miércoles, 20 de abril de 2016

CRIMEN Y REVOLUCION

Luis Marin
La revolución, como transgresión radical del orden legal establecido, tiene una relación  originaria con las actividades criminales y así como los revolucionarios son calificados frecuentemente de bandidos, se tiene a los delincuentes como revolucionarios naturales.
             Esta relación puede ilustrarse con Lenin antes de la URSS y Putin después de la URSS. El primero nunca ocultó sus simpatías por los bajos fondos, de hecho, se mofaba de los jefes del partido socialdemócrata ruso que manifestaban escrúpulos por sus tratos con el hampa. Veía más potencial revolucionario en la desfachatez de estos marginales que en la hipócrita beatitud de los miembros del comité central imbuidos, según él, de prejuicios pequeño burgueses.
     De modo semejante Vladimir Putin le ha concedido patente de corso a las mafias post soviéticas, que aprecia como el potencial creativo de la nueva Rusia. Es licito a estas alturas preguntarse, ¿cuál es la ideología de Vladimir Putin? Más allá de esa suerte de realismo cínico que lo caracteriza.
          Sin duda es la mentalidad del crimen organizado transnacional, esa mezcla de escepticismo moral, sentido práctico y absoluta falta de escrúpulos que hace tan eficaces y eficientes a las mafias a nivel global.
         Así se pasa del Estado del Partido al Estado de la Mafia, sin solución de continuidad.
         La simpatía por el crimen en Venezuela alcanzó nivel académico con Elio Gómez Grillo y sus seguidores, tuvo su administrador en Manuel Quijada, reformador del sistema judicial y su mejor ejecutor en Iris Varela, la ministro de prisiones.
        La teoría de la sociedad criminógena es de una sencillez rampante. No hay delincuentes en cuanto tales. Es la sociedad quien se crea sus propios delincuentes, estigmatizando ciertas conductas como criminales, mientras santifica otras quizás peores como, por ejemplo, el comercio y la banca.
          En consecuencia, la relación víctima-victimario se invierte; gracias a la revolución, ahora los delincuentes resultan ser las víctimas de la sociedad y más que ser pasibles de sanción son más bien acreedores de protección.
         Así como Rafael Caldera en sus tratados de Derecho del Trabajo acuño el concepto del trabajador como débil jurídico digno de protección especial del Estado, Elio Gómez Grillo convirtió al delincuente en débil jurídico igualmente demandante de apoyo.
        El resultado es un sistema penal no punitivo (otro contrasentido), se pretende superar la cárcel en una institución protectora del delincuente, se repudia la idea de castigo a favor de la “reinserción”. De aquí al empoderamiento de los Planes no hay ni un paso.
        Si la revolución en sí misma es una larga sucesión de crímenes, asesinatos, robos, secuestros, es comprensible que sus beneficiarios sean ellos mismos criminales.
         Un problema, no el único ni el más grave, es que quien pierde es la gente decente 

No hay comentarios:

Publicar un comentario