A
este momento, la mañana del jueves 13 de octubre, abandonado por el Partido
Republicano, es difícil que Donald Trump conquiste los 270 votos electorales
para llegar a la Casa Blanca.
Debíamos
respirar aliviados. Trump nos hubiera dado una presidencia abrasiva,
escandalosa, estéril, por decir poco. Sin la profundidad, la paciencia, la
humildad y el capital político para guiarnos por un mejor rumbo. Pero, y en
este “pero” nos asomamos al abismo, Hillary Clinton sólo conseguirá empeorar
los problemas que Trump está incapacitado para resolver.
Si
el conocimiento de los personajes y la observación de los acontecimientos de
hoy dan pie para pensar en los escenarios de mañana, puede que al cabo de
cuatro años con Clinton acabemos por estar más solos en el mundo y mucho menos
unidos en casa. Más débiles militarmente. Quizás hasta más pobres. La izquierda
se moverá todavía más a la izquierda de Bernie Sanders y el ultranacionalista
discurso de Trump acabará convocando la nostalgia por una era de cívicas
moderaciones.
TRUMP POSEE EL GENIO DE LOS GRANDES ESTAFADORES. TE VE CON UNA
PIERNA ROTA Y SE HACE PASAR POR ORTOPEDA, PROBABLEMENTE CON ÉXITO
Al
ciudadano informado y responsable, ese ciudadano que realmente transforma la
sociedad, le toca en estas elecciones la degradante obligación de taparse la
nariz y votar por lo que considere el menor de dos males.
Trump encarna lo peor del capitalismo patrimonial. Por momentos, revive la caricatura
de los desfachatados y rapaces capitanes de la industria y la banca de fines
del siglo XIX. Posee el genio de los grandes estafadores. Te ve con una pierna
rota y se hace pasar por ortopeda, probablemente con éxito. Así como en los
negocios ha salido adelante a fuerza de encontrar la excepción en la ley y la
oportunidad en el vacío dejado por competidores más escrupulosos o prudentes,
ahora ha sacado provecho de la imposibilidad de Clinton y los otros candidatos
republicanos para expresar la radical insatisfacción de millones de
estadounidenses.
Esa
brecha le ha permitido alzarse como la única voz en estas elecciones clamando
por la indignación de muchos ante el frenético asalto contra el imperio del
orden, la descalificación de la preeminencia inherente al mérito, la concesión
de fondos, leyes y espacios sociales en virtud de la queja oportunista, y la
gradual institucionalización del rechazo a lo que una elite de artistas,
informadores, intelectuales y activistas identifica perversamente como la
cultura del hombre blanco. Una voz demagógica, sin duda. Pero que ilustra una
alarmante deficiencia: hemos tenido que esperar a que venga un pillo a llamar
las cosas por sus nombres.
HILLARY Y BILL SE HAN CONVERTIDO EN EL EPÍTOME DE LA NARCISISTA SED
DE CONTROL, LA ARROGANCIA INTELECTUAL, EL CÍNICO PATERNALISMO, EL DESPRECIO POR
LOS HECHOS Y LA HIPOCRESÍA DEL ESTABLISHMENT LIBERAL
El
voto por Clinton irrita la conciencia de quienes compartimos importantes
aspectos de la agenda demócrata. Como en una fábula que alecciona sobre la
corrupción intrínseca a todo poder, Hillary y Bill se han convertido en el
epítome de la narcisista sed de control, la arrogancia intelectual, el cínico
paternalismo, el desprecio por los hechos y la hipocresía del establishment liberal.
Un establishment que refuerza su identidad en la espontánea
conjura para excluir del debate comunitario, el circuito de las artes, la
academia y los principales medios de opinión a todo aquel que piensa diferente,
sin importarle que sea negro, blanco, hispano, homosexual, heterosexual o
parapléjico.
Se
ha dicho que Trump es el hombre del cambio y Clinton la mujer del plan. La
ceguera partidista omite el potencial catastrófico de los respectivos
candidatos. ¿Hemos pensado en los peligros del plan necesario para realizar el
cambio de Trump? ¿Hemos pensado en los peligros del cambio que nos traería el
plan de Clinton? En medio de la desesperanza, una certidumbre: primera vez de
nuestra historia en que, gane quien gane, vamos a perder todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario