viernes, 24 de agosto de 2018

ENTRE LA HOZ Y LA SWASTICA


"Esta incomprensible situación se presenta constantemente en el mundo real..."

Por Pedro Corzo.
Algunas personas tienden a decir cuando un individuo incurre en  malas acciones de forma continuada y aun así goza de cierto favor popular y los medios de información tampoco le arremeten, que el sujeto está cubierto de teflón, una protección que palpablemente  se extiende a propuestas políticas e ideológicas de carácter y conducta criminal como son el marxismo y sus muchas derivaciones, todas  tan horrendas como el original.
 Las evidencias que demuestran la crueldad de las propuestas comunistas deberían ser suficientes para que la sociedad las execrara con igual devoción y compromiso que mayoritariamente se hace con los planteamientos y actuaciones del nazi-fascismo.

 Desgraciadamente no es así. Sobrevive una doble moral que exculpa injustificadamente a los comunistas de sus depredaciones y culpa merecidamente a los nazis de las suyas. Es edificante que los partidos políticos que reflejan ideológicamente propuestas similares a las de Adolfo Hitler y Benito Mussolini estén prohibidos en varios países, decisión que debería ser universal y extendida a las formaciones que respondan al marxismo leninismo y al socialismo real.
 Es muy satisfactorio y estimulante que una empresa  comercial haya decidido retirar los símbolos nazis y aquellos relacionados con los supremacistas blanco porque representan odio e intolerancia, sin embargo, siguen ofreciendo insignias comunistas que representan los mismos valores mezquinos que los nazis o el supremacismo de cualquier raza.
 Esta incomprensible situación se presenta constantemente en el mundo real. Las dictaduras que se originan en los cuarteles o parten de propuestas conservadoras, son rápidamente repudiadas por la mayoría de los medios e instituciones comprometidas con la defensa de la libertad y los derechos ciudadanos, pero desgraciadamente esas reacciones no suelen ser las mismas cuando la dictadura se suscita en sectores populistas, particularmente los identificados con el marxismo.
 Aún más lamentable es lo que acontece con las víctimas de las autocracias  de corte marxista. Estas personas suelen ser olvidadas, echadas a un lado de la historia en aras de la reconciliación y el perdón, si insisten en sus reclamos serán acusadas de extremistas y de favorecer el odio y la venganza, lo que no ocurre con las víctimas de las dictaduras castrenses.
 Esos individuos tienden a ser venerados y admirados.  Se generan condiciones para que reclamen justicia y  para que sus victimarios reciban el castigo merecido por  los abusos en que incurrieron. El severo correctivo a los verdugos es auspiciado en muchas ocasiones por quienes también recurrieron a la violencia contra los cuarteles, solo que ahora las siglas de los grupos irregulares mutan a flamantes Comisiones de Verdad y Justicia, entes que no concurren cuando son los “progres”  los depredadores.
 Es indiscutible que amplios sectores de la sociedad, particularmente en el ámbito cultural, consideran que las propuestas populista ceñidas al marxismo son justas y beneficiosas, tal y como dice una amiga de la familia, la señora Consuelo, que afirma "lo que es bonito es bonito y no hace falta más explicación".
 Esa miopía por elección que practican muchos bonzos de la cultura con particular vehemencia,  se manifiesta ampliamente en numerosos medios de prensa y en los altos centros de estudios donde muchos profesores imparten a los educandos su ideología más que la materia académica que deberían  enseñar.
 Esos individuos que afirman estar identificados con el pluralismo y el dialogo, dicen ser partidarios de la tolerancia y la conciliación de las diferencias,  recurren a propuestas sectarias y discriminatorias,  a la vez que promueven el odio de clase como fórmula para el progreso social.
La rotunda realidad es que frecuentemente se aprecia más sentido común, una visión más seria de la vida, en sectores más desfavorecidos económica y culturalmente.  Muchos profesionales se inclinan a creer en utopías que prometen una justicia social masiva y un igualitarismo contrario a la naturaleza humana. Creen absurdamente en promesas de magias sociales sin viabilidad alguna,  y en la conquista de esa quimera se convierten en verdugos de lo que dicen defender. Se transforman en policías del pensamiento ajeno a pesar  que se formaron en un ambiente permisivo en el que cada quien era dueño de sus sueños y voluntad.






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