"El mundo, luego del clamor de la revolución francesa, no ha dejado de moverse entre izquierdas y derechas.."
En esta
respuesta, puede estar la solución del conflicto o el despeñadero de la nación
Colombia fue en
busca de un nuevo presidente y otro rumbo para la nación. La mayoría, gracias a
ese privilegio a veces tan frágil que es la libertad, hizo lo
correcto: votó con sensatez.
La desgracia que
azota a sus vecinos venezolanos, antes orgullosos de su quimera
petrolera, es un inevitable ejemplo de que los caminos de la izquierda
regional, sino todos, la mayor parte terminan en miserables
autoritarismos, en las últimas dos décadas disfrazados de vulgares
democracias.
El mundo, luego
del clamor de la revolución francesa, no ha dejado de moverse entre izquierdas
y derechas. La derecha, con sus errores y virtudes, suele apostar a
la conservación de los mejores valores adquiridos por las sociedades.
Mientras que la izquierda, con su utópico radicalismo social, busca
subvertir y apestar esos valores, basándose en un sofisma repetido hasta la
saciedad: los ricos, que son la minoría, tienen la culpa de la pobreza de la
mayoría. De esta falacia, eficaz y ancestral, nacen todos los populismos.
Con Juan Manuel
Santos, Colombia ha retrocedido. Traicionando lo que Álvaro Uribe había
conseguido, sobre todo en términos de seguridad y, por ende, economía, Santos,
echando mano al populismo, volcó el espíritu de la nación en una
especie de contienda social, casi divida entre los que aplaudieron la aceptación
de la impunidad a través de un aparente Tratado de Paz arbitrado por el
castrismo, y quienes se aferran a la salvaguarda de la justicia y las
libertades, sin las cuales la democracia es mero circo, y el progreso, en vez
de realidad y faena, se torna un espejismo.
Los colombianos
con Uribe comenzaron a curarse de las heridas de las guerrillas comunistas y
del virus del narcotráfico, pero con Santos han quedado socialmente afectados,
doblemente heridos. Por ello en primera vuelta votaron mayormente a Iván
Duque, a quien no pocos ven como continuador del trabajo de Uribe. Imagen
que le ha ayudado, sobre todo ante la nefasta gestión de Santos y los pobres
argumentos de los enemigos de Uribe.
Pero ojo: es
preocupante que Gustavo Petro, candidato que representa la amenaza del
socialismo del siglo XXI y uno de los peores alcaldes de Bogotá en los últimos
tiempos, obtuviera una cantidad de votos que hacía años la izquierda no
lograba en este país. No pocos se preguntan: ¿Cómo consiguió esos votos?
La campaña del
peligroso Petro, quien el próximo 17 de junio irá a segunda vuelta con Duque,
ha estado marcada por discursos de odio, división, agresión, cada vez
más parecido a sus maestros de la expropiación, Chávez, Castro y compañía,
a quienes se niega a llamar dictadores.
Últimamente ha
cubierto su uniforme de terrorista del M-19 con postulados e imágenes de Luis
Carlos Galán. Pero amén de manipulaciones, chapuzas, falsas promesas y
aprovechables grietas entre los estratos sociales, hay un elemento
esencial que le abre la puerta a estos personajes: la educación.
Mientras más
gente educada (no adoctrinada), menos posibilidades tiene el engaño.
Mientras menos importancia se le preste a la ignorancia, y la corrupción se
imponga a las necesidades, más peligro correrá la democracia, que ojo,
como la libertad nunca será un estado de gracia, sino una eterna
pelea.
Colombia, por una
evidente cuestión geopolítica, hace rato está en la mira del eje del mal, cuyo
centro es La Habana. No pocas veces se ha denunciado la injerencia cubana en
Colombia. Temerosos hoy de las graduales crisis en Venezuela y
Nicaragua, tratarán desesperadamente adueñarse de Colombia por la vía electoral.
Astucia de estos regímenes, que ya en el poder bien conocemos lo que hacen.
Timochenko no tenía futuro. Petro, que es el cepo electoral del terrorismo y el
narcotráfico.
Bajo las riendas
del guerrillero Petro, Colombia sería trasformada en la nueva Venezuela. Las
dictaduras del socialismo del siglo XXI no pueden sostenerse estando
aisladas. Como sanguijuelas buscan articularse en sociedades prósperas
para reabastecer un proyecto incapaz de fundar riqueza, cuya verdadera
experiencia es timar y defalcar.
Observemos los
votos, que hoy pueden hablar por los colombianos: Iván Duque (Partido
Centro Democrático): 7.569.693 (39.14%), Gustavo Petro (Coalición
Petro Presidente): 4.851.254 (25.08%), Sergio Fajardo (Coalición
Colombia): 4.589.696 (23.73%), Germán Vargas Lleras (Coalición
#Mejor Vargas Lleras-Ante Todo Colombia): 1.407.840 (7.28%), Humberto
de la Calle (Coalición Partido Liberal Colombiano-Partido Alianza
Social Independiente Así): 399.180 (2.06%), y Jorge Antonio Trujillo (Movimiento
Político Todos Somos Colombia): 75.614(0.39%).
No es tiempo de
lamentar si nuestro candidato no irá a segunda vuelta. Que Colombia siga siendo
libre, es lo importante. Se impone ahora el “voto útil”, un recurso que
olvidamos con facilidad, vapuleados por la propaganda, ensimismados en
criterios personales o frenados por la apatía. Abismos de los que siempre
se aprovecha la izquierda, habilidosa y tozuda.
Los partidarios de
quienes no pasaron a segunda vuelta, no tienen otra mejor opción que votar
por lo que suponen será el candidato menos peligroso, el más conveniente
para el futuro de Colombia, sobre todo si desean volver a votar con
libertad. De eso se trata también la democracia.
Los más serios
diarios de la región, dan por sentado que la pregunta clave ahora es a quién
votarán en segunda vuelta los seguidores de Fajardo y De la Calle, que suman
cinco millones de votos. ¿Votarán Duque o Petro? Pero dudas
como estas no salvan un país.
La interrogante
cardinal que enfrentan los colombianos es cómo hacer para que la
mayoría de los partidarios de Fajardo y De la Calle voten ahora por Iván Duque.
En esta respuesta, puede estar la solución del conflicto o el despeñadero de la
nación. Me aferro a pensar que la Colombia sensata, ante el terrible espejo
de Venezuela y otros vecinos arrasados por el socialismo, no se equivocará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario