miércoles, 20 de abril de 2016

PAPELITO "JABLA" LENGUA

Por, René León
 “Dulces recuerdos de la infancia que no volverán”
En el año de 1833
La Habana fue atacada por el mal de la “viruela” que ocasiono la muerte a muchos de sus habitantes. A la ciudad llegó un francés, charlatán, borracho y mujeriego. En aquellos tiempos estimaban a estos “franceses” como personas inteligentes.  El sinvergüenza dijo que la enfermedad la habían traído los animales que andaban por las calles,  perros, gatos y otros.
      Sé formó tremendo corre, corre, cazándolos y quemándolos. Todo esto pasaba mientras que el “francés”, andaba viviendo la buena vida. Hasta que un día, supieron que lo habían votado de la Martinica, le dieron tremenda zurra de palos, y se fue en el primer barco que llego a la ciudad.   
        En Trinidad supieron de ella por un visitante que llegó de La Habana. También la muerte se llevó para el camposanto a muchos de sus vecinos. En esta ciudad hubo un caso que ocasiono tremendo  corre, corre. De una mujer que resucito, y hubo que llevarla para su casa y después no lo querían allí. Vayamos para La Habana. 25 de febrero de 1833.
        La ciudad las campanas no dejaban de repiquetear por los muertos, ya eran por cientos. Los médicos no daban abastos. Se comentó que unos esclavos que habían llegado enfermos de áfrica eran los responsable. En tres meses murieron del mal 8,315, y al finalizar el año doce mil personas. El doctor don Manuel Piedra, diagnosticó el mal “cólera morbo asiático”.
     Por las calles, que no se podía decir como nosotros las conocemos, eran de fango. Aquel negro era tío de Saturnino el sepulturero de Trinidad. Llevaba en una carreta toda destartalada los muertos que iba recogiendo. Cada vez que ponía un muerto en su carreta, sacaba un papel y los iba anotando, 13, 14, 15, y así le faltaba poco para llegar el Campo Santo. Se sentía un fuerte malo olor. El mulo ya estaba cansado, este era un segundo viaje. Un loro que su dueño quería que lo enteraran con él cuando muriera, sólo sabía decir “Yo quiero vivir”, “Yo quiero vivir”. El encargado del cementerio después que se fue un hermano del muerto, le dio un trancazo de madre al loro. Sus últimas palabras, como es natural del loro, fue “Me jodieron”. Quiero que sepan son inteligentes los loros.
         Les quiero hacer una corta historia, recordando al loro. Un señor que conocía y era un poco viejo se casó con una mujer joven que estaba “encendida”. Ella siempre decía que adoraba a su esposo. Cuando llegaba su querido tapaba la jaula del loro. La historia es que un día el loro la mujer no cerró la puerta de la jaula, y el muy ca… vio lo que pasaba, al llegar el esposo, le dijo “Taaarrruuuu”. La mujer mato al loro y el marido le dio una mano de golpe a la mujer. Después de esta historia,  y si le regalan un loro, le rompen el pescuezo. 
       La historia del pobre loro no aparece en el libro de Álvaro de la Iglesia. Para darse gusto leerla mejor vea las Tradiciones completas de Álvaro de la Iglesia.
         Pero volvamos al pobre negro. Cuando llegó empezó a bajar los muertos y contarlos, 14, 15, 16,17, y ahí paro pues no tenía más muerto. Miró debajo del carretón, el desgraciado mulo hizo la necesidad en ese momento y lo salpicó. El sepulturero le dijo al negro que sólo pagaba por 17. El negro insistió que eran 18. Y lo que le dijo a quedado en el alcor del lenguaje cubano de “Papelito Jabla Lengua”. Lo que no sabía el sepulturero que cuando venía con su carreta, uno de los supuestos muertos se levantó y se bajó. Empezó a caminar de regreso a La Habana. Lo que había pasado era. Se había emborrachado y se quedó dormido en la calle, el sepulturero pensó que estaba muerto y lo contó con los otros.
        Les diré que no le pagaron por el muerto al sepulturero. El loro se lo comieron en fricase. De tantos muertos ya no cabían en el cementerio de Espada y se improvisó uno en la Quinta de los Molinos.  Álvaro de la Iglesia, dice en su libro: “Se abrió allí, (Quinta de los Molinos) rozando con lo que es hoy calzada de Ayestarán, una fosa tremenda y muchos, sin estar muertos, fueron enterrados entre cal viva”.
       “Por favor pidan hoy por el pobre negro.

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