sábado, 1 de julio de 2017

ESCRITORES Y VIDAS TRUNCADAS

"Los pasos errantes sucumben en el mar..."


Lola Benítez Molina
Málaga               

Dice un proverbio chino: “Jamás desesperes, aún estando en las más sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante”.
            Sin embargo, llamó poderosamente mi atención al conocer la biografía de algunos escritores que, en algún momento de sus vidas, no supieron afrontar lo que el porvenir les deparó. Su talento incuestionable no fue suficiente para continuar el que debería haber sido su camino.
            Los pasos errantes sucumben en el mar. ¿Quién os acogiera en su seno para quitaros esa congoja, que al abismo os lleva? No dudéis de vuestra fortaleza, que inmortal se ha hecho. Quien no os amó…, su castigo llevó implícito. Inquietudes, anhelos, zozobra… Queríais un poco de paz y encontrasteis la eternidad. No fue suficiente la fragancia de vuestros éxitos. Preferisteis imitar a las alondras al emprender el vuelo. Yo quiero ofreceros mi humilde regazo y, en las cálidas noches estivales, encontrar el consuelo.
            Juego de palabras, silencios ocultos, vanidades rotas, fuego incandescente que os llevó a huir a un destino incierto. El murmullo de las olas os envolvió y entrasteis en el paradigma de lo desconocido. Ni el Fuego Fatuo de Manuel de Falla puede ya despertar vuestro dulce sueño.

            Encontramos ejemplo de ello en la vida de Alfonsina Storni, poetisa argentina de origen suizo (1892-1938) y considerada una de las grandes poetas de América. Evolucionó desde el Romanticismo hasta el intimismo del Modernismo. Su vida no fue afortunada y eso se refleja en sus poemas, que recogen una visión angustiosa debido a difíciles relaciones con el hombre y, a eso se añade, que fue madre soltera, lo cual no estaba bien visto en su época. Tras una enfermedad terminal, terminó suicidándose en Mar del Plata. Cabe destacar esta frase: “Se me va de los dedos la caricia sin causa. Se me va de los dedos… En el viento, al rodar”. Destaca cierta idealización del amor.
            Otra vida nada fácil fue la del escritor y diplomático granadino Ángel Ganivet (1865-1898). Para algunos, precursor de la llamada “Generación del 98” y, para otros, un reconocido miembro de ésta. Su valía es incuestionable, pero ello no le impidió caer en una profunda depresión al verse solo en Riga, donde ejercía de cónsul, sin su mujer y tras perder a una hija al poco de nacer, entristecido por la pérdida de las últimas colonias de España y enfermo de sífilis. Se suicidó tirándose desde un barco al río Dvina, de Riga, tras haber sido salvado tras un primer intento.
            Otra escritora, de ascendencia británica, que cabe mencionar es Virginia Woolf (1882-1941). Comenzó con depresiones tras la repentina muerte de su madre cuando ella tenía trece años. Posteriormente, con la de su padre, tras lo cual se trasladó con sus hermanos al bohemio barrio Blomsburry, que dio nombre a un extravagante grupo de poetas, novelistas y pintores que se formó a su alrededor y que estaba integrado, entre otros, por T.S. Eliot, el filósofo Bertrand Russell, Vita Sackville-Wets y el escritor Leonard Woolf, quien sería su marido. Virginia Woolf se suicidó rellenándose los bolsillos del abrigo con piedras y zambulléndose en el río Ouse, Lewes, Sussex.
            No podemos olvidar al egregio escritor norteamericano Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura 1954. El autor de “El viejo y el mar” compró en 1959 una casa en Ketchum (Idaho), donde se suicidó el 2 de julio de 1961.

            Todos ellos y muchos otros, genios de las Letras, no supieron lidiar con un mundo hostil.

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