viernes, 18 de marzo de 2016

NO TAN SANTO

Luis Marín abogado y politólogo venezolano
 El primer gesto hacia Venezuela de Juan Manuel Santos, alias Juan Pa, alias Santiago, apenas asumió la presidencia de Colombia, fue declararse como el nuevo mejor amigo de Chávez, para desconcierto general incluso de los chavistas, que embarraron las paredes con pintas que todavía se ven muy cerca del Palacio Presidencial de Miraflores.
           Sería interminable relatar los vaivenes de amor y odio que han signado las relaciones de ambos países en estos largos seis años, hasta arribar a este cierre técnico de la frontera, previa expulsión indiscriminada de humildes colombianos; pero el hilo conductor estuvo claro desde el principio: la relación con el régimen venecubano es un engranaje esencial en las negociaciones de La Habana que JMS convirtió en la piedra angular de su segundo mandato.
         Nunca más se habló de los campamentos de las FARC en la frontera, apenas un reportaje de la televisión española se atrevió a mostrar el modus vivendi establecido entre una soldadesca descalza del lado venezolano con los muy bien equipados guerrilleros que deambulan con absoluto dominio del terreno.
           Los venezolanos observan con la mayor impotencia como los otrora cobradores de vacuna han pasado a monopolizar la propiedad de las fincas, no sólo en la frontera sino al centro del país, mediante métodos que serían cómicos sino fueran trágicos, como cuando le ofrecen a un hacendado una suma razonable por sus tierras y éste responde que muy bien, pero el problema es que su finca no está en venta.

 “Qué vaina -replica el oferente-. Entonces tendremos que comprarle a la viuda.”
          Cuando esporádicamente la violencia salpica a la opinión pública, indefectiblemente el gobierno acusa a los paramilitares, pero nunca admite que haya guerrilla en la frontera, que se pone en evidencia por episodios como el reciente en que se denunció del lado colombiano que las columnas guerrilleras que tomaron la población de El Conejo, en la Guajira, para hacer “pedagogía de paz” fuertemente armados, provenían de Venezuela escoltados por efectivos venezolanos, algunos vistiendo prendas militares venezolanas.
          Los líderes negociadores de las FARC se desplazaron en lujosas camionetas blindadas, decenas de ellas matriculadas en Venezuela, específicamente en el Estado Carabobo, bien lejos de la frontera, pero con un gran vinculo sentimental con el canciller Rodrigo Granda, inolvidable, porque cuando fue capturado en diciembre de 2004 por el comando antiextorsión y secuestro, resultó ser vecino de Francisco Ameliach, entonces presidente de la Asamblea Nacional y hoy gobernador de ese Estado.
           Su esposa, Yamile Restrepo y su hija Diana siguieron en el país, de hecho, la revista Semana publicó que regentan la empresa Inversiones Granda-Restrepo & Cía., S.C.S., dedicada a la explotación y comercio de oro, un negocio sanguinario en Venezuela.
         El caso es que las FARC son aquí un importantísimo actor político y económico, pero actúan como una banca de segundo piso, completamente fuera de la vista del público y no van a ceder en nada, sea lo que sea que se firme en La Habana.
           Son como la policía y el ejército cubano de ocupación, el poder sin aspavientos.

 

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