Por, Jorge Hernández Fonseca
La sospechosamente tardía autorización para el retiro del cardenal
Ortega (renunció a su cargo hace muchísimos años) pone sobre el tapete una
pregunta directa al Papa Francisco: ¿Por qué ahora?; ¿será un reconocimiento
–también tardío-- de que su (la del Papa) actuación ante la Habana fue más que
desastrosa, cobarde, sobre todo si se compara con la actuación de Obama?; ¿será
una muestra de arrepentimiento –otra vez también tardía-- ante el pueblo de
Cuba del papel colaboracionista que ha jugado el cardenal pasado a retiro? Es
temprano para saber a ciencia cierta el camino seguido para, tanto la
aceptación tardía de su renuncia, como para saber a ciencia cierta las
pretensiones e intenciones con el nombramiento del sustituto.
El contexto
de la aceptación del retiro del cardenal es rico en hechos propicios a
suposiciones. Primero que todo, el momento actual; magistralmente descrito por
Yoani Sánchez en un artículo antológico de final de época para el castrismo,
pareciera como el marco adecuado para –a la carrera-- mandar para su casa – a
la chita callando-- al representante del “mal ejemplo” dentro de la sufrida
iglesia católica cubana y colocar en su lugar a la antípoda más evidente entre
los posibles. En segundo lugar, el chasco monumental con el congreso del
partido comunista cubano, que haciendo caso omiso a la grave situación por la
que atraviesa el país, simplemente ha postergado el futuro para nada menos que
cinco largos años, que nadie en la isla puede esperar. Y en tercer lugar --y no
menos importante-- porque resulta ahora que el discurso de Obama se ha
constituido en el principal “lev-motiv” que impulsa (para mal) al partido de
Fidel y Raúl Castro (y para bien) a la disidencia cubana --y ahora, con esta
aceptación-- a Francisco.
Hay un aire
de “mea culpa” papal con una decisión tan demorada, pero ejecutada como “en la
callada de la noche” que de una forma u otra implica un reconocimiento de
“algo” difuso. Para los católicos cubanos que tengan un sentir democrático,
tener un Papa fidelista y un cardenal colaboracionista es la peor herencia que
se les deja para el incierto futuro del catolicismo cuando Cuba recobre –tarde
o temprano, pero sin dudas-- su libertad. Esta constatación es tanto más real
cuando, en paralelo con la aceptación de la renuncia de Ortega, leemos una
comprometida declaración de la Iglesia Católica Venezolana en defensa de su
sufrido pueblo.
La iglesia
católica cubana ha adoptado hasta ahora el secretismo como método de comunicación
con el pueblo de Dios. Este secretismo no hay razón para que continúe, como no
hay razón para que continúe el papel de segundón al que Ortega obligó a la
iglesia católica cubana, en momentos que se le autorizo a Obama, sin ningún
seguidor conocido dentro de la isla antes de su visita, a hacer el discurso que
todos los cubanos esperábamos del Papa Francisco --que contradictoriamente fue
a decirlo en EUA—y en momentos que la jerarquía católica cubana acaba de leer
el valiente documento de la Iglesia Católica Venezolana.
Después de
lo expresado por Obama en su discurso en la isla y después de lo expresado por
los obispos venezolanos hoy, se impone una valentía similar de parte del
heredero del trono de Ortega. Si queremos que la iglesia católica cubana tenga
un futuro dentro de la isla, es importante hacer, no sólo un mea culpa honesto,
sino un discurso coherente con los valores que el Papa Francisco ha dicho
defender en todo lugar que ha visitado... menos en Cuba.
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