Una vez más, en este trabajo pone nuestro Editor René León el dedo sobre la llaga de la implantación, por los colonizadores hispano-luso-franco y anglohablantes de la América, de la lacra de la explotación sexual y económica de la mujer sometida por menesterosa o por su sometimiento a la infamia de la esclavitud... Este criterio es respaldado por un estudio dado a conocer por la Universidad de Chile sobre LA CONDICION DE LA MUJER EN LA COLONIA Y LA CONSOLIDACION DEL PATRIARCADO, y obrante en Internet en el sitio de Internet [{mazinger.sisib.uchile.cl/repositorio/lb/filosofía.../a/c03.pdf], en el que se dice que "Quebrando la secular tradición de que la mujer es la creadora de la vida, simbolizada en la Diosa-Madre de los pueblos agroalfareros, los españoles y portugueses trasladaron a nuestra América el concepto machista aristotélico de que el verdadero generador de la vida es el hombre, que provee con su esperma la materia viva, mientras que la mujer es sólo el receptáculo pasivo y débil,"
La investigadora habanera Zoila Lapique Becali (1930- ), licenciada en Historia
por la Universidad de La Habana en 1969 ha afirmado en su libro "Cuba
colonial, música, compositores e intérpretes" que “muchas familias,
destacadas por su posición económica y social en la colonia, vivían de los
salarios que obtenían sus esclavos, sobre todo de las vendutas o ventorrillos,
las manufacturas y la prostitución”. Claro que el negocio sexual no se llevaba
a cabo sin tapujos. Se guardaba la forma con todos los requerimientos de la
hipocresía social: el amo montaba un “timbiriche”, como llamamos hoy a un mostradorcito, aunque también
podía ser una simple mesa plegable con una canasta encima, y situaba allí a una
esclava que se dedicaba a la venta del producto en cuestión, ya fuera pescado,
fritura, dulces o cualquier otra cosa pequeña y manuable. La esclava debía
entregar diariamente a su amo una cifra de dinero fijada por este, pero toda la
ganancia que ella obtuviera por encima le pertenecía absolutamente. Este era un
gran incentivo para las mujeres esclavas, porque les permitía ahorrar para
comprar su libertad y la de sus familiares y, una vez manumitidas, podían
continuar por cuenta propia el oficio de vendedoras y mantenerse a sí mismas y
a los suyos con el fruto de su trabajo. Si les iba bien, podían alquilar una
casa o hasta fabricarla, y con el tiempo, comprar esclavos y ampliar su
industria, cualquiera que esta fuera. Una estampa del célebre pintor español
Víctor Patricio Landaluce, especialista en costumbres, a la que su autor tituló
Mulata y su señora, muestra claramente a una esclava mulata de piel bastante
clara, vestida con la humildad propia de su condición, caminando sumisa junto a
su ama, una joven ataviada más ricamente, aunque no como dama blanca, pero cuya
piel más que morena muestra a las claras una Cecilia Valdés cualquiera, e
incluso una Nemesia favorecida por la fortuna (véase el sitio de Internet
https://ginapicart.wordpress.com/2013/08/01/origenes-de-la-prostitucion-en-cuba/).
Como recalca el propio Profesor R. León, "Estas lacras llegaron de Europa, fueron introducidas en el descubrimiento y seguidas después por los conquistadores".
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