"Lo recuerdo como un hombre de amplia cultura, pero dado a una manera sencilla, llana y convincente..."
Por: J. A. Albertini.
Los bárbaros que todo lo confían
a la fuerza y la violencia nada construyen,
porque sus simientes son de odio.
José Martí.
En
la foto; Enrique Labrador Ruiz, junto al
poeta
Pablo Neruda y el pintor Mario Carreño,
en
La Habana en los años de 1940
Entable
amistad con él en casa del ya fallecido
periodista, escritor e historiador Cristóbal A. Zamora, autor de El pastor una
estupenda biografía de Benito Juárez, premiada por la Organización de estados
Americanos (OEA).
Una tarde a
finales del año 1980, con las primeras brisas del benigno invierno de Miami,
como era mi costumbre, pues éramos vecinos, llegué a casa de Zamora y allí ya
estaba, tomando whisky, Enrique Labrador Ruiz. En Cuba yo había leído algunas
de sus obras como Carne de quimera, La sangre hambrienta, el cuento Conejito
Ulan, etc.
Cristóbal Zamora
nos presentó y le manifesté lo complacido que estaba al poder conocerlo
personalmente. En realidad creo que apenas escucho mi cumplido y si me instó a
que los acompañara en la libación.
Lo recuerdo como
un hombre de amplia cultura, pero dado a una manera sencilla, llana y
convincente de hablar. Su voz era sonora y su figura, por entonces andaba por
los 77 o 78 años de edad, denotaba que en la juventud fue de complexión robusta.
A partir de aquel
primer encuentro, en muchas otras ocasiones nos vimos en casa de Zamora. Tanto
Zamora como Labrador Ruiz no tenían buena situación económica y me convertí en
el proveedor, por muchos lunes en la tarde, de la amigable botella de whisky.
Labrador era un
tomador de armas tomar. Paladeaba el licor con deleite y a medida que el
contenido de la botella bajaba nos embrujaba con su verbo fácil y lucido. Nunca
lo vi embriagado.
Y era entonces, en
pleno disfrute del trago, que comenzaba a relatar algunas anécdotas sobre sus
viajes alrededor del mundo; amistades del paisaje literario y opiniones
políticas. Recuerdo que profesaba una gran amistad por el fallecido Premio Nobel
de Literatura Pablo Neruda. Él y Neruda fueron grandes amigos y a la salida de
Labrador Ruiz de Cuba, el poeta chileno lo ayudó económicamente.
Una tarde, a punto
de despedirnos (la botella de whisky ya había perdido el contenido) Cristóbal
Zamora le dijo: Te acuerdas el día que tomando en un bar, se me ocurre que fue en el hotel Inglaterra,
pero no estoy seguro, le caíste a trompones a Enrique Serpa y cuando Serpa cayó
al suelo trataste de orinarle la cara.
Entonces
Labrador prorrumpió en una carcajada sonora y respondió: El pobre Serpa nunca, físicamente,
pudo conmigo. ¡Cosas de juventud!
Si mal no
recuerdo, un par de años después, mi inolvidable amigo Cristóbal Zamora, sin
haberse acostumbrado al exilio forzoso, murió de una afección cardiaca. En
compañía de mi familia me mude de barriada. Perdí contacto físico con Labrador
Ruiz. Por un tiempo proseguimos manteniendo esporádicas conversaciones
telefónicas. Luego estas se fueron espaciando, al punto de reducirse a dos o
tres por año.
A principios de
noviembre de 1991, mi esposa, Leonor Gabriela, que por aquellos tiempos,
laboraba como enfermera en el hoy desaparecido hospital Pan American, me dijo
que Enrique Labrador Ruiz se encontraba, muy grave, recluido en una habitación
del piso dos.
A su lado,
como siempre, Cheché, compañera y esposa de toda su vida. Le hablé y Cheché,
con resignación me dijo: No te escucha.
Permanecí,
silencioso, unos minutos, detenidos a los pies del lecho. Enrique Labrador
Ruiz, como tantos otros valiosos creadores cubanos, estaba muriendo, al margen
de cualquier padecimiento físico, de exilio y olvido transitorio; falsamente
impuesto, en su Cuba nativa, por la distopía castro-comunista que en el
presente, por medio de las plumas vendidas que se agrupan en la desprestigiada
y oficialista, llamada Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba UNEAC), pugna,
recurriendo al recurso de banalizar el mal, de apropiarse del legado cultural e
histórico que figuras como Enrique Labrador Ruiz le han otorgado, por derecho
propio, a la cultura cubana; parte indisoluble de la hispanoamericana y mundial.
Enrique Labrador
Ruiz, murió a los 89 años de edad, rodeado de afectos cercanos y pobreza
material, en la ciudad de Miami el 10 de
noviembre de 1991. Desde entonces, cuando le recuerdo, junto a otras figuras
importantes, ya desaparecidas, de nuestra cultura contemporánea, silenciadas
por el totalitarismo cultural castrista, no puedo menos que sonreír y recordar
la frase vieja y sabía que reza: Prohibid lo natural y volverá al galope.
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