Por René León historiador y poeta
Allá por Abril de 1833, en La Habana estaban los muertos en las calles,
por no poder los sepultureros llevarlos al cementerio, o a un campo donde se
había preparado una zanja y quemar los cadáveres por
la epidemia del cólera.
En Trinidad no se sabía nada de
la epidemia, hasta que en 1833 llego un viajero con la mala noticia. El corre,
corre fue tremendo, todos trataban de prepararse para la epidemia. Muchos no se
salvarían. Pero como son las cosas de la vida, siempre hay uno o una que se le
escapa a la muerte y se la deja en la mano.
Esta historia es de verdad, no es un cuento de Dickens, o del “telúrico” de Albertini. Por las calles empedradas de piedra de río de Trinidad, iban cuatro negros. Tarde triste, sólo se oían llantos y ruegos que salían de las casas. Las campanas de las iglesias con su ruido peculiar del tan-tan-tan no cesaban, a cada muerte que se sabía, sonaban más tristes. En las puertas de las casas se colgaba un trapo en señal de que una persona había muerto. A los cuatro negros esclavos se les había prometido su libertad a condición de que se hicieran cargo de la triste tarea de recoger los muertos y llevarlos al cementerio. Ya nadie sabía qué hacer. Los y las curanderas preparaban cuanta preparación con hierbas que ellos las mezclaban con cuanto encontraran en su bohío. Las familias pudientes se iban de Trinidad en busca de salvarse, pero lo que ellos no sabían era que llevaban la enfermedad con ellos.
Volvamos a los esclavos. Estos
estaban cansados de tanto trabajo. Iban con rumbo a la calle de la Boca. La tarde iba en retirada, triste
y sola, sólo aquellos negros que ponían en peligro su propia vida. Fueron a la
casa indicada. La noche se aproximaba. Dieron tres o cuatro golpes fuertes en
la puerta. Se abrió y los condujeron a un cuartucho triste, donde recogieron a
la difunta. Una mujer ya vieja y arrugada les dijo que la esclava se llamaba Ma
Irene Quirós, y les dio un pedacito de papel con su nombre.
Los negros empezaron a caminar
rápido por las calles empedradas, ya la
tarde se retiraba y el sepulturero cerraba a las seis de la tarde. Llegaron
pero les fue tarde al Cementerio. El cadáver ya no se podía enterrar y se dejó
en el Depósito hasta el siguiente día. Lo negros se fueron para volver al día
siguiente.
Temprano en la mañana el
sepulturero venía por la calle
empedrada, en su mano llevaba un farol para iluminar la calle. De pronto a lo
lejos vio una sombra en la reja del
cementerio. No podía creer lo que veía. La difunta Ma. Irene Quirós. Se pasó las manos por los ojos, y miró nuevamente. Se
detuvo presa de miedo y terror,
corriendo salió de allí, gritando “Resucitó”, “Esta Viva”. Un lechero
que repartía leche al verlo se puso a correr con su burro, sin saber porque.
Aquello fue el acabose.
Los negros que ya venían al ver que el sepulturero paso
corriendo y no le dijo nada, no sabían que hacer. Saturnino que era santero y
sepulturero, les dijo que él no tenía miedo. Poco a poco se acercaron a la
reja. La pobre vieja estaba tapada con un trapo blanco. Soló decía que la
llevaran para la casa. Primera vez que esto sucedía. Cogieron a la pobre
esclava y la llevaron para la casa. Al abrir la puerta a la señora mayor que
les abrió, le dio una sirimba y por poco se muere. Los familiares no querían a
la “resucitada allí”. Saturnino que era el encargado de cobrar, formo tremendo
escándalo. Si no me pagan les dejamos la “resucitada” Al enterarse en el pueblo la
gente corría a la iglesia, que era un castigo de Satanás, y el pobre Satanás no
sabía nada. Por la calle donde vivía se quedó vacía. Llamaron al capitán pedáneo
y dijo que estaba muy ocupado que mandaran el cura. El cura que estaba ocupado
también. Saturnino no se la iba a llevar para su bohío.
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