"El joven buscaba un amigo trovador de los que habia en la ciudad y habia bastantes, y los habia buenos..."
Por, René León
Una de las
costumbres que más recuerdo de Trinidad, son sus serenatas debajo de los
balcones y ventanas de tiempos inmemoriales. Con tantas jóvenes encantadoras de
ojazos lindos y de boca carmín. Recuerdos de un pasado que ya no volverá.
Los días entre
semanas en el parque de “Céspedes”, al atardecer las jóvenes caminaban dando
vueltas, como en los tiempos de antaño, separadas de los hombres. Uno las veía
allí o esperaba verla el sábado, o el domingo, con sus mejores vestidos y lazos
en las trenzas de sus cabellos. Mientras caminaban, conversando y riéndose,
ellas no se paraban a hablar con los jóvenes que pasaban por el lado, pero esos
ojazos podían decir mucho en el momento de cruzarse. Allí la muchacha de su
predilección podía darle una sonrisa o quizás una mirada soñadora... A las
nueve de la noche todas volvían a sus casas. El que no sabía la dirección de la
joven, la seguía. Siempre iban acompañadas de un familiar o una amiga. La joven
fingía de no saber que la seguía, ¡pero ella lo sabía!
El joven buscaba
un amigo trovador de los que había en la ciudad y había bastantes, y los había
bien buenos, y a preparar la serenata.
Los guitarristas
acompañaban al enamorado a eso de las doce de la noche, porque en la obscuridad
nadie sabía quiénes eran. Delante del balcón o de la ventana enrejada empezaban
las guitarras a sonar. Sus notas volaban como nubes de placer. Los que dormían,
se despabilaban. Despertaban en la fresca noche, al sonido de las guitarras,
claves y maraca. Los dedos de los que tocaban las guitarras se movían en las
cuerdas y las melodías corrían como el agua fresca del riachuelo. Las guitarras
sonaban finas y la música memorias de los boleros del ayer se desencadenaban en
la noche.
“En el tronco de
un árbol una niña
grabó su nombre
henchida de placer
y el árbol
conmovido en su seno
a la niña una flor
dejó caer”
El aire corría
ligero, la luna brillaba en su esplendor. Los que oían aquellas guitarras, sus
ojos brillaban de alegría, de embriaguez, de evocaciones. Las claves sonaban
suave, y las maracas acompañaban.
La joven en el
balcón asomaba su cara, sus ojos brillaban a la luz de la luna. Y las voces de
los trovadores, y los rostros serios. Terminaban la canción, todos se ponían de
acuerdo para empezar otra, escrita por uno de los trovadores trinitarios,
“Saroza” de nombre.
“Cuando salga
el claro sol
mañana,
lejos muy lejos
me encontraré de
aquí.
Pero antes quiero
cantar en tu
ventana
esta canción que
he escrito para
ti.
Y si te acuerdas
del que tanto te
adora,
mándale un beso
un beso de pasión.
Para que calme
las ansias del que
llora,
y que no vuelva
tan sufrida
ilusión.”
Los guitarristas
sonreían y volaban sus notas con placer, la noche les gratificaba, estaba feliz
la luna, las estrellas los contemplaba, y las guitarras seguían sonando. Los
ojos de la joven relampagueaban dulcemente en la penumbra, y una sonrisa
afloraba en sus lindos labios rojos.
Terminada la
canción, los padres de la joven salían al balcón y les brindaban lo que en ese
momento tenían. Quizás un poco de ron, que los guitarristas tomaban con placer.
Y volvían a tocarle otra canción de despedida.
“Esas perlas que
tú guardas con cuidado.
En tan lindo
estuche, de peluche rojo.
Me provocan nena
mía el loco antojo.
De contarlas, beso
a beso, enamorado.
Quiero verlas como
chocan con tu risa.
Quiero verlas
alegrar con ansías loca.
Para luego
arrodillarme ante tú boca.
Y pedirte de
limosna una sonrisa.”
Con sus guitarras
se iban caminando por las calles empedradas. Ciudad donde el tiempo se había detenido.
Ciudad dormida, recostada en las montañas del Escambray y con sus palmas
sumergidas en el mar caribe. Y mientras caminaban entonaban otra canción
dedicada a Trinidad, por el compositor “Sánchez Rojas”.
“Relicario de
leyendas
que inspiraron mi
cantar
perfumado del
Guaurabo
con sus aguas de
cristal.
Callecita desolada
que salpicaba un
madrigal,
ventanitas que
bordaron
un romance
colonial.
Trinidad, marginal
ilusión
que realza tu
verde palmar.
Tienes tú el
hechizo triunfal
de un cubano
paisaje lunar.
Trinidad, hay en
ti
El sabor tropical
de la brisa que
llega del mar.
Ciudad llena de
tradiciones, leyendas, historias y recuerdos. Sumergidos en un pasado de amores
y tradiciones. De mujeres lindas y ojos como luceros en la noche. Recuerdos de
un pasado perdido, de una época ya escapada, que no volverá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario