Por René León historiador y poeta
Mi hermano Julio (†) y yo lo conocimos a finales de 1959, ya empezaba él a reunirse con personas desafectas al gobierno. José Rodríguez Vergareche, (El Yudoca) tendría unos 22 o 23 años. Hijo único, de padres españoles. Su padre luchó a favor de Franco, en la Guerra Civil de España, odiaba el comunismo, su familia había sido asesinada por los comunistas. Sus padres vinieron para La Habana. Él nació en el Cerro. Teniendo 12 años quedó huérfano de padre. Desde esa edad nos contó, “estudié y trabajé para ayudar a mi madre con los gastos de alquiler y la comida”. Con la pensión que ella tenía, no cubría todos los gastos y lavaba ropa, para otros vecinos. Cursó estudios en el Centro Gallego hasta que se hizo tenedor. La matrícula era gratis, y al pasar el tiempo ocupó la plaza de su padre en el Centro.
Mi hermano Julio (†) y yo lo conocimos a finales de 1959, ya empezaba él a reunirse con personas desafectas al gobierno. José Rodríguez Vergareche, (El Yudoca) tendría unos 22 o 23 años. Hijo único, de padres españoles. Su padre luchó a favor de Franco, en la Guerra Civil de España, odiaba el comunismo, su familia había sido asesinada por los comunistas. Sus padres vinieron para La Habana. Él nació en el Cerro. Teniendo 12 años quedó huérfano de padre. Desde esa edad nos contó, “estudié y trabajé para ayudar a mi madre con los gastos de alquiler y la comida”. Con la pensión que ella tenía, no cubría todos los gastos y lavaba ropa, para otros vecinos. Cursó estudios en el Centro Gallego hasta que se hizo tenedor. La matrícula era gratis, y al pasar el tiempo ocupó la plaza de su padre en el Centro.
Mis hermanos y yo seguimos nuestra lucha
contra el comunismo en Cuba. Él hizo amistad con mi otro hermano Emilio (†), al
cual veía de vez en cuando. El recuerdo que tengo de él. Joven de 22 años,
vigoroso, de facciones regulares, pelo negro, ojos castaños, de mirada fija. Activo,
buen amigo, franco en su trato. Pesaba alrededor de 190 libras. Ese es el
recuerdo que quiero tener de él.
En el año de 1963 (creo) estando presos
en Isla de Pinos, lo vimos pasar que traían una cordillera de presos de La
Habana, nosotros encerrados en el cuartón donde nos llevaban cuando hacían
requisa, al vernos él, nos saludo, y un guardia le pego un culatazo con el
rifle, estaba prohibido saludar a nadie. Lo llevaron como otros cientos de
presos a los pabellones de castigo. Después de clasificarlos lo mandaron para
la Circular cuatro donde estaba mi hermano Emilio (†). Siguieron la amistad.
Vino la orden de que tenían que salir a trabajar. Trabajaba en la cuadrilla del
Cabo Martínez. El corte de la pangola, el tenía que repartir agua a los presos.
Empezó a sentirse cansado, nos contó nuestro hermano al pasar los años. Emilio
le noto algunos morados en los brazos, pecho y muslos. -¿Y esos golpes…?. –No
sé…No recuerdo haberme dado alguno…Se palpo con la mano en los morados…No me
duelen…No siento nada…Debes ir al médico...Iré a verlo más tarde…
Fue a ver al médico preso en la Circular, y
dio la orden de rebajarlo del trabajo e ingresarlo en el pequeño Hospital del
Presidio. El alegre le dijo a mi hermano que ahora iba a descansar. A la semana
de estar en el Hospital se sabía su enfermedad. La precaria alimentación
(ninguna) había minado su cuerpo fuerte y joven. Mi hermano recibe una nota de
él: “Cada día me siento más débil y los médicos presos no me dicen nada. Dicen
que me trasladan para Cuba. No le manden a decir nada a mamá…”
No se supo
nada más de él. En abril de 1966 trasladan a mi hermano para el Campo de
Concentración de La Reforma, en Isla de Pinos. Fue donde se supo del Yudoca. Lo
trasladaron para Cuba en avión, al Hospital del Castillo de El Príncipe,
sentado en silla de ruedas, no podía caminar.
Nunca le dijeron nada a la madre de su
traslado para Cuba, hasta pasado cuatro meses. La pobre viejecita, iba a todas
las oficinas de la Seguridad del Estado, nadie le decía nada, la botaban de
allí, ella no tenía derecho a reclamar
nada, ni saber nada. En agosto de 1966, en la Reforma, en Isla de Pinos, se
enteraron de su solitaria muerte. Ella fue a ver a nuestra madre y le pedía que
la acompañara al cementerio para ver si habían puesto alguna cruz con su
nombre. Nuestra madre le acompaño varias veces y trataba de consolarla. Sólo lo
que ella pedía de consuelo arrodillada en Seguridad de Estado a los oficiales
que le dijeran donde estaba la tumba de su único hijo, para ponerle unas
flores. Y los muy cínicos le decían que no se merecía nada, era un
contra-revolucionario.
La Leucemia había convertido a José Rodríguez
Vergareche en un macabro esqueleto.
Otras madres cubanas han tenido que pasar por
esto mismo, y sus hijos y esposos nunca sus cuerpos le fueron entregados. Pero
nuestros sacrificios para acabar con ese régimen criminal no pueden ser en
vano.
Y saber que esto ha pasado “…en la tierra más
hermosa que ojos humanos vieron”
Así, es la vida
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