"Este presente fue mi futuro, y el de tantos y tantos jovenes de mi generación..."
Carlos Benítez Villodres Málaga (España)
Yo creo en la juventud. En esa juventud
llena de buenos propósitos, que sabe lo que quiere, pero que se haya
ralentizada, impotente, en su travesía por los mares de la realización
personal, porque la entretienen y la engañan, y a veces es olvidada, y a veces
es azotada por las nevadas copiosas de la indiferencia de los que ya se
alejaron de su influjo primaveral, de su luz, de su canto, de sus ansias de
vida nueva.
La
juventud, etapa clave en la vida de cualquier ser humano, camina en libertad,
amenazada por el desempleo y otras alimañas, hacia el mediodía de su existencia.
Un innúmero de chicos y chicas que ya inició, no hace mucho tiempo, su andadura
por la vida, embriagado de anhelos, de esperanzas y, más aún, de pesimismo.
En
estos jóvenes de hoy yo creo, a pesar de que los adultos poco o nada hagamos
para ellos, decimos lo contrario, y menos todavía contemos con ellos, también
manifestamos lo opuesto. Yo aguardo, sin detenerme, y deseo día a día percibir
un presente, el mañana es de ellos y no de nosotros, de paz, de amor, de
honradez y de graneros repletos y compartidos. Y digo “sin detenerme”, porque
quien demora su caminar para intentar avistar el futuro, de alguna forma está
perdiendo su presente, y yo no quiero extraviarlo. Este presente fue mi futuro
y el de tantos y tantos jóvenes de mi generación. Una vida actual que, sin duda
alguna, es mucho mejor que la pasada. Un presente del que, como hombre del
pueblo y responsable que soy del mismo, todos los adultos lo somos, me
avergüenzo, ya que hay, en él, una infinitud de hechos negativos, execrables.
Únicamente,
trabajando y luchando todos a una, porque quien camina y combate solo se
idiotiza y perece solo, podremos ir forjando día a día un presente con calidad
de frutos y de semillas, aunque ciertos políticos e intelectuales de prestigio
no actúen de este modo. Solo de esta forma nutriremos y enriqueceremos la vida
para que el mañana surja con esplendor y prosperidad. No, no creo que los
adultos de hoy hayamos conseguido un lugar y unas cosechas de las que nuestros
jóvenes y nosotros mismos nos sintamos satisfechos. Yo no me resigno ni me
doblego ante los actos y actitudes y situaciones, tan incongruentes como
paralizantes, del presente. El conformismo es una forma de morir lentamente. Ya
Honoré de Balzac nos lo advirtió: “La resignación es un suicidio cotidiano”. Y
yo estoy a años luz de esta posición acomodaticia.
La
juventud, riqueza temporal del hombre, posee en su savia de primavera la
energía, la fecundidad y la transparencia capaces de crear caminos, esperanzas
y metas nunca conocidas, que han de vitalizar y frutecer cada latido del mundo,
cada paso, aún por dar, de la vida. Esto ha sido y es motivo de preocupación
para muchos adultos, aunque no lo manifiesten. Por ello, tapian sus oídos, su
mirada y hasta su sangre y sentimientos, creando barreras difícilmente de
salvar por los nuevos e intrépidos corredores.
La
inmensa mayoría de nuestros jóvenes sabe que es más fácil vivir con la sonrisa
en los labios que con la espada en la mano. Ella es la que sabe vivir su
riqueza. Pero a veces la actitud de los que ya perdieron su juventud, y
deambulan por las órbitas del egoísmo, la avaricia y el engaño, hiela esa
sonrisa con las armas de la incomprensión e insolidaridad. Estos individuos no
quieren entender que cada generación necesita un credo nuevo, un credo no impuesto
por la sociedad adulta, sino elaborado por los jóvenes, según sus convicciones,
deseos, aspiraciones… “Cada edad tiene, dice Nicolas Boileau, sus placeres, su
razón y sus costumbres”. Las tenemos los adultos y las tienen también nuestros
jóvenes. Por consiguiente, no es justo que intentemos dirigirlos hacia los
mismos campos, por donde ayer nosotros caminábamos bajo el aliento del
infortunio o de la ventura, según cada uno y sus circunstancias, pero siempre
desde el verdor alegre e innato de los años juveniles. Tengamos, pues, siempre
presente que el mismo respeto y tolerancia que exigimos que ellos, los jóvenes,
tengan con nosotros hemos de sentir, en nuestros adentros, y practicar cada día
con ellos. Si esta reciprocidad se diera mayoritariamente…, ¡qué distinta sería
la vida en el mundo!
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