lunes, 4 de abril de 2016

A CORRER QUE A MI NO ME AGARRA "Leyenda Cubana"


Por René León historiador y poeta
  Allá por Abril de 1833, en La Habana estaban los muertos en las calles, por no poder los sepultureros llevarlos al cementerio, o a un campo donde se había preparado una zanja y quemar los cadáveres por la epidemia del cólera.
    En Trinidad no se sabía nada de la epidemia, hasta que en 1833 llego un viajero con la mala noticia. El corre, corre fue tremendo, todos trataban de prepararse para la epidemia. Muchos no se salvarían. Pero como son las cosas de la vida, siempre hay uno o una que se le escapa a la muerte y se la deja en la mano.


  Esta   historia es de verdad, no es un cuento de Dickens, o del “telúrico” de Albertini. Por las calles empedradas de piedra de río de Trinidad, iban cuatro negros. Tarde triste, sólo se oían llantos y ruegos que salían de las casas. Las campanas de las iglesias con su ruido peculiar del tan-tan-tan no cesaban, a cada muerte que se sabía, sonaban más tristes.  En las puertas de las casas se colgaba un trapo en señal de que una persona había muerto. A los cuatro negros esclavos se les había prometido su libertad a condición  de que se hicieran cargo de la triste tarea de recoger los muertos y llevarlos al cementerio. Ya nadie sabía qué hacer. Los y las curanderas preparaban cuanta preparación con hierbas que ellos las mezclaban con cuanto encontraran en su bohío. Las familias pudientes se iban de Trinidad en busca de salvarse, pero lo que ellos no sabían era que llevaban la enfermedad con ellos.


     Volvamos a los esclavos. Estos estaban cansados de tanto trabajo. Iban con rumbo a la calle de la Boca. La tarde iba en retirada, triste y sola, sólo aquellos negros que ponían en peligro su propia vida. Fueron a la casa indicada. La noche se aproximaba. Dieron tres o cuatro golpes fuertes en la puerta. Se abrió y los condujeron a un cuartucho triste, donde recogieron a la difunta. Una mujer ya vieja y arrugada les dijo que la esclava se llamaba Ma Irene Quirós, y les dio un pedacito de papel con su nombre.
     Los negros empezaron a caminar rápido por las calles empedradas,  ya la tarde se retiraba y el sepulturero cerraba a las seis de la tarde. Llegaron pero les fue tarde al Cementerio. El cadáver ya no se podía enterrar y se dejó en el Depósito hasta el siguiente día. Lo negros se fueron para volver al día siguiente.
    Temprano en la mañana el sepulturero  venía por la calle empedrada, en su mano llevaba un farol para iluminar la calle. De pronto a lo lejos  vio una sombra en la reja del cementerio. No podía creer lo que veía. La difunta Ma. Irene Quirós. Se pasó  las manos por los ojos, y miró nuevamente. Se detuvo presa de miedo y terror,  corriendo salió de allí, gritando “Resucitó”, “Esta Viva”. Un lechero que repartía leche al verlo se puso a correr con su burro, sin saber porque. Aquello fue el acabose.       
        Los negros que ya venían al ver que el sepulturero paso corriendo y no le dijo nada, no sabían que hacer. Saturnino que era santero y sepulturero, les dijo que él no tenía miedo. Poco a poco se acercaron a la reja. La pobre vieja estaba tapada con un trapo blanco. Soló decía que la llevaran para la casa. Primera vez que esto sucedía. Cogieron a la pobre esclava y la llevaron para la casa. Al abrir la puerta a la señora mayor que les abrió, le dio una sirimba y por poco se muere. Los familiares no querían a la “resucitada allí”. Saturnino que era el encargado de cobrar, formo tremendo escándalo. Si no me pagan les dejamos la “resucitada” Al enterarse en el pueblo la gente corría a la iglesia, que era un castigo de Satanás, y el pobre Satanás no sabía nada. Por la calle donde vivía se quedó vacía. Llamaron al capitán pedáneo y dijo que estaba muy ocupado que mandaran el cura. El cura que estaba ocupado también. Saturnino no se la iba a llevar para su bohío.
    Les diré según cuenta la historia, los vecinos cogieron miedo caminar por la calle. La resucitada vivió más años. Eso sí cuando la veían parada en la puerta, se formaba el corre, corre.

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