"El exilio, o una parte de este, se ha convertido actualmente en uno de los recursos del Gobierno castrista para buscar una solución a 60 años sin soluciones..."
El
problema fundamental que tiene lo que todavía llamamos la Revolución Cubana, un
proceso que evoluciona en su involución y deterioro, es que acumula tantos
problemas al cabo de 60 años que la solución debería ser no buscar soluciones,
como podría haberse descrito en El arte de la guerra. Los
indicadores económicos y sociales, el deterioro físico y la destrucción de
estructuras, más los indicios de retroceso no contables como pueden ser los de
desarrollo cultural y educacional, sin contar los morales y éticos, hacen que
Cuba necesite un milagro. Ni siquiera con un Adam Smith para la economía
socialista, como alguna vez le oí reclamar a Fidel Castro que le hacía falta,
no por sus aportes a la teoría de la moral que también estaría bien. Lo tenía
claro, si solucionaba el problema económico de la dependencia y la
improductividad, la relación de la Revolución con el pueblo que era social y
emocional, podía relegar lo político y hacerse “indestructible”, según le
gustaba decir. Sin embargo, los iniciadores de ese proceso junto al propio
líder, más sus continuadores, han dado suficientes muestras de incapacidad para
hallar soluciones, de cambiar y adaptarse para evitar la autodestrucción de la
Revolución, y cuando lo han hecho ha sido con retraso, como el heladero que se
acerca al niño sediento ya con el helado derretido o el niño muerto. Lo único
que le queda a la Revolución es la campana de heladero, con la cual va de un
lado a otro haciéndola sonar para avisar que todavía está ahí, endulzando el
ambiente caluroso de las calles, aunque no tenga nada que ofrecer. El
paisaje que podemos ver es deprimente y patético, cada vez se parece más a la
Cuba pre-revolucionaria que condicionó el triunfo de la propia Revolución que,
no obstante, cuenta todavía con la complicidad razonada o no, en los buenos
sentimientos y el patriotismo de una corriente del exilio que el mismo Gobierno
llama los “orgullosos y nostálgicos”, el nuevo ejército que se han propuesto
reclutar para hacer menos dramática la caída de la Revolución y la
resurrección la nueva clase política.
El exilio, o una parte de este, se ha convertido actualmente en
uno de los recursos del Gobierno para buscar una solución a 60 años sin
soluciones. Nunca antes el exilio cubano había sido convocado a lo largo de su
historia colonial, republicana y socialista, para un papel que no fuera
colaborar con la subversión del régimen, al contrario de lo que sucede hoy,
cuando al exilio el propio Gobierno le pide ayuda dividiéndolo. Esta peculiar
situación no la había vivido ni el exilio de las guerras de independencia ni el
de la República, aquellos exilios eran lo que son los exilios y ha sido
siempre, individuos o grupos de individuos o comunidades que se habían visto
obligados a abandonar sus países por la fuerza de los hechos políticos y
económicos primordialmente, así ha sido desde el principio de la historia de la
humanidad hasta ahora, y jamás han contribuido al mantenimiento de quien o lo
que obliga al exilio. A partir de la nueva política
migratoria, el exilio cubano que ayer fue preponderantemente político, hoy lo
es económico a pesar de que el origen del mismo es político, y esta condición
económica determina la naturaleza instrumental de sus fines. Este sector del
exilio se divide en varios segmentos: 1. Los que no tienen o no les interesa la
ideología ni la política y se hallan despolitizados como consecuencia del
exceso de ideología y de política en todas las esferas de la vida del cubano;
2. Los que se hayan a expensas del consumismo y de la necesidad o de ambas
cosas; 3. Los se han visto obligados a convertirse en los sustentadores
solidarios del bienestar de sus familias; y otro grupo residual pero no menos
importante que son los “empleados” del Gobierno que se ocupan de ser los
intermediarios de la economía administrada por la oligarquía política-militar,
más aquellos que sostienen la pequeña empresa privada permitida. Estos segmentos
que componen el núcleo de los “orgullosos y nostálgicos” a los que sobre todo
alude el llamado de salvación nacional del Gobierno, constituyen la mejor de
las fuerzas aliadas del Gobierno, y este lo sabe, porque además de manera muy
minoritaria colaboran con la “guerra ideológica digital”. Esa masa
insatisfecha, emocionalmente comprometida, estratificada cultural y
educacionalmente, tal vez indefinida en lo ideológico y en lo político, carente
de otros modelos que los implantados, dispersa, en los próximos años va a ser
un elemento importante en la caracterización de lo que ya es una diáspora
cubana.
Es una situación atípica que corresponde a un exilio atípico de un
país atípico, condicionado este por 60 años de vivencia atípica que ha
producido otro “hombre nuevo” no guevarista en una distopía originada en una
utopía, cuyo paradigma era una doctrina del sacrificio y la justificación del
mismo por un bien supremo como parte de la teología revolucionaria en la que se
basaba el modo de vida. Dicha teología, que ha fracasado por la ineficiencia y
falta de evolución y adaptación de un único gobierno a lo largo de varias
generaciones, sin embargo ha construido una psicología social adaptativa basada
en la doble moral que permite la justificación de los individuos en sus
actuaciones más reprobables. Una
parte del exilio, aunque huye en busca de mejor vida para “escapar” de sus
problemas particulares e individuales, no escapa a esta mecánica y se siente
consciente o inconscientemente parte de un sistema que lo empuja a salir del
país y luego a pedirle socorro bajo un pacto de complicidad encubierto por el
vínculo del cual es difícil huir: la patria y las conexiones de todo tipo que
nos unen a ella, ya sea la familia o los diversos y múltiples componentes de eso
que suele llamarse la “cubanía” inherentes a la educación y la formación de la
personalidad, que generalmente en realidad es “cubanidad”. La primera son
rasgos cualitativos y la segunda cuantitativos, la “cubanidad” es cuantificable
y es lo que puede medir el Gobierno para saber quiénes son los “orgullosos y
nostálgicos”, pero la “cubanía” no lo es y puede estar presente en aquellos
hijos de padres cubanos que nacieron en el exilio. Este fenómeno sociológico de
enormes consecuencias culturales, demográficas y políticas para el futuro del
país abre las puertas a un debate que puede ayudar a comprendernos y entender
el papel del exilio en la configuración de dos Cubas. Si bien es cierto que el
ejercicio de la libertad en el exilio es un acto irreprochable, tampoco es
menos cierto que nos hace más responsables, ya que son menos los actos que
tenemos que someter al escrutinio de las instituciones.
Que el propio gobierno de la nación de la cual sus ciudadanos han
tenido que huir por una causa u otra, pida ayuda apelando a sentimientos de
amor de lo que se supone que somos, es una maniobra política de tamaño cinismo
que no tiene comparación en la historia, y debería producir una reflexión y la exigencia de esa parte del
exilio para acabar con las condiciones que han dado lugar a la reproducción
geométrica de la emigración, muchas veces con consecuencias trágicas de muerte
en el mar o en las selvas centroamericanas por donde los cubanos transitan para
huir entre fronteras, al mismo tiempo que se des-idealiza tanto el paraíso de
la isla caribeña como el del exilio que muchos han querido hacer ver a 90
millas y más. Es realmente una situación atípica, que ni siquiera es comparable
a la política de Israel en la lucha por legitimar el espacio de la “tierra
prometida” para su nación dispersa, ni al perdón de Ciro a los judíos exiliados
en Babilonia que les permitió volver después de 70 años para construir el
Templo de Jerusalén, ambos casos incomparables por las razones obvias que han
dado lugar a ambas disgregaciones. El tiempo transcurrido, la convivencia de
varias generaciones de las cuales las primeras se esforzaron en mantener viva
la identidad y la forma en que este exilio se ha creado y desarrollado en
nuestros días, está produciendo una alteración de las relaciones naturales de
los componentes que conforman la nación y de cómo se estructuran las mismas.
Hay muchos ejemplos de este deterioro que enumerar y comentar alargaría
demasiado este artículo, pero del que la mejor expresión puede ser la actitud
que una parte del exilio mantiene en relación de víctimas con el síndrome de
Estocolmo con la que son sometidas por el Gobierno. Si las diásporas judías
estaban vertebradas por la Tora, la diáspora cubana se halla unida por esos
elementos individuales y colectivos que han conformado la nación, pero de los
cuales la Revolución ha hecho una manipulación a la medida de sus intereses de
preservación del poder.
Uno
de los nuevos problemas que se avecinan para el cubano es el de la otra Cuba
que se está pre-configurando fuera de la isla porque no se puede saber cómo
encajará dentro en una Cuba pos-revolucionaria. No es una isla política como lo
fue la que surgió de las aguas con las primeras oleadas migratorias y que se
mantuvo yendo hacia afuera en un flujo constante, con un caudal mayor o menor y
en una dirección casi única hasta lo que se conoce como el “Maleconazo” en
1994. Gran parte de los cubanos que se marcharon antes y después de que las
nuevas leyes migratorias se volvieran más permisivas llevan un balsero dentro,
no importa cuál haya sido el medio que habrían usado, y aunque se hubiera
querido darle un matiz despectivo es una condición que debería situar al
exiliado en una posición diferente frente a la nueva dinámica que ofrece el
Gobierno cubano. El exilio cubano, en definitiva, no es otra cosa que el gran
naufragio de un país y un sinnúmero de náufragos con distintas suertes, que han
tenido que sobrevivir a situaciones de desarraigo, sacrificio y frustración no
siempre bien contadas y que han creado un mito que alimenta los deseos de
cambiar sus vidas para muchos fuera de la isla abandonada. Al contrario de
lo que sucedía hace unos años, hoy el exilio es un conjunto de islas fuera de
la isla mayor que en un futuro tendrán una importancia relevante o fundamental
en el destino de Cuba, lo superlativo dependerá de cuánto demoren los cambios
que llegarán tarde o temprano, cómo sean esos cambios y cuáles los objetivos.
El eje de la acción política del Gobierno ha cambiado de orientación,
desplazándose de adentro hacia afuera, afuera está la salvación ya sea dándole
la mano al antiguo enemigo o apadrinando un régimen como el de Venezuela, y la
política exterior que antes se concentraba en hacer valer y exportar la
ideología mediante un argumentario basado en “los logros de la Revolución
socialista”, la amenaza imperialista y la solidaridad con movimientos cívicos y
armados del Tercer Mundo, ahora pide que el exilio reconvertido por el orgullo
y la nostalgia les dé de comer.
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