Por el
Dr. Raúl Reyes Roque
Nuevamente
todo se repite en forma monótona y aplastante, año tras año. Volaron los
sesenta en que llenos de esperanza todos anhelaban volver. Nunca fue
monolítico el exilio cubano, la diversidad era profunda… En él había
figuras de la dictadura anterior, revolucionarios frustrados y arrepentidos,
profesionales que se habían negado a quedarse a colaborar con el nuevo régimen,
grandes empresarios, industriales, estudiantes, artistas, un éxodo de los
cerebros de la pujante nación que en solo medio siglo de república se había
establecido como la más próspera y progresista de toda la América. Había huido
en oleadas, los agricultores tras la supuesta “reforma agraria”, otros
muchos tras la “reforma urbana” y muchos miles, descontentos por la grave
desviación que había surgido en su patria. Sin embargo, a pesar de esa
disparidad de criterios, historias y experiencias, existía en todos un objetivo
central y sus pensamientos estaban obsesionados con la isla en donde nacieron.
Todos se veían en una forma inestable y temporal lejos de su terruño. Se
auto-engañaban unos a otros con la frase: “La próxima Nochebuena comeremos
lechón en Cuba”.
Y así
pasaron los setenta, los ochenta y los noventa erosionando al consagrado exilio
que aún soñaba con su infancia, sus palmas y el cariño natal. Pero se
comenzaron a ver las traiciones, las promesas incumplidas, las persecuciones,
las complacencias con el enemigo y sobre todo las humillaciones. El exilio
comenzó a comprender el por qué nuestro Apóstol escribió en 1894 unas
palabras que describen la angustia de quien se siente engañado por los que
creía sinceramente buenos vecinos:
“¿A
qué tiranía te abandonamos, si hemos de encontrar en una república americana
todos tus horrores? ¿Por qué tuvimos amor y confianza en esta tierra inhumana y
desagradecida? No hay más patria cubanos, que aquella que se conquista con el
propio esfuerzo. Es de sangre la mar extranjera. El único suelo firme en
el universo es el suelo en que se nació.” (¡A Cuba! - Periódico Patria,
Nueva York, Enero 27, 1894, p. 459)
La
desesperanza fue royendo gradualmente el alma del exiliado cubano. Las
tentaciones de asimilación fueron muchas. Nacieron nuevos hijos,
murieron muchos ancianos. La necesidad de supervivencia fue consumiendo
los viejos recuerdos y la vanidad y la ambición promovieron con su proselitismo
severos cambios en las expectativas del exilio.
También
el resto de las naciones se comportaron con indiferencia y la mayor parte de
aquellos pueblos hermanos de la América y el mundo simpatizaron con los
sangrientos tiranos de la Cuba esclava. Nuestro Apóstol también se hizo
consciente de ello al escribir: “¿Es así, pues, el universo entero? ¿No
hay mérito ni virtud, no hay desgracia ni persecución que puedan conmover el
corazón extraño?” Y a los que se creían acomodados ya lo había establecido en
Agosto 26 de 1893 en Patria “A la raíz” p. 669: “Ni nuestro carácter ni
nuestra vida están seguros en la tierra extranjera. El hogar se afea o
deshace; y la tierra debajo de los pies se vuelve fuego o humo.”
Así, ciertamente, sólo quedan de aquellas
Navidades Cubanas los gratos recuerdos familiares de esas bellas fechas, que
por mucho que se disfruten en tierra ajena carecen del calor afectivo de
entonces.
Pero
peor aún para los esclavos de la isla cautiva que en una atmósfera de miseria,
miedo y desilusión, donde los pocos que ríen son los cínicos avasalladores o
las víctimas que lo hacen con una máscara de hipócrita conformidad en aquella
deteriorada nación con habitantes sin dignidad que ignoran u olvidan las
glorias del pasado y aquellos inolvidables diciembres al vivir en OTRA CUBA SIN
NAVIDAD.
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