martes, 12 de enero de 2016

ENTRE EL MIEDO Y LA RABIA


Por Luis Marín.

Estos son los sentimientos más comunes entre los venezolanos para recibir al 2016. No es para menos: nadie en su sano juicio se atreve a hacer la menor conjetura sobre lo que nos depara el futuro inmediato, en parte, porque las decisiones esenciales escaparon a nuestras manos y ahora dependemos de lo que diga La Habana o Sao Paulo y tanto el régimen de los Castro como el de Dilma cayeron en la mayor incertidumbre.

 
A la inseguridad personal que produce no saber si será la próxima víctima de un robo, secuestro u homicidio, se unen otras inseguridades no menos graves, como conseguir cualquier  producto, incluso medicinas, ni a qué precio, si alcanzará el presupuesto y por cuánto tiempo lo vamos a poder sostener.

 
Ya hemos escuchado de personas reales, no de los míticos estratos D y E, que “estamos pasando hambre” y de profesores universitarios: “Bueno, ya lograron lo que querían, estamos quebrados”. La otrora orgullosa ‘clase media’, el logro más celebrado de la política social del proyecto democrático, está arruinada.

¿A cambio de qué? A cambio de nada, porque ya debería ser obvio que un Estado no se puede manejar como un cuartel y una sociedad espartana, como la que han pretendido construir los Castro en Cuba, no es viable ni siquiera en una isla, que ha terminado por “abrir sus puertas al mundo”.

 
La política de los Castro también se puede resumir en una sola palabra: “Intimidación”; pero esa política tiene límites estrechos y cuando son rebasados la policía y las FFAA  no son suficientes para contener la desesperación de toda la población y terminan volteándose, como sobran ejemplos para demostrarlo.

 
Las sociedades maniatadas, sometidas a controles excesivos caen en la disyuntiva de morir asfixiadas o rebelarse de algún modo, así sea soterrado. Por ejemplo, se puede pretender eliminar a los comerciantes, pero el resultado será una sociedad sin comerciantes, que no garantiza nada mejor que la situación original, con el agravante de que la venganza de la naturaleza es que todo el mundo termine convertido en un comerciante precario.

 
El gobierno luce como quien inclina un plano y luego pretende que los objetos que están encima no se deslicen en dirección a la pendiente; la oposición oficial se caracteriza por ofrecer soluciones falsas para problemas ficticios.

 

Por ejemplo, se empeñan en decir que las colas son producto de la escasez; pero no hace falta haber asistido a una sola clase de economía para saber que la escasez es uno de sus presupuestos, es más, sin escasez esa materia carecería de sentido.

 
La verdad que salta a la vista es que en política lo que se pacta en secreto luego tiene que defenderse en público: Predican que para combatir la escasez hay que  poner al país a producir y añaden, “eso es lo que hay que cambiar”, léase, no al régimen. El problema es, ¿cómo se puede producir bajo el actual régimen?

 
Entre estas imposturas, vivezas y falsificaciones se va enredando la madeja que nos arrastró a la situación actual, que unos pretenden presentar como estupenda: “Votando hemos llegado hasta aquí”, dicen, como si esto fuera una maravilla.

 

No pueden ocultar que para ellos sí lo es, porque usufructúan el poder sin solución de continuidad pasando de la IV a la V y están asegurados para cualquier otra República.

 

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