sábado, 20 de agosto de 2016

MI MUERTE NO CAMBIARA LOS DESTINOS DE CUBA

Narciso López
(Tomado de Huellas de Gloria,  Frases Históricas Cubanas,
Emeterio S. Santovenia, Editorial Trópico, La Habana, 1928)
Por Rene Leon Historiador y Poeta

 Iniciada el 13 de septiembre de 1798, la vida de Narciso López tocó las más contradictorias situaciones en el problema de la emancipación americana. En su juventud encontró a Venezuela, su patria trabajando por hacerse libre. Su lanza se alzó para ayudar a los enemigos de la independencia. Continuando al servicio de los ejércitos reales, luego de ser expulsados de Venezuela, pasó a Cuba y a España. En España obtuvo concepto de militar aguerrido y valiente y altas preeminencias. Trasladado a Cuba y nombrado teniente gobernador de la jurisdicción de Trinidad, allí tomó su evolución hacia los principios antes combatidos. Por su Por su compenetración con los gobernados, negándose a emplear la opresión burocrática propia de aquella época de la historia de Cuba, fue separado del cargo. Rompió entonces, en el mundo de sus pensamientos, la alianza que a España lo había unido. Los incondicionales de España, a su turno, lo espiaron, lo persiguieron, lo acosaron. Surgieron así dos bandos irreconciliables. Tras el fracaso del movimiento que debió estallar en Las Villas a mediados de 1848 y la toma de Cárdenas el 19 de mayo de 1850, empeñando López en no abandonar el proyecto de arrojar de Cuba a las autoridades españolas, sobrevino la expedición del Pampero,  generadora de una lucha encarnizada, sin cuartel entre el caudillo y sus adversarios.

      Comprendió Narciso López, apenas organizadas las operaciones que siguieron a su desembarco en las Playitas del Morrillo, el 12 de agosto de 1851, que el país no lo secundaba. En Vuelta Abajo, de igual modo que en Puerto Príncipe y en Trinidad, el pueblo no había penetrado en el sentido de la revolución, ni se había detenido, consiguientemente, a analizar la pureza de los medios empleados ni el alcance de sus consecuencias. No faltaban defensores del ideal cubano, prontos a la inmolación. Pero no se experimentaban los efectos de la acción intensa de un partido o la extraordinaria de un apóstol. Los conspiradores de la víspera abandonaron al invasor. Los españoles, en diversas columnas, echaron numerosas fuerzas sobre él, que se alejó de Las Pozas, se internó en el bosque, peleó en el asiento de El Cuzco, vivaqueó en Peña Blanca, repelió fiera acometida en el cafetal de Arrasti y sostuvo en el de Frías combate contra otro general, Manuel de Enna, quien, mortalmente herido, no tardo en sucumbir. La desgracia lo condujo a saber cómo sus soldados, hechos prisioneros en Bahía Honda, en Candelaria, en San Cristóbal, en plena selva, eran fusilados sin forma alguna de proceso. Realizó un postrer esfuerzo en Manitorena al enfrentarse a las tropas mandada por Elizalde. Disperso el contingente insurrecto, vagando a la ventura, ya por el demolido ingenio Aguacate, ya por las serranías de Arroyo grande, en la vertiente meridional de la cordillera de los Órganos, por cumbres casi inaccesibles, bajo los rigores de un cruel temporal de agua, fue López a caer en manos de un traidor, protegido suyo de otros días, José Antonio Castañeda, quien lo entregó, en Pinos el Rangel, el 29 de agosto de 1851, a sus enemigos.
      La campaña de Vuelta Abajo, no menos desastrosa que breve, sirvió a los adversarios de la independencia de Cuba para asestar el golpe de gracia a los esfuerzos redentores realizados por López. Apenas enterados de su proximidad a playas cubanas, se excedieron en diligencias para recibirlo con hostilidad. A despecho de sus afanes, de la actividad de sus tropas y del denuedo   Morrillo, hasta el trance de Pinos del Rangel, el infortunio se obstinó en perseguir a los expedicionarios del Pampero.
     La furia de los intransigentes se desató sobre Narciso López tan luego como se consumó el desastre de Pinos del Rangel. Una vez aprehendido, lo trasladaron de San Cristóbal a Mariel, pasando por Guanajay, donde un español noble, Manuel Bustamante, tuvo abiertos sus brazos para el caído. De Mariel a La Habana lo condujeron en el bajel Pizarro. A las ocho de la noche del 31 de agosto llegó López a la capital de la Isla. Todo, a partir de ese momento, fue tormentosamente acelerado. En las horas transcurridas de las once de aquella noche a las siete de la mañana del 1ro de septiembre de 1851, entró en capilla, dictó sus disposiciones de última voluntad y subió las gradas del patíbulo, levantado en el campo de La Punta. . Al borde ya de lo desconocido, brotaron de sus labios estas palabras proféticas:
           Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba.
 
 

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