Por Luis Marín, politólogo y abogado
venezolano.
Juan Manuel Santo argumenta que tiene un
mandato de los colombianos (en mayoría muy precaria, por cierto) para negociar
la paz a cualquier precio; lo que no aclara de dónde proviene la legitimidad de
los negociadores de las FARC. ¿Quién los eligió a ellos?
Sabemos que es una organización tiránica creada
por alias Tirofijo, que dirigió hasta su muerte, como es usual en todas esas
organizaciones llamadas de liberación nacional en Asia, África y América
Latina, que sería extenuante reseñarlas todas, baste decir que se convirtieron
en empresas vitalicias, hereditarias y harto lucrativas.
El problema no es de profesores acostumbrados a
recitar que la Constitución y las Leyes definen las atribuciones del Poder
Público y a ellas debe limitarse su ejercicio, a quienes resulta engorroso
explicar cómo es que una organización que ni siquiera es legal en Colombia
puede modificar su ordenamiento jurídico, crear normas de carácter general,
vinculantes para todos, vale decir, que se elevaron a la condición de
legisladores.
Y esto concierne no solo a las FARC, que no
tiene personalidad jurídica, que no es un ente de Derecho Internacional
Público, que ni siquiera es “una” organización, sino un archipiélago de frentes
actuando por su cuenta, que no poseen el monopolio de la paz y no podrían dar
lo que no tienen; sino al Ejecutivo, que actúa con abuso y desviación de poder,
más allá de sus límites legales.
Por ejemplo, la creación de una enrevesadísima
Jurisdicción Especial de Paz que, más allá del eufemismo, es como la militar o
de menores, para personas que se encuentran en una condición singular que las
hace diferentes a los demás ciudadanos y que merecen un trato diferenciado. En
Venezuela se habla cotidianamente de “justicia transicional” como sinónimo de
“impunidad”.
Un negociador está obligado a preguntarse:
¿Podemos hacer esto? ¿No será necesaria una ley del Congreso para crear una
jurisdicción? ¿Y especial para quienes, para guerrilleros, terroristas,
secuestradores, narcotraficantes, en general, desconocedores del resto del
ordenamiento jurídico? ¿No se inhabilita con esto a los demás jueces? ¿Cómo
queda el principio del juez natural?
El argumento de JMS es proverbial: no se puede
someter a la jurisdicción ordinaria a quienes se han rebelado contra ese
ordenamiento, al que consideran injusto, clasista y todo el resto del discurso
rebelde. La cuestión es que no se ve cómo admitir esto sin ponerse en el lugar
del revolucionario, sin convertirse también en un insurgente, cosa que no le va
nada bien a un Presidente que juró cumplir y hacer cumplir la Constitución.
El marco para estos excesos lo dan unas
condiciones extraordinarias de paz que son el equivalente perfecto a las
circunstancias extraordinarias de guerra que permiten tomar medidas que serían
inconcebibles en condiciones normales: “Paz” en sentido soviético.
En el fondo, todos los gobiernos colombianos
establecieron una especie de costumbre de negociar con las guerrillas sin
pensar mucho en las consecuencias doctrinales, si se permite la expresión, a
largo plazo. Claro, una cosa es negociar con unos secuestradores el rescate de
rehenes sin que esto implique ningún reconocimiento del interlocutor, que
además ni siquiera pretende ningún derecho y otra negociar, por ejemplo, una
reforma del Código Penal, que es vinculante y cambia el ordenamiento jurídico.
Todos hicieron malabarismos para impedir que
los grupos irregulares alzados en armas lograran el status de beligerantes, a
despecho de celebrar negociaciones con ellos, no pocas veces encubiertas; pero
el gobierno de JMS se fue al otro extremo y les ha otorgado la condición de
constituyentes, atribuyéndose unas competencias exorbitantes, sin precedentes
en la historia jurídica latinoamericana y quién sabe si mundial, cuyas
consecuencias son imposibles de predecir.
Lo más inquietante es que como resulta
imposible acercarse a un extremo sin alejarse simultáneamente y en la misma
proporción del otro, las concesiones a las FARC implican injuriar y golpear en
idéntica medida a sus víctimas y enemigos.
JMS sigue la cartilla diseñada en La Habana que
ya hemos sufrido en Venezuela: la judicialización de la persecución política de
la oposición democrática y liberal. Esto significa que para garantizar la
impunidad de subversivos y hampa común es inevitable llevar a la cárcel a
ciudadanos esencialmente honestos.
El Fiscal General de la República se convierte
en verdugo, brazo ejecutor de los fines políticos del Ejecutivo, cada vez más
dictatorial. La doctrina, si mereciera ese nombre, es la “justicia diferencial”
castrista, que permite que personas que realizan idénticas actividades sean
juzgadas de modos opuestos según sean adeptos o no al régimen. Las garantías de
generalidad e igualdad ante la Ley son arbitrariamente desaplicadas. Ni hablar
del uso repugnante de “testigos estrellas” tan conocidos en Venezuela.
Es alarmante que se manipule a delincuentes que
por los cargos que se les imputan tendrían comercio con miles de personas, para
luego ir cerniendo sus actividades a ver si alguna tiene que ver con personas
del Centro Democrático o del entorno del Presidente Álvaro Uribe para procesar
exclusivamente a éstos, dejando de lado a todos los demás, que no tendrían
interés político.
La oposición cae en un juego semántico de
llamar zonas de concentración a lo que el gobierno denomina zonas de ubicación
o de localización, que los cubanos impusieron en Venezuela como “zonas de paz”,
con resultados que están a la vista: son aliviaderos de la delincuencia dejando
la población civil a su merced.
Es igualmente aberrante que el paramilitarismo
se considere en abstracto, independiente de la guerrilla, siendo que la
autodefensa fue su consecuencia y no al revés, condenando aquél y perdonado a
ésta como idealista.
Aquí los hacendados se negaron a crear autodefensas
argumentando que esa es una función de las FFAA, que para eso están, poniendo a
Colombia como ejemplo, que las crearon para una cosa y luego se volvieron
contra ellos. En verdad, es lo que ha ocurrido históricamente desde que el
Senado de Roma confió su seguridad en fuerzas mercenarias.
El caso es que en Venezuela se quedaron sin el
chivo y sin el mecate.
Otra vez este país es el espejo en que se
refleja el futuro de Colombia.
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