domingo, 27 de diciembre de 2015

EL GRAN ELECTOR


 Por Luis Marín, abogado y politólogo venezolano
 
La gravitación militar en la política venezolana se debe remontar a los tiempos de la independencia y acompaña toda la vida republicana hasta nuestros días; por lo que al buscar este trasfondo bajo cualquier acontecimiento político relevante, siempre podrá encontrarse algo, lo que no es necesariamente bueno ni malo, sino parte de la realidad con la que tenemos que vivir.

Aunque ningún medio de comunicación en Venezuela lo haya destacado, sin empañar el gran jolgorio civil posterior al 6D, el diario ABC y otros medios internacionales han llenado ese vacío, revelando las tensiones militares que habrían discurrido tras el reconocimiento oficial de la derrota electoral del gobierno.


Parece que alguien manda más que Jorge Rodríguez y Tibisay Lucena, que resultan heraldos de algún Deus absconditus. Ese factor X que nadie nombra es el gran elector, el factor militar. La cruda verdad es que en Venezuela primero se cuentan las botas que los votos y aquellas son determinantes, lo que por obvio no requiere demostración.

Esto no debería sorprender a nadie, con solo recordar que el descalabro del 2002 comenzó con la negativa del general Rosendo a aplicar el Plan Ávila, siguió con la lacónica declaración del general Lucas Rincón y terminó con la intervención del general Baduel, mismo que auspició la anterior derrota electoral del gobierno en el referéndum aprobatorio de la reforma de la constitución en el 2007, que bien caro le ha costado.

Lo nuevo en este episodio es que no hay un rostro visible que asuma la responsabilidad de lo ocurrido, que algunos le atribuyen gratuitamente al ministro de la defensa general Padrino López, con su manifiesta incomodidad; pero lo cierto es que el régimen se ha vuelto más hermético y hace imposible discernir quienes, cómo, cuándo, dónde y por qué se pronunciaron.

Todos los analistas sin excepción ponen el énfasis en que el pueblo se movilizó a votar contra el gobierno, algo que en realidad ha venido haciendo consistentemente desde el 2004; pero ninguno explica el cambio de conducta del administrador de los votos, el CNE, que podía torcer los resultados, como era de esperarse, a menos que alguna fuerza lo obligara a comportarse como lo hizo.

Esto no hace al CNE menos controlado políticamente de lo que siempre ha sido, ni demuestra una supuesta división e independencia de los poderes públicos que todo el mundo sabe que no existe; pero sí pone de relieve que hay fuerzas capaces de cambiar la veleta en la dirección de la corriente para que el barco no naufrague (o no del todo).

El problema de estos golpes de timón es que someten al navío a grandes tensiones: unos no entienden el viraje, otros lo entienden pero no lo comparten, estos siguen su mismo rumbo por inercia, aquellos disciplinados cogen la línea haga lo que haga el timonel.

En teoría estos son virajes tácticos, pero se conserva el objetivo estratégico; el supuesto es que luego se podrá retomar el rumbo en las nuevas condiciones creadas por el cambio de situación. Fue lo que hizo Chávez después del 11A de 2002 y diciembre de 2007.

Está por verse si con un timonel invisible, que no quiere o no puede dar la cara, el barco de la revolución podrá seguir su curso, si es que tiene alguno, cualquiera que éste sea


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