domingo, 4 de diciembre de 2016

LA CULTURA DE LA MUERTE EN LA CUBA DE CASTRO

SIGUIENDO EL RASTRO…

LATINEWS/Adam Dehoy
El filósofo izquierdista argentino Oscar del Barco 
reconoció: “Los llamados revolucionarios se convirtieron
en asesinos seriales, desde Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, 
hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara.
 El verdadero legado de Fidel Castro, –como remarcan su más incondicionales defensores– no fue su capacidad política, su agudo sentido del oportunismo, y mucho menos sus convicciones ideológicas, o políticas. Características que poseía. El verdadero legado es haber dejado tras sí, un rio de sangre inocente. Hasta enero del 2013, se habían compilado datos como estos:  
 5.700  cubanos fueron fusilados en la Cuba de Fidel Castro.
Hubo 1,203 Asesinatos extrajudiciales.
Se registraron. 2,199 muertos en prisión, por diversas causas
Se contabilizaron 198 desaparecidos.
77,833 “balseros” muertos mientras huían del régimen castrista (aunque no hay datos confirmados, se cree que pudieran ser mas.
 
El castrismo nació –y se ha mantenido– chorreando sangre por todos sus poros. Hoy tras la muerte, de Fidel Castro los que pretender justificarlo, se agarran a un discurso sistematizado, construido a su alrededor, y que intenta obviar todas sus acciones de carácter criminal y elevar únicamente cualidades, que no podrían nunca justificar la esencia de su verdadera personalidad. Nadie, que le hiciera “sombra” sobrevivió; en especial los que en algún momento habían sido sus incondicionales. Porque la verdadera consigna de la llamada revolución cubana, ha sido: FIDEL O MUERTE.
 
RAÚL CASTRO (actual jefe del gobierno) PROMETE MÁS EJECUCIONES

 Raúl Castro comandante y hermano de Fidel Castro
le recordó a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC) en enero de 2013:
Nuestras leyes permiten la pena de muerte,
está suspendida, pero ahí está, de reserva”.
 
JUSTICIA REBELDE
 La revolución cubana fue un movimiento social y políticamente heterogéneo que surgió como reacción al golpe de Estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952. La vía violenta elegida por sus diversos líderes –Prío, Castro, Echeverría, Barquín, San Román– no sólo era un componente de la cultura política insular desde la segunda mitad del siglo XIX sino una opción que, a los ojos de aquellos “revolucionarios”, estaba justificada por el cese de garantías constitucionales en un régimen de facto.
 Sin embargo, como es sabido, durante los seis años y medio que Batista gobernó (1952-1958) no siempre esas garantías estuvieron suspendidas. Aún bajo sus Estatutos Constitucionales, que amarraban autoritariamente la carta magna del 40, Batista restableció dichas garantías en 1954, volvió a suspenderlas en enero del 57 y, luego de un breve restablecimiento, las suprimió nuevamente en marzo del 58. En esos años, los revolucionarios –incluyendo a Fidel Castro– se beneficiaron de las amnistías, del habeas corpus, del estado de derecho y de las libertades públicas que, a pesar de la incuestionable represión, subsistían en Cuba.
 La idea de una revolución legítima, es decir, justificada por un régimen de facto, ganó terreno dentro de la propia oposición pacífica, liberal y democrática de la isla, en buena medida, por la crueldad de la policía batistiana entre el 57 y el 58. –más tarde esta sería superada por los castristas– Es en esa idea donde habría que encontrar el origen de un tipo despiadado de justicia que se presenta como reacción al autoritarismo gubernamental. Frente al estado de emergencia de Batista se colocaba el estado de excepción de la legalidad revolucionaria.
 El tema ha apasionado a filósofos de derecha, como Carl Schmitt, y de izquierda, como Walter Benjamin, y ha llamado la atención, en los últimos años, del pensador italiano Giorgio Agamben. El estado de excepción o de emergencia es entendido, en esa tradición intelectual, como un tipo de legitimidad no democrática que logra el consentimiento de los gobernados sobre la base de una limitación de los derechos políticos por razones de seguridad nacional.
 Los fusilamientos en la Sierra Maestra, durante el primer año de la guerra, son una buena prueba del estado de excepción revolucionario. En 1957, según los cálculos de Armando M. Lago, habrían muerto más hombres por fusilamientos en las montañas –46– que rebeldes por bajas militares: 35. Este contraste tiene que ver, naturalmente, con el hecho de que la confrontación propiamente militar se produjo en el año 58, cuando podrían haber muerto, según los mismos cálculos, 409 rebeldes, frente a 49 fusilados. La mayoría de esos ejecutados no eran soldados enemigos, a quienes se les liberaba para enviar un mensaje amistoso al ejército, sino campesinos orientales.
 ¿Por qué se fusilaba en la Sierra? Los testimonios de los guerrilleros, especialmente del Che Guevara, son exhaustivos. Muchos fusilados eran desertores o informantes, pero también se aplicaba la pena capital por asesinato, robo o violación. Guevara se refiere en extenso a los casos del “chino” Chang, que asesinó a varios campesinos, de Dionisio y Juan Lebrigio, ladrones de víveres y reses, el “bizco” Echevarría, que hacía robos a mano armada en territorio rebelde, y el guajiro Arístidio, ejecutado por haber vendido su revólver y amenazar –sólo amenazar– con hacer contacto con el ejército: “durante los momentos en que el enemigo arrecia su acometividad no se puede permitir ni el asomo de una traición”.
 También habla Guevara de “ejecuciones simbólicas”, como la de tres muchachos, “unidos a las tropelías del chino Chang”, quienes “fueron vendados y sujetos al rigor de un simulacro de fusilamiento”. Pero entre todos los fusilamientos de la Sierra, tal vez, el más emblemático de un estado de excepción fue el de un campesino apodado “el maestro”, referido en un testimonio de Castro que recoge Carlos Franqui en Diario de la revolución cubana (1976). A este guajiro lo fusilan por aparentar haber sido asaltante del Moncada y tripulante del Granma y hacerse pasar por el Che en la zona rebelde, con el fin de seducir muchachas: “¿Quieren cosa más grande? –Fue directo–, no se le hizo juicio. Lo fusilamos”.
 Tras la muerte de Frank País, Castro lanzó la consigna de “todo para la Sierra”, en medio de fuertes tensiones con Ramos Latour. Entre agosto y diciembre de 1957, los fusilamientos cumplieron una función disciplinaria y simbólica en el reforzamiento político y militar de la guerrilla. En esos meses, los choques con el ejército de Batista siguieron siendo escaramuzas, como la toma del cuartel de Bueycito, el combate de Mar Verde o las emboscadas que Camilo Cienfuegos y Efigenio Almejeiras tendían a las tropas de Sánchez Mosquera. Pero el terror revolucionario, unido a la construcción de panaderías, hospitales, talleres y escuelas, surtió efecto y, a fines del 57, ya los rebeldes controlaban un buen tramo de la costa sur de Oriente.
 A eso se unió una aguda caída en la moral del ejército, y en conocidos actos de corrupción donde oficiales de alto rango vendían  información y armas a los rebeldes, como el permitir que la “columna” comandada por Ernesto Guevara, llegara a Santa Clara, sin problemas.
Pero nada de esto evito que el principal elemento de disciplina fuera la amenaza del fusilamiento de cualquiera que no cumpliera a “raja tablas” las órdenes.


 

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