domingo, 7 de agosto de 2016

FUGAZ CRONICA DE UN PUERTECITO MARINO

Una leyenda cubana        1800 en lo adelante:
A cargo de René León
   Se fuga de una señorial casa de la ciudad de Trinidad la esclava negra María Aguilar. Se refugia en una cueva del alto paredón de la costa de Casilda. Recibe ayuda de otros esclavos para mantenimiento. Con el transcurrir de los años y ya libre la Isla del yugo español, el nombre y apellido de la ya desaparecida fugitiva quedó como patronímico popular del bello emplazamiento.
    El barco “Salvador”, en dos ocasiones trajo expedicionarios para la liberación de Cuba. La segunda expedición  vino al mando de Fernando López de Queralta.  De estructura de hierro y con ruedas de paletas a los costados, abandonado después del desembarco, quedó al garete, encallando en un bajo. Como obstruía el libre desplazamiento de embarcaciones y varias, en la noche chocaron con el casco, fue remolcado y fondeado fuera del canal de entrada del puerto de Casilda. Fue dejado como una atracción de mito y leyenda para asombro de los visitantes nacionales y extranjeros. La acción del agua salobre fue comiendo con lentitud, pero inexorable, la armadura de hierro. Los sobresalientes herrajes eran utilizados por las Corúas, como dormitorio.
 Veteranos de la guerra de Independencia de 1895: Juan Salceiro, y Antonio Argüelles.

     1900 en lo adelante:
   La prensa y la radio emitían constantes comunicados del ciclón que tocaría tierra en contadas horas presentando un real peligro para el puerto de Casilda y el de Cienfuegos, situados en la costa Sur de la provincia de La Villas.
  Dos horas más tarde la radio informaba que el vórtice de la fuerte tormenta tropical pasaría por el mismo centro de Casilda. Se recomendaba la evacuación inmediata de los residentes del pueblo.
  –Casilda está expuesta a desaparecer–, comentó en la prensa el Padre Goberna.
  Como en casos similares, –el ciclón que arrasó a Santa Cruz del Sur, en la provincia de Camagüey, en 1933–, los vecinos de Casilda hicieron poco o ningún caso en la advertencia emitida por el Observatorio de la Marina de Guerra, ubicado en el ultramarino pueblo de Regla, en La Habana. Contados poblanos por miedo o precaución, comenzaron a desplazarse hacia la ciudad de Trinidad, asentada en un lugar más alto y menos peligroso que Casilda, situada a 10 minutos del puerto, 4 kilómetros o 1 legua de distancia.
  El tren, con la caldera encendida, y el humo negro de su chimenea por el fuerte viento se precipitaba hacia adelante o se arrastraba entre las paralelas o hacía giros en todas direcciones, permanecía en constante vigilia en la estación del ferrocarril de Casilda.
  Cuando el ciclón ya convertido en furioso huracán comenzó sus primeras arremetidas sobre el puerto, acompañado de copiosa lluvia, vientos enloquecidos que levantaban grandes olas, los ya temerosos habitantes comenzaron a tropel a tomar el tren, autos, camiones, caballos, y muchos a pie, sobre las doce de la noche, con rumbo hacia Trinidad.
  La máquina resoplaba, avanzaba lentamente, se detenía para que los hombres limpiaran la vía de árboles caídos sobre los rieles. Los autos y camiones quedaron atrapados entre los grandes Álamos, todos venidos a tierra, por los violentos puñetazos del gigantesco elemento del mar de las Antillas. Los caballos aterrorizados, se negaban a caminar. Fueron abandonados. Y sus amos se sumaron a los temblorosos caminantes, encorvados por las ráfagas, la lluvia, y la intensa obscuridad y los obstáculos. La negra noche sólo era penetrada por el súbito golpe de la luz de los relámpagos.
  Los pasajeros masculinos del tren que tenían que hacer por minutos cadenas humanas para rescatar a sus coterráneos de a pie, para ayudarlos a subir el terraplén.
  El agua del mar y la torrencial lluvia comenzaron a posesionarse de las calles y casas. Por la calle Valdespino, en el barrio El Perché, lugar donde se hallaba instalada la Oficina de Correos y Telégrafos, dos solitarios y audaces pescadores, atemorizados y tiritando, en su lento avance vigilaban varias sombras larguísimas, vociferaba el más viejo.
  –…parecen enormes serpientes negras. Tenemos que escapar de Ellas–, vociferaba el más viejo.
  A la luz deslumbradora que por segundos emitió un relámpago, se dieron cuenta que se trataba de los delgados y altísimos pinos sembrados a la entrada de las casas de ese barrio, que doblados por la fuerza del viento se doblaban y arrastraban por la tierra.
  El agua llegaba a un metro de altura, Hasta la Plazoleta llegaba el agua. La lluvia tenía ya un gusto salobre.
  El tren que había partido con su última carga humana a las 12 de la noche de Casilda, llegó  las 6 de la mañana a Trinidad. Un viaje regular de sólo 10 minutos, se hizo casi eterno.
  Cuando a las 10 de la mañana, las nubes corrían desbocadas y revueltas casi al alcance de la mano, se hizo un poco de claridad, los vecinos que no abandonaron el lugar se dieron cuenta de la magnitud de la tormenta que les azotó.
  Todos los enormes Álamos que adornaban ambas orillas de la carretera que conducía a Trinidad, fueron desarraigados y obstruían la comunicación entre el puerto y la ciudad. Las cañerías del agua potable, rotas. Los pocos postes con el tendido eléctrico, partido por la base. Toda la arboleda se hallaba mustia. Casi seca. Como si un aire muy caliente las hubiese escaldado. Las casas humildes, hecha de madera y ya viejas, derrumbadas. La ropa, como los muebles, inservibles.
  Los que regresaban a pie de Trinidad siguiendo el terraplén de la línea férrea y los que se quedaron en el puerto, de inmediato fueron a examinar los daños causados en los muebles y embarcaciones. De las embarcaciones algunas tenían daño, otras estaban hundidas.
  Si para el montero el caballo es su orgullo; si para el cazador su equipo y perro es causa de envidia; para el humilde pescador su embarcación, bote o chalana, es su verdadera alma; donde ellos encuentran tristezas, esperanzas y alegrías.
  Cuando tres días después pudieron registrar los manglares se toparon que las boyas de Bajo del Medio y algunas patanas de gruesos maderos y de hierro se encontraban en la Boca de la Marea y en la laguna de Díaz Méndez, que por corrupción del lenguaje era conocida como Diezmones.
  La goleta Restauración y La Marmuta la encontraron varada en la Boca de la Marea.
  No hubo muertos. Si golpeados por las tejas y las planchas de cinc en la cabeza, brazos y piernas. Y un escarmiento terrible, en un futuro, para cuando se diera la voz de evacuación.
  Después, el ingente trabajo, a base de troncos de árboles utilizados como rodillos para poner debajo de la quilla de los barcos y patanas; el empuje de las embarcaciones con palos gruesos a modo de palancas, el desbroce de la ruta a seguir para salvar las naves de su posible pudrición. Cabos, fango, rudimentarias cabrias, sudor, resoplidos, músculos tensos, torsos desnudos, picadas de mosquitos y jejenes, harina de maíz, un pedazo de pan y un poco de carne; después, el clamoroso triunfo colectivo y el gozo personal de haber arrancado otra patana; goleta, barcos de pesca, de su prisión.
  En la carretera, los campesinos con ayuda de incontables yuntas de bueyes, limpiaban el camino de los grandes álamos y de otros árboles que entorpecían la comunicación con Trinidad y Casilda, o viceversa.
  Cuando de la ciudad de La Habana pudieron conocer que el puerto de Casilda, seguía en pie y con vida sus residentes, no daban crédito a las noticias traídas por los viajeros que arribaban a la ciudad de Trinidad y Sancti Spíritus.
  El Padre Governa, era el más interesado en conocer sobre el terreno el hecho inaudito o el gran milagro. De inmediato se dio cuenta que el hecho sobrenatural se debía a una causa terrenal y topográfica: la gran barra estrecha, larga de inmejorable arena que protegía como barrera natural al puerto y sus habitantes, y que como magnífica playa era nacionalmente  conocida como La Playa del Ancón, y después, por el macizo montañoso de El Escambray que se alzaba de la histórica ciudad de Trinidad, perteneciente a la gran cordillera de Guamuhaya, había desviado la mayor fuerzas del huracán hacia la ciudad y puerto de Cienfuegos, colindante a más de 70 millas, por la costa sur, de Casilda.
  El huracán del año 1935, no tuvo suficiente fuerza para hacer desaparecer a Casilda, pero el meteoro comunista de 1959, ha hecho temblar sus cimientos.
  Quizás el futuro le devuelva su alegría, su sincera hospitalidad y  la libertad.
 
El Perche: jocosidad poblana con el significado de:
Donde se acuestan dos y amanecen tres”.

 

 

1 comentario:

  1. MUy buena esta historia de ese huracan. Todas estas historias del senor Leon son muy interesantes y hablan se puede decir sobre nuestra Cuba del Ayer.Yo pase ese huracan en Casilda y fue terrible. Gracias Rene por estoy tristes que me has traidos ya en mi vejez. Gracias.
    Manuel Gonzalez (veguita)

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