lunes, 7 de mayo de 2018

LLEGARON LOS ORDENADORES Y LAS MEMORIAS




Por Pascual Garcias.                Hubo un tiempo en que las cosas, en general, eran más sencillas. Por ejemplo, en el ámbito gastronómico, nuestras madres cocinaban todos los alimentos de temporada y en casa se comía de casi todo. No había libros de recetas culinarias ni de consejos de salud alimentaria. 

Comíamos y punto y, como dice mi padre, nosotros mismos sabíamos lo que nos sentaba bien y lo que nos sentaba mal. 

Cuando yo empecé a emborronar papeles, allá por mi adolescencia, con un bolígrafo y un cuaderno sobraba, y más tarde incluso pudimos permitirnos el lujo de una máquina de escribir, que yo compré con el dinero de mi primera beca en el instituto y con la que pergeñé mis primeras cosas; luego todo fue mejor pero mucho más complicado: llegaron los ordenadores, los programas, las memorias, los discos duros y el copón de Bullas, y hoy uno necesita hasta segundo de ingeniería informática para valerse en condiciones  medianas delante de una pantalla. Ya no vamos de vinos y de cervezas, sino que catamos añadas, variedades de uvas y cosechas del mismo modo que no nos calzamos un zapato cualquiera ni nos vestimos con un traje normal, sino que todo tiene su nombre propio, su marca exclusiva y siempre cara, porque hemos entrado hace años ya en un ámbito de sofisticación y exclusividad, de especialización y destreza fuera de lo común, que tal vez no nos permita ser felices del todo

"En tiempos de mis abuelos y de mis padres, hombres y mujeres se iban a la cama a pasarlo bien, a disfrutar del juguete más preciado y más barato..." 

que Dios nos concedió en un acto de generosidad infinita, aunque tal vez inmerecida y desproporcionada, porque, andando el tiempo, no siempre hemos sabido honrar esta habilidad, este tesoro misterioso, servicial e insólito que tantas satisfacciones nos ha proporcionado a hombres y mujeres desde el albur de los tiempos (ya tenía yo ganas de escribir esto en alguna parte). Pero hoy, ya digo, todo resulta más difícil, y lo que más, el sexo, la práctica natural del regocijo de nuestro cuerpo, la atención a la llamada de la ley de la especie, el cumplimiento de un mandato tan antiguo como imprescindible, el arte de la piel y el dispendio de nuestros propios fluidos, porque hoy todo son teorías, manuales, descubrimientos, métodos y técnicas que uno debe conocer de forma inexcusable para ser feliz en la cama y, lo que al parecer resulta más importante, para hacer feliz a la otra, y cuando uno necesita estudiar un cursillo para disfrutar con el sabor de un helado de turrón o de un café granizado es que hemos perdido el norte del todo y algo va fatal. Prolegómenos, lugares donde aplicar la caricia, tempos, ingeniería de posturas, velocidades y superficies; cambios de ritmo, puntos principales de la intensidad escondidos como los arcanos de la sabiduría, pero, según dicen, seguros y efectivos como el maleficio de una bruja antigua. Y todo ello combinando la salud del cuerpo ejercitado en mil gimnasias, la buena alimentación y el conocimiento minucioso y profundo de una amplia gama de filosofías, místicas de la carne y consejos médicos, psicológicos, anatómicos y casi, casi metafísicos. Y cuando uno llega al catre, zas, va y se te borra todo, como en los innumerables exámenes del instituto; y se te oscurece la mente, se te agarrotan los miembros y se te seca la boca y te conviertes en un mar de dudas, aunque en esos instantes no temes haber perdido el tiempo y malograr las expectativas que te habías formado sobre la noche que se avecinaba en compañía de tu nuevo amor, sino, sobre todo, decepcionar a la otra, que ya había empezado a barajar una puntuación del cero al diez y casi, casi que, a buen seguro, te va a poner un no presentado.

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