Por,
Santiago Cárdenas MD
No sabemos cuando nació; pero sí que
murió el 14 de Nissan. Era viernes. A la caída del sol comenzaba el sabattoh judío con
descanso obligatorio y muy severo, según la Torah, varios siglos
antes.
Dicen las escrituras
cristianas, llamados evangelios, –escritas aproximadamente unos setenta años
después– que ese día desde el mediodía las penumbras envolvieron la
tierra y aproximadamente a las tres de la tarde tembló la Tierra; el
velo del Templo se rasgó de arriba abajo y muchos de los muertos volvieron a la
vida y se manifestaron en diversas partes de Jerusalén.
Quien murió en ese día y hora
era el Cristo, el Ungido, el Consagrado. El Mesías esperado desde siglos.
Dios encarnado en un hombre de
"flesh" y
hueso como tú y yo. Misterio que nunca entenderemos a plenitud.
No había iglesias; ni templos ni
biblias, ni religión organizada como la conocemos hoy. Solamente un
cadáver de un crucificado de treinta y tres años al que
había que enterrar antes del oscurecer, porque por la noche se lo
comerían los perros salvajes y las aves depredadoras
Aparecieron un grupo de mujeres
estoicas –los hombres fueron a esconderse– y un rico con un sepulcro nunca usado. Allí
pusieron al galileo, esperando al domingo para limpiar el
cadáver.
El desastre total. Completo, absoluto.
Para los judíos no existía el "alma". El cuerpo lo era todo. El
principio vital se había situado desde el cerebro a los
testículos, pasando por el corazón o los intestinos. Este principio que
animaba al corpse se destruía
al corromperse la carne después de la muerte.
Ignoraban los judíos de la época el
dualismo platónico de cuerpo-alma (eterno y etéreo). Esos
conocimientos vinieron siglos después, cuando se infiltraron
sutilmente en la religión cristiana hasta nuestros días.
Por
eso las apariciones del Señor tres días después fueron el milagro entre los milagros;
lo inédito. Lo sensacional. Un cuerpo judío ciento por ciento vuelto a la vida.
Desde la tristeza y las penumbras del viernes santo que hoy conmemoramos hasta
la luminosidad de un cuerpo resucitado el domingo de
resurrección
Ese es el misterio esencial de la fe. Lo
demás es secundario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario