lunes, 25 de abril de 2016

NO HAY TIEMPO PARA VENEZUELA

Luis Marín
 
Lo que más se reciente de la política de Obama es la separación artificial que hace entre dos revoluciones que, según sus creadores y responsables, son una sola, de manera que Venezuela no cumple con los estándares democráticos, es una amenaza extraordinaria para los intereses nacionales de los EEUU y pasible por tanto de sanciones; pero Cuba sí cumple los estándares, no es una amenaza y es impermeable a las sanciones.       No hay que pensar ni un minuto para advertir el absurdo: Los dos reactivos de EEUU para detectar una amenaza son el terrorismo y el narcotráfico; ahora bien, ¿alguien en su sano juicio puede creer que Venezuela es el puente de tráfico de drogas de las FARC hacia el mundo, pero el régimen cubano no sabe nada?
              Asimismo llegan miles de yihadistas a los que diligentemente se otorgan documentos de identidad venezolanos, incluso pasaportes diplomáticos, el sistema de identificación y extranjería es controlado por cubanos, una empresa cubana triangula los pasaportes del Mercosur, pero ¡Cuba no tiene nada que ver con el asunto!
                 La verdad es que Castro utiliza a Venezuela para el trabajo sucio dejando aquí la mierda y pretendiendo sacar a Cuba afuera para no embarrarla; pero ¿esto es creíble? ¿Se puede diseñar una política exitosa partiendo de falsedades?
               Allá corrió Maduro antes de que llegara Obama para que se metiera en la agenda la falacia de que EEUU es quien está desestabilizando al país y no el trasplante del modelo castrista; pero no les alcanzó el tiempo, entre mojito y mojito y un partido de béisbol.
               Nunca hubo una situación tan bochornosa desde que Chávez trató de colearse en la fiesta del Papa Benedicto XVI por el jubileo de la Caridad del Cobre y lo dejaron fuera. ¿Qué política exterior es esta? ¿Qué dirán nuestros internacionalistas, que los hubo tantos y tan buenos?
                La política de Obama se resume en una palabra “ambivalencia”. Por un lado hace un guiño a los comunistas de su administración, nostálgicos de los años sesenta, por el otro, promete “obtener resultados” que no se han conseguido, según él, en medio siglo; pero no aclara cuáles son esos resultados, más allá de quitar el pretexto del embargo, pero no se sabe si es para que el régimen se sincere o para que se caiga.
               Si por ventura el castrismo se viniera abajo mañana por inercia natural, cantaría victoria; si se prolonga más allá de su mandato, lo que probablemente ocurrirá, no se le puede reprochar nada, porque nunca dijo que su propósito fuera derrocarlo.
               Mientras tanto, el mismo día de su llegada, nueve balseros se ahogaron en el estrecho de La Florida; miles de cubanos se agolpan en las fronteras de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, en pos del sueño americano, los disidentes son pisoteados en la isla; pero eso no entra en la cuenta porque su política no es de este mundo sino del porvenir.
              Va a aumentar el acceso a Internet en Cuba, mientras en Venezuela se extingue; va a encender luces en Cuba, mientras en Venezuela se apagan.
Así, la política de Venezuela también puede resumirse en una palabra: “Vergüenza”.
 

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