
Se da por entendido que nuestra santa Madre y Maestra está para mediar
entre las partes por muy antagónicas que sean. En el transcurso de los
siglos lo ha hecho; y lo ha hecho bien. Basta con revisar la
historia.
Luego de zanjar diferencias y poner
a poderes antagónicos a conversar, debe retirarse
muy discretamente.... a orar. Nunca; nunca tomará las posiciones de
alguna de las partes. Es por eso que cuando la
iglesia violó su protocolo para el diálogo, –al cual conoce
muy bien desde que estudió a Platón–, los cubanos tuvimos que
darle el beneficio de la duda.
Violar
el protocolo es olvidarse de la transparencia, actuar en las penumbras
durante dieciocho meses y descartar la inclusión –en este caso
ignorando al exilio y la oposición– que es el meollo de
cualquier negociación viable. Por tanto el 17 de diciembre del
2014 no hubo un inicio de un diálogo; sino una apuesta por el
aventurerismo y la improvisación política, cambio cosmético y a paso
de Chencha, la Gambá, como propone, impone, el mono-partido cubano.

Pasado
el tiempo la iglesia jerárquica se ha ido alineando a a las posiciones
de los presidentes de EEUU y de Cuba. Parece mostrarse a
gusto con una situación que no ha sido consensuada por
el pueblo cubano. Una iglesia constantiniana-imperial, la del siglo XXI
Ahora, la madre y la maestra no
son mediadoras, ni facilitadoras. Ahora la iglesia no
es neutral; tomó partido por los poderosos. Y no reconoce a
sus pobres. ¿Misericordia selectiva? Ahora participa
en conversaciones y en arreglos, a la chita
callando. Pero, eso.....Eso es un grave error. Aunque los
apologistas habituales traten de justificarlo.
Una iglesia obsequiosa a un
dueto presidencial paradójico en un asunto tan controversial,
se aleja de las percepciones del cubano de a pie y del
pueblo de Dios que continuará votando por la estampida y
sospechando de su jerarquía.
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