lunes, 4 de abril de 2016

ARTE CUBANO QUE NO ESTA EN VENTA


 Por, Manuel C. Diaz (manuelcdiaz@comcast.net)
Acaudalados coleccionistas de arte de Miami están yendo a La Habana. Lo hacen con tanta frecuencia que ya tienen una rutina establecida. Al mediodía, antes de partir, almuerzan ceviche y anticuchos en el famoso restaurante La Mar de Gastón Acurio, frente a la bahía de Biscayne. Al anochecer, después de visitar algunos estudios privados de la isla, comen arroz y frijoles negros en el paladar La Guarida donde, entre daiquiris y mojitos, una camarera intenta explicarles, sin éxito, el argumento de la película Fresa y Chocolate.
               Hay quienes se preguntan cómo estos mercaderes pueden, al margen de sus intereses económicos, desplazarse sin sonrojo desde los lujosos rascacielos de Brickell hasta los edificios en ruinas del antiguo barrio de San Leopoldo. La respuesta es posible hallarla en el propósito de sus visitas, el cual, según ellos mismos han confesado, no es otro que comprar arte cubano antes de que suban los precios. En realidad, ya están subiendo; por eso tienen prisa. Aun así, todavía es posible comprar obras de jóvenes artistas poco conocidos internacionalmente que las venden relativamente baratas en sus propios talleres. La idea es hacerlo antes de que se den a conocer y terminen siendo representados por alguna importante galería de Nueva York.
A LO QUE ABREU ASPIRA NO ES A VENDERLOS, SINO A DARLE UN ROSTRO A LOS ASESINADOS POR EL CASTRISMO Y PODER EXHIBIRLOS ALGÚN DÍA EN UNA CUBA LIBRE
              Mientras eso ocurre en La Habana, en Barcelona el pintor cubano Juan Abreu se apresta a concluir una serie de retratos al óleo titulada 1959. Hasta ahora, ninguno de esos coleccionistas que hoy regatean en las galerías habaneras se ha interesado por ella. Cómo iban a hacerlo si el título de la serie alude al año en que, con el triunfo de la revolución castrista, comenzaron los fusilamientos en Cuba y los retratos que la componen son, precisamente, los de los fusilados por esa revolución.
               Pero aun suponiendo que se interesasen, la verdad es que no podrían comprarlos. Y es que no están a la venta. A lo que Abreu aspira no es a venderlos, sino a darle un rostro a los asesinados por el castrismo y poder exhibirlos algún día en una Cuba libre. Ya nadie habla de ellos; pero se sabe que fueron miles. El primer año fusilaron a los soldados y policías del gobierno de Batista acusados de haber cometido crímenes de guerra; después siguieron con todos aquellos que se les opusieron. Y ya no se detuvieron. La pena de muerte fue conocida desde entonces como “el paredón”, y nadie volvió a referirse a ella de otra manera: ni los condenados que la recibían con estoicismo, ni el pueblo que la pedía a gritos en las plazas revolucionarias.
              En el taller de Juan Abreu ya no caben los retratos de los que murieron frente a los pelotones de fusilamiento: muchos cuelgan meticulosamente alineados en sus paredes; algunos descansan, entre pinceles y tubos de acrílico, sobre las mesas auxiliares; otros, los menos, permanecen todavía en sus caballetes esperando un último retoque. No importa qué lugar ocupen ni como estén colocados; todos tienen algo en común. Y es esto: el color parece haberlos rescatados de la muerte. Es como si, envueltos en la luminosidad de los amarillos limón y los azules cobaltos, hayan regresado a la vida. A esa que le arrebataron en plena juventud. Ahí está, por ejemplo, Antonio Chao, resplandeciente a sus 19 años, como si mirase de frente a sus verdugos; o Bienvenido Infante, “un joven de gran sonrisa y elegante perfil”, fusilado en el Foso de los Laureles mientras gritaba “Viva Cristo Rey”. También están los retratos –porque Abreu no solo ha pintado a los fusilados, sino a todas las víctimas– de los cuatro Hermanos al Rescate, pulverizados en el aire por órdenes de Raúl Castro. Y, claro, los de los 10 niños asesinados vilmente en el Remolcador 13 de Marzo.
             Todavía a Juan Abreu le quedan muchos retratos por pintar. ¡Son tantas las víctimas! Es un trabajo arduo que toma tiempo, pero él sabe lo importante que es documentar visualmente el horror de las dictaduras. Sabe también que el arte “posee una enorme fuerza redentora” y lo usa para poner “un poco de luz y de belleza en esta etapa tan oscura y siniestra de nuestra historia”. Es por eso que retratar a los fusilados no lo ve como un desafío artístico, sino como “una responsabilidad moral”.
               Cuando este monumental retablo pictórico esté terminado, estoy seguro que ningún coleccionista de Miami viajará a Barcelona para verlo. El arte, para ellos, es un negocio; no una redención. Lo más probable es que Abreu ni siquiera encuentre un espacio donde exhibirlo. No importa. Ya llegará el día en que los rostros de esos valientes y heroicos cubanos resplandecerán con luz propia en su patria liberada. Y podrán, al fin, descansar en paz.
               anuelcdiaz@comcast.net Escritor cubano residente en el sur de la Florida

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