Por Susanne
Gratius Profesora de la Universidad Autónoma de Madrid
e investigadora asociada de CIDOB
Diez días antes de la histórica
visita del Presidente Barack Obama a La Habana, la UE rubricó un Acuerdo de Cooperación
y Diálogo Político con Cuba que ambas partes habían negociado durante dos años.
El documento formaliza una relación
ya muy consolidada en el ámbito económico y diplomático, y crea un marco
jurídico colectivo –ya existen veinte acuerdos bilaterales de los Estados
miembros con Cuba– para el comercio, las inversiones, la cooperación y el
diálogo político. Los fondos de cooperación (50 millones de euros distribuidos
en cinco años) no son espectaculares, lo cual se debe, por un lado, al limitado
presupuesto de la UE y, por el otro, al hecho de que Cuba está considerada un
país con un alto desarrollo humano según el índice de Naciones Unidas. Desde la
lógica cubana, el Acuerdo es un paso más hacia el pleno reconocimiento del
gobierno de Raúl Castro, significa una pequeña inyección de oxígeno para la
tambaleante economía y afianza las relaciones con la Unión Europea, un viejo
socio que restableció sus relaciones diplomáticas con Cuba un año antes de la
caída del Muro de Berlín.
Desde la perspectiva europea, el acuerdo es una clara victoria de aquellos que durante décadas abogaron por el diálogo y la cooperación – una fórmula ya aplicada exitosamente durante el proceso de Helsinki – y una derrota para los que prefirieron la condicionalidad democrática y la presión, que se plasmaron en la Posición Común de la UE sobre Cuba. Desde La Habana, la Alta Representante de la diplomacia europea, Federica Mogherini, ya anunció que quiere iniciar un debate en el Consejo para desmantelar una Posición Común que considera “unilateral” y finalizada. Para abolirla, tiene que haber una decisión unánime de los 28 Estados miembros de la UE, lo cual ha sido imposible en el pasado, puesto que sobre todo países como Alemania, Polonia, la República Checa y Suecia impidieron levantar las restricciones que supone una Posición Común inicialmente propuesta por el Gobierno de José María Aznar después del derribo de dos avionetas civiles de EE.UU. en Cuba y la aprobación de la Ley Helms-Burton en Estados Unidos.
Desde la perspectiva europea, el acuerdo es una clara victoria de aquellos que durante décadas abogaron por el diálogo y la cooperación – una fórmula ya aplicada exitosamente durante el proceso de Helsinki – y una derrota para los que prefirieron la condicionalidad democrática y la presión, que se plasmaron en la Posición Común de la UE sobre Cuba. Desde La Habana, la Alta Representante de la diplomacia europea, Federica Mogherini, ya anunció que quiere iniciar un debate en el Consejo para desmantelar una Posición Común que considera “unilateral” y finalizada. Para abolirla, tiene que haber una decisión unánime de los 28 Estados miembros de la UE, lo cual ha sido imposible en el pasado, puesto que sobre todo países como Alemania, Polonia, la República Checa y Suecia impidieron levantar las restricciones que supone una Posición Común inicialmente propuesta por el Gobierno de José María Aznar después del derribo de dos avionetas civiles de EE.UU. en Cuba y la aprobación de la Ley Helms-Burton en Estados Unidos.
Incluso si no desaparece este documento
de una página y media, que ha condicionado las relaciones europeo-cubanas
durante dos décadas, es posible ratificar el Acuerdo que, al fin y al cabo, no
significa mucho más que institucionalizar una práctica ya habitual de comercio,
inversiones, cooperación y diálogo político. LECCIONES DEL ACUERDO CUBA-UE
Susanne Gratius, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid e investigadora
asociada de CIDOB MARZO 2016 393 Centro de Estudios y Documentación
Internacionales de Barcelona E-ISSN 2014-0843 D.L.: B-8438-2012.
El cambio de la política de Estados
Unidos hacia Cuba, la inclusión de la isla en todas las iniciativas
latinoamericanas y el proceso de reformas que inició Raúl Castro en 2008
facilitaron poner fin a los habituales vaivenes de acercamiento y distancia que
habían caracterizado las relaciones europeo-cubanas en el pasado.
En sólo dos años Cuba y la UE
resolvieron sus diferencias en materia de derechos humanos y acordaron la
lacónica fórmula de la soberanía nacional y el respeto mutuo que también
inspiró otros acuerdos que firmó la UE con países socialistas como Vietnam. Si
se ratifica el Acuerdo, Cuba dejará de ser el único socio económico
latinoamericano sin marco jurídico con la UE, a la vez que sigue siendo uno de
los pocos países –junto a Chile y México
– que firmaron un convenio bilateral con
la UE fuera de los esquemas regionales. ¿Qué lecciones permiten la firma del
Acuerdo con la UE y el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y
Estados Unidos?
En
primer lugar, el fracaso de las políticas de sanción y presión unilaterales en
regímenes autoritarios que utilizan estas estrategias para unir filas, a nivel
interno y externo, contra “sus enemigos” a través de un discurso
anti-imperialista. En este sentido hay que entender las palabras de Federica
Mogherini que calificó el embargo de Estados Unidos como “totalmente obsoleto”
y los efectos extraterritoriales de “ilegales”. Nunca antes un alto funcionario
de Bruselas había rechazado las medidas de EE.UU. de una forma tan contundente.
En
segundo lugar, el cambio de políticas es la prueba evidente de que no tiene
sentido mantener sanciones diplomáticas y económicas durante mucho tiempo y con
objetivos demasiado generales –un cambio de régimen o la democratización– ya que
pierden legitimidad en el país destino y en casa. Este último punto se
evidencia por el firme rechazo del embargo por parte de los ciudadanos
estadounidenses y también los cubano-americanos. Encuestas recientes del Pew
Research Center y de la Universidad de Florida revelan que un 72% de los
ciudadanos y un 52% de los exiliados rechazan el bloqueo. En tercer lugar,
según como se mire, el cambio de política en EE.UU. y la UE reafirma que o bien
la vieja fórmula europea de “cambio por comercio” (Wandel durch Handel)”
funciona mejor para apoyar reformas en países unipartidistas y/o menos
autoritarios (Raúl Castro frente al liderazgo de su hermano), o no se puede
influir en procesos de cambio internos.
De cara al futuro, el Acuerdo con la UE
refleja los nuevos tiempos de apertura en Cuba que está preparando la
post-revolución y la transición hacia un nuevo liderazgo político que
supuestamente llegará en menos de dos años, cuando Raúl Castro entregue el
poder. Cuando el Presidente actual se vaya, en 2018, la Unión Europea y Cuba
celebrarán treinta años de relaciones diplomáticas y económicas. En ese futuro
cercano, EE.UU. ya tendrá un nuevo presidente que seguirá o no los pasos
iniciados por Obama. Si es un Demócrata, continuará la política de compromiso
constructivo de Barack Obama, cuya posición supuso un cambio radical de
política y discurso. En 2007, Hillary Clinton, la esposa de aquel presidente
demócrata que en 1996 firmó la Ley Helms-Burton, ya reconoció que el embargo no
funcionaba. Si el nuevo presidente es un Republicano podría restablecerse,
sobre todo de cara a la clientela interna, el viejo discurso del enemigo y
castigo. En todo caso, por su presencia en los últimos treinta años, la UE
mantendrá una relación mucho más afianzada y sólida con Cuba, mientras que
Estados Unidos tendrá que desmantelar la desconfianza generada en más de
cincuenta años de aislamiento.
Aunque, finalmente, por la cercanía
geográfica, la historia compartida y los lazos familiares, la relación de Cuba
con Estados Unidos será mucho más importante que los vínculos que comparte con
Europa.
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