estamos quebrados”. La otrora orgullosa ‘clase
media’, el logro más celebrado de la política social del proyecto
democrático, está arruinada.
¿A cambio de qué? A cambio de nada, porque ya debería ser obvio
que un Estado no se puede manejar como un cuartel y una sociedad espartana,
como la que han pretendido construir los Castro en Cuba, no es viable ni
siquiera en una isla, que ha terminado por “abrir sus puertas al mundo”.
La política de los Castro también se puede resumir en una sola
palabra: “Intimidación”; pero esa política tiene límites estrechos y cuando son
rebasados la policía y las FFAA no son suficientes para contener la
desesperación de toda la población y terminan volteándose, como sobran ejemplos
para demostrarlo.
Las sociedades maniatadas, sometidas a controles excesivos caen en
la disyuntiva de morir asfixiadas o rebelarse de algún modo, así sea soterrado.
Por ejemplo, se puede pretender eliminar a los comerciantes, pero el resultado
será una sociedad sin comerciantes, que no garantiza nada mejor que la
situación original, con el agravante de que la venganza de la naturaleza es que
todo el mundo termine convertido en un comerciante precario.
El gobierno luce como quien inclina un plano y luego pretende que
los objetos que están encima no se deslicen en dirección a la pendiente; la
oposición oficial se caracteriza por ofrecer soluciones falsas para problemas
ficticios.
Por ejemplo, se empeñan en decir que las colas son producto de la
escasez; pero no hace falta haber asistido a una sola clase de economía para
saber que la escasez es uno de sus presupuestos, es más, sin escasez esa
materia carecería de sentido.
La verdad que salta a la vista es que en política lo que se pacta
en secreto luego tiene que defenderse en público: Predican que para combatir la
escasez hay que poner al país a producir y añaden, “eso es lo que hay que
cambiar”, léase, no al régimen. El problema es, ¿cómo se puede producir bajo el
actual régimen?
Entre estas imposturas, vivezas y falsificaciones se va enredando
la madeja que nos arrastró a la situación actual, que unos pretenden presentar
como estupenda: “Votando hemos llegado hasta aquí”, dicen, como si esto fuera
una maravilla.
No pueden ocultar que para ellos sí lo es, porque usufructúan el
poder sin solución de continuidad pasando de la IV a la V y están asegurados
para cualquier otra República.
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