sábado, 27 de abril de 2019

MARTI, FRANCIA Y SARA BERNHARDT


"No se trataba de un viaje de turismo a Paris; sino de una en la que se jugaba la vida..."

Por Santiago Cárdenas.

El París que conoció Martí luego de cinco años  de ausencia era muy diferente al de la post Guerra Franco-prusiana y al de la Comuna. La Exposición Mundial  de 1878, el año precedente a su arribo, a la que concurrieron trece millones de personas, le había dado un nuevo rostro a “la capital del mundo”. En la Avenida de las Naciones, de 800 metros de largo, se exhibió la cabeza de la estatua de La Libertad antes de ser  enviada  a los EEUU.; el teléfono de  Bell y las dinamos que generarían la luz eléctrica, entre otras novedades sensacionales. En pocas palabras: fue el inicio de la Bella Época Europea.
Martí había refinado el francés, idioma que le gustaba mucho; en el “que acostumbraba  a pensar “, según le decía a Mercado. Después de la traducción de Mes Fils que le encomendó Víctor Hugo en el viaje precedente, se había acercado  más a la cultura  francesa  ocupándose de  la crítica literaria de Flaubert y de Zolá.

No se trataba de un viaje  de turismo a  París; sino de una fuga en la que se jugaba la vida.
El  Alfonso XII atracó en Santander el 11 de octubre de 1879.  Martí que había sido deportado de Cuba por segunda vez, hizo el viaje de  quince días custodiado por dos oficiales españoles de la mas alta seguridad.  A su llegada fue llevado directamente a la cárcel donde se  enteró que dos días antes se había firmado  la orden  para enviarlo a Ceuta. Por uno de esos pasajes olvidados y sorprendentes  en la nebulosa de la historia, un español  poco conocido: Ladislao Sitien, “un anciano de mirada ternísima y manso aspecto…. Diputado a cortes por Laredo, un distrito de esta provincia”….; Le consiguió la libertad bajo fianza y fue su fiador, con la imposición de reportar cada viernes en la mañana a la Comisaría de Santander.
Más sorprendente  resultó que se le citara  para Madrid  tres semanas después —en las mismas condiciones de  arresto– para una entrevista  con el Ministro de la Guerra, don Arsenio Martínez Campos, que había retornado a España, luego del Pacto de Zanjón.
“El Pacificador”  que estaba en el acmé de su gloria y su poder le ofreció muy educadamente a Martí una cátedra de importancia en  alguna de las mejores universidades de la Madre Patria si desistía de sus luchas independentistas. Él no contestó, ni se comprometió. Olfateó el peligro y esperando un tiempo  prudencial, partió de regreso por tren a Santander, y de allí clandestinamente por el paso de Irún en los Pirineos a Francia, donde penetró en algún momento entre finales de  noviembre  o principios de  diciembre de 1879.
Sara Bernhard, la excelsa, con 35 años  de edad  estaba en la cúspide de su vida artística. Había interpretando a la Reina de España  en el Odeón a teatro lleno,  en  el drama “Ruy y Blas” que Víctor Hugo había escrito  cincuenta años antes;  pero que se había repuesto en escena  en 1871.
Sarah, que era  católica, nacida judía, acostumbraba  a hacer presentaciones  y galas  íntimas para las caridades de su iglesia.  A una de ellas, en el Hipódromo, asistió Martí en  diciembre de 1879  y al conocerla de cerca, –vestida  de  Doña Sol,  “algo achinada, nariz fina y frente arrogante”, a decir de Jorge Mañach en su  biografía,–  quedó  flechado al instante  por su cálida voz de dicción impecable; su láctea piel y su gestualidad histérica. No hubo romance; pero sí un flirteo público muy intenso —no correspondido— con el joven cubano de 26 años, que fue la comidilla del gran público  de la sociedad parisina por algunos días.
José Martí llegó por segunda vez a New York en los primeros días de enero de 1880 para hacer de ésa; su ciudad.  Pocos meses después, en octubre, llegaba Sarah, por el mismo puerto  de la Gran  Metrópoli para interpretar por dedicó varios comentarios periodísticos  a las puestas escénicas de la compañía Bernhardt, pero no  volvió a ver a  la artista.     


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