La
descristianización de Cuba fue parte de un plan magistral del castrismo que
tenía como objetivo destruir los valores fundamentales de la nación
cubana para poder establecer un régimen a su imagen y semejanza, ilusión magna
de cualquier caudillo mesiánico.
Las
primeras víctimas de la agresión a las religiones fueron las iglesias,
sacerdotes y creyentes, pero el objetivo era el pueblo, quebrar sus bases
morales y éticas para imponer un nuevo pacto social con un solo acreedor,
el gobierno, encarnado por Fidel Castro.
La
nueva religión, la revolución, tenía que ser acatada con devoción ciega. El
naciente Dios, Fidel, era omnipresente y omnisapiente. Todo lo
podía y conocía. Sus bendiciones eran rápidas y concretas, pero su furia
vengadora se mostraba implacable cuando los mandatos no eran acatados.
Las
religiones y sus cultos fueron execrados. Las fiestas religiosas abolidas, en
particular aquellas que el pueblo había incorporado a su consciente colectivo,
como la Semana Santa y las Navidades.
La
Semana Santa fue transformada en la Semana de Girón. El faraón en una de sus
habituales diatribas determinó que fuera una semana proletaria, de trabajo, sin
feriados y expresó, 1965, " la haremos coincidir con esa fecha
tradicional de la Semana Santa, así que cambiara de fecha según las
disposiciones del Santo Padre de Roma".
Las
Navidades eran otro enemigo clave del proyecto. En otra perorata, diciembre de
1969, dispuso que terminaran esas fiestas porque afectaba la economía nacional,
el mismo pretexto usado para la ya desaparecida Semana Santa.
Celebrarlas
no era políticamente correcto. No había sanción expresa para quien lo hiciera,
pero el individuo y su familia incurrían en el pecado de herejía al no respetar
un fundamento de la secta en el poder. Siempre hubo personas que las respetaron
y honraron, pero fue una honorable minoría, la población mayoritariamente se
sumó a la multitud que "no quería buscarse problemas".
En
la década del 60 las Navidades y la Semana Santa fueron expulsadas del
calendario oficial. El miedo dejó de ser predio exclusivo del pensar y actuar
político, para apoderarse también de la fe, del espíritu y la
esperanza del ciudadano y la sociedad.
Solo
las mujeres y hombres libres encarcelados observaban sin temor los fundamentos
de su fe. Celebraban por igual la Semana Santa y la Navidad. Cumplían con
fervor las tradiciones religiosas, incluida el Día de la Caridad del Cobre.
En
presidio las fechas religiosas eran observadas por los creyentes, la minoría de
prisioneros sin convicciones religiosas admiraban la dedicación de aquellas
personas que bajo una represión continua y una miseria material extrema, se
procuraban los recursos necesarios para cumplir la liturgia de cada fecha.
Ángel
de Fana, inspirador de este trabajo recuerda que tanto católicos como
evangélicos siempre observaron las fechas religiosas. Señala que estas
labores eran fundamentalmente organizadas, entre otras, por entidades
como la Juventud Obrera Católica y la Acción Católica Universitaria, pero que
las actividades religiosas cobraron una mayor relevancia cuando arribó a
presidio el padre Miguel Ángel Loredo porque este trajo consigo una visión
ecuménica, consecuencia del Concilio Vaticano II. Recuerda que se hacían misas
cuando entre los presos había un sacerdote y de no ser, así se realizaba una
paraliturgia.
Ana
María Rojas, fue una de las presas que en Guanajay y en otras cárceles de
mujeres conmemoraban las fechas santas, aunque la represión de los carceleros
era una amenaza contante de la que había que protegerse. Entre todas conseguían
objetos útiles para las ceremonias y destaca que Polita Grau organizaba el coro
de las reclusas. Dice con fervor que lo que primaba en aquellas actividades era
la fe, el amor y la perseverancia y que en su momento todos esos
sentimientos traerán la libertad a los cubanos.
Alejandro
Moreno Maya, "Mayita", otro de los organizadores, cuenta que en
los diferentes presidios durante meses se recababan objetos para las
celebraciones, que tenían que esconderlos de las requisas y que en muchas
ocasiones las cosas que habían conseguido con grandes esfuerzos les eran
decomisadas, y destruidas las imágenes o atributos religiosos que con
tanto esfuerzo habían elaborado, pero que esas acciones represivas no los
desanimaban y todos volvían con mayor fe y entusiasmo a trabajar para
conmemorar las fechas religiosas.
En
el exilio se conserva la tradición. Muchos de aquellos prisioneros políticos
-siempre con nuevas ausencias- entonan cada año en Navidad, los canticos
que durante su juventud interpretaban en las prisiones. Se reúnen en
diferentes casas, armonizan villancicos, honran la fecha, y evocan
los duros tiempos del presidio político con orgullo y amor, porque el
compromiso con su fe, y con Cuba, habrá de inspirarles hasta el último aliento.
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