viernes, 24 de febrero de 2017

LA LISTA DE TRUMP

"La virtud hasta ahora inigualada de la democracia Americana..."

 
Por Luis Marin.
Es abismal la diferencia entre el inicio del período de Obama y el de Trump, aquél recibido con regocijo por los poderes mundiales al punto de que le adelantaron un premio Nobel de la Paz, no por lo que había hecho sino por lo que se supone que  podría hacer en el futuro; éste, con una rechifla universal que le anticipa un impeachment, algo sorprendente porque se supone que procede por actuaciones atinentes al cargo y para entonces todavía ni siquiera había tomado posesión; lo acusan de loco, amenazan con asesinarlo y hay quienes solicitan que sea depuesto por un golpe militar.
La virtud hasta ahora inigualada de la democracia americana es la transferencia pacífica del poder de un presidente a otro libremente electo. Obama dice que “le prometí al Presidente Trump que mi administración garantizaría una transición sin problemas”; pero ¿es eso lo que está ocurriendo?
 Todavía antes de que asumiera el cargo ya había violentas manifestaciones en las calles de varias ciudades, generosamente replicadas en los medios, contra un gobierno que ni siquiera había comenzado, sin señal de que vayan a detenerse sino de todo lo contrario. 

 Esto sí que es un gran cambio en la concepción de la democracia porque implica que las políticas de la Administración anterior no van a poder cambiarse por la siguiente, de signo contrario, porque eso terminaría con la paz de la República, ignorando así el voto de la mayoría, que antes era el estandarte de la democracia en América.
 El cambio lo marcó Obama al decir que la Constitución no es más que “un pedazo de papel”, que es la tesis de Ferdinand Lassalle, fundador y más influyente ideólogo de la socialdemocracia alemana, para quien “la esencia de la Constitución de un país es la suma de los factores reales de poder que rigen en ese país”.
 De manera que no tiene ningún valor inmanente, ni sagrado, sino que es la expresión del crudo balance de los poderes fácticos de una sociedad histórica concreta; bueno, eso no es lo que creían los “Padres Fundadores”, ni los Presidentes juran sobre una conjunción real de poder, sino sobre aquel venerable “pedazo de papel”.
 En Latinoamérica ya lo hemos vivido y observamos cómo se han establecido dictaduras perpetuas mediante el expediente de desestabilizar en la calle cualquier otro gobierno de modo que nadie pueda mantenerse en el poder sino el autócrata insurgente.
 Es el caso de Bolivia, Ecuador, Nicaragua; pero éstos son los últimos de la fila, nadie podía imaginar que esta táctica pudiera aplicarse a tan gran escala y en la primera potencia del mundo. Sin embargo, la izquierda ha comprobado que la temeridad rinde frutos inesperados en un mundo que premia la “post verdad” y donde la manipulación de las conciencias no parece tener límites.
 En verdad, ya lo hicieron cuando se lanzaron en una arriesgada campaña contra el establishment a favor del “Vietnam heroico”: todo el mundo se escandaliza por la conspiración de Nixon en Watergate; pero nadie repara en la conspiración contra Nixon que llevó a su derrocamiento, orquestada por el New York Times y el Washington Post. Algo semejante vimos en Venezuela con el derrocamiento de Carlos Andrés Pérez.
 De manera que es muy pertinente el aserto de Trump de devolverle el poder al pueblo, que ha desatado la furia de los poderes facticos, que pretenden aniquilarlo antes de que pueda hacer algo.
 Prometió revertir la apertura de Obama hacia el régimen comunista de Castro y ajustar cuentas con su filial en Venezuela, restableciendo el orden de lo principal a lo accesorio. Obama nunca dijo lo más importante: Que el Partido Comunista Cubano tiene que abandonar el poder como prerrequisito para cualquier transición en la isla.
 
Lo que está por verse es si Trump podrá llevar a cabo siquiera uno de los puntos de su lista de promesas: si manda el pueblo o el New York Times.

 

 

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