Raúl Castro entregó la
presidencia de Cuba a Miguel Díaz-Canel, uno de los pocos
altos dirigentes de la cúpula dictatorial nacidos luego de que los Castro
asaltaron el poder en 1959.
Pero para mostrar rápidamente sus
cartas credenciales como subordinado a la autoridad
personal del actual dictador y su elite de poder militar, lo primero
que hizo el nuevo Jefe de Estado y de gobierno fue aclarar
que Raúl Castro “encabezará las decisiones de mayor
trascendencia para el presente y el futuro de la nación”.
En cuanto a que en 2021 el nuevo Primer Secretario
del PCC llegue a ser Díaz-Canel como adelantó Castro II --en raro
gesto considerando el secretismo genético del régimen--, la
noticia surgió cargada de dudas. Podría pensarse que con
el próximo retiro de Castro su cargo de primer secretario del PCC sería
otro paso para ocultar que el verdadero poder de la dictadura
descansa en una elite de poder militar y que no importa quién sea
el Presidente o el jefe del PCC, es ella la que manda y los demás, a
lo sumo, administran sus directivas.
En cualquier país cuando un Presidente deja su
cargo la pregunta que todos los ciudadanos se hacen es si la nación
está mejor o peor que cuando el mandatario saliente asumió
esa responsabilidad años atrás. Pero Cuba bajo el régimen
totalitario no es un país normal. Allí la desesperanza, y la abulia, son parte
de la cotidianidad y nadie se hace siquiera esa pregunta. Están tan
defraudados, por décadas, que no quieren saber ni de política ni de
patriotas. Lo cierto es que Raúl Castro deja el país peor que
como lo encontró. Los cubanos hoy son más pobres e infelices, y sobre
todo están más frustrados que en 2006, que es mucho decir.
Los opositores en la isla ya han sido unánimes en
que nada esencial va a cambiar con este flamante presidente del país. No
solo porque no puede, por no ser el número uno de la nación, sino porque
además él mismo no quiere, como lo ha reiterado decenas de
veces.
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