Por Santiago Cárdenas
Seis años después de ser electo Papa, el Cardenal
Ferrati, ahora Pio IX proclamo en 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción
de la Virgen María. En sus propias palabras: basado más en
sentimientos ancestrales de la iglesia universal, como pueblo de
Dios, que en evidencias o estudios teológicos.
La iglesia católica paso, de un día a otro, de ser
una iglesia devocional a una iglesia dogmatica, que no es poca cosa. No se
trata desde entonces de una devoción de sacristía, más o menos sentida, hacia
la llena de gracia, sino de la imposición ante la cristiandad de un
punto de vista, digamos que “católico” universal, que lo aceptas o
lo aceptas. En peligro te encuentras de ser excomulgado
y/o condenado, si lo contradices.
Pio Nono, ahora beato y siempre controversial, necesitaba
urgentemente la confirmación de su declaración, sin paralelo en la historia. La
primera prueba de su certeza le vino como anillo al dedo, tres o
cuatro años después. Una adolescente francesa tuvo unas visiones de la
Virgen en Lourdes, Francia. A Jennifer Jones, le debemos la magistral interpretación,
de Bernardette de Subirous, que en 1943, la llevo al Oscar y al
estrellato en su primera actuación en Hollywood. Algo inédito en la
historia del cine.
Pero, el papa decimonónico necesitaba ser
declarado infalible en sus pronunciamientos acerca de la fe y las costumbres.
Eso llego en forma colegiada cuando convoco al
Concilio Vaticano I.
Solo que un detalle se interpuso en su camino. Este
concilio nunca fue clausurado oficialmente, dado el estallido de
unas de las tantas guerras europeas y la toma de los estados
vaticanos por Garibaldi y Víctor Manuel. El Pio y sus sucesores, al perder el
poder temporal, se emperraron, y no salieron de las murallas vaticanas, hasta
el concordato con el Duce Benito Mussolini el siglo pasado. Esto quedo
plasmado en La Vía de la Reconciliación, esa ancha avenida que nos
conduce diaria y directamente a la Basílica de San Pedro en la
colina Vaticana
“La canción de Bernardette “, esa magistral obra en blanco
y negro, rodada en 1943 que todos los cristianos deberían ver, nos
introducen a una magistral Jennifer que sin sobresaltos se gana el Oscar de ese
año.
En la escena paradigmática del film, ella va caminando por
una calle cualquiera entre un grupo de amigos y
conocidos Hablando estaban de la bella señora, la gran dama de las
apariciones. Entonces, alguien le pregunta:
–“¿Quién es esa dama?” – “¿Como
se llama?” En su ingenuidad de su menarquía, a los trece años de
edad respondió. La señora me dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Y todos retroceden y enmudecen entre perplejos
y asombrados.
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