El que piense que en aquellos tiempos de la
colonia no pasaba nada en la ciudad. Se equivoca. Si pasaron sucesos horribles.
La maldad humana no tiene límite. La historia que les voy a contar sucedió allá
por 1878. Un malvado conocido por Carlos Ayala y Agama, pardo libre, degenerado
sexual que abusaba y luego asesinaba a solo niños o niñas. Ayala siempre iba
vestido según cuenta la historia de “blanco”, de su cintura colgaba un fuete y
un afilado cuchillo. Trataba de esconder su cobardía. Había desaparecido una
niña. Se avisó a las autoridades, que con los vecinos empezaron a buscar a la
niña, otra ya había desaparecido, nunca aparecieron. Varias personas fueron
asaltadas. El capitán de la guarnición puso en alerta a los voluntarios y
milicias. Se ofreció una recompensa de 50 monedas de plata.
Las
autoridades prenden a un chino al que acusan de robo y crimen. El pobre chino
sólo decía “llo no mtle no vodi”. Le
pedía a Confucio que le ayudara, eso dijo un guarda de la cárcel y se lo dijo luego
al oficial; que el chino tenía un cómplice que se llamaba Konfucio. Al fin cae
la sospecha sobre Ayala. Una señora que fue a un baile al volver a su casa le dio
un “trancazo” y le robaron todo. La dejaron media desnuda, pero como era muy
mayor se salvó. El pobre “chino” estaba preso, nadie podía acusarlo.
Un
día se aparece en una bodega Ayala con las manos ensangrentadas a comprar
aguardiente. Diciéndole al dueño que
había “matado un cochino”. Al caer en sospecha con el bodeguero, este manda a
un dependiente avisar a las autoridades, siendo apresado Carlos Ayala,
presionado por las autoridades confeso sus crímenes.
Ayala
se refugiaba en una cueva cerca de la calle de la Popa y con acceso a la Loma
del Indio, como era conocida, llamada después como “La Cueva de Carlos Ayala”.
Tenía una entrada ancha, rodeada de muchas piedras, que vi en el año de 1952.
Estaba oculta, de afuera no se veía nada. Dentro de la cueva Ayala tenía una
choza de madera, con cama, sus utensilios para los sacrificios macabros. Las
autoridades encontraron numerosos huesos humanos de niños. Prefería niñas, las
violaba y luego se comía su carne. Allí ese día de su detención encontraron a
una niña que le había arrancado sus pechos a mordidas. Se declaró culpable de sus
crímenes y de los robos que había cometido.
Culpó
a su tío, cosa que no era verdad. Fue juzgado y condenado a muerte. Fue
defendido por el abogado Dr. Manuel Cantero. Ayala simulaba ataques de locura,
para no ser condenado a muerte. Fue condenado a morir en el “garrote”. Se hizo
el loco, hablaba en lengua de ñáñigos. Atacaba al sacerdote cuando venía a
verlo. El verdugo que era negro le cogió miedo y rehusó matarlo. El padre de
una de las niñas asesinadas por él, se ofreció para ajusticiarlo. Era el 16 de
febrero de 1882.
Para
cambiar de tema. Esta historia es diferente pero muy interesante. Cuentan que
llegó a Trinidad el Filadelfiano William Baker, que pasó a la historia de
Trinidad, como Guillermo Becquer. Famoso terrateniente y naviero trinitario,
que amasó una fortuna. Odiaba al Rey de España, y como desprecio al Rey,
deseaba pavimentar un salón de su nuevo palacio con monedas donde aparecía la
cara del Rey para pisotear su cara todos los días en muestra de desprecio. Como
es natural no lo hizo por advertirle las autoridades que si lo hacía podía
tener un “viajecito” preso a Chafarinas”. Uno de los bisnietos dijo que todo había sido una idea o antojo
pasajero.
Perdón,
se me olvidaba algo muy importante. Al cabo de los días fue puesto en libertad el pobre chino que fue acusado de asesinato y
luego perdonado. Pues bien. Se fue para La Habana, y se puso a trabajar en una
lavandería en la calle de Zanja, famosa años más tarde. Al pasar el tiempo
abrió una lavandería que se llamaba “La siempre viva”.
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