"...el autor frances comenzo a escribir cuentos, casi por necesidad..."
Por Inés Martin/ABCEl escritor francés Émile Zola, padre del naturalismo –
Como dijo el maestro Harold
Bloom (East Bronx, Nueva York, 1930), a Émile
Zola (1840-1902) hay que leerlo en conjunto. Por eso, desde la
editorial Páginas de Espuma han querido dar al lector
español la oportunidad de acercarse, por primera vez, a la narrativa breve
completa del autor francés, incluyendo los cuentos recogidos en libros y los
que se hallaban dispersos. La obra, una monumental edición de Mauro Armiño, responsable también de su traducción, es una
visión abrumadora del genio literario del gran hombre que redactó el «Yo
acuso».
«Se conoce mucho su papel como
novelista y en el famoso affaire
Dreyfus, pero mi objetivo era situar
al lector ante el hecho Zola-cuentos», ha explicado Armiño, durante la presentación a la prensa. Tres
son los registros que, a juicio del traductor, caracterizan al descono-cido Zola cuentista: los finales trágicos, el cuento amable y los relatos que se
confunden con crónicas («los menos interesantes»).
Lo cierto es que, partiendo del Romanticismo, el autor francés comenzó a escribir cuentos
casi por necesidad, en una época en la que lo único que abundaba era la
miseria. «Cuando llega a París, en mala situación económica porque había muerto el padre,
empieza a escribir para los periódicos, como cronista, y se da cuenta de lo que pasa en París, con sus
clases medias, la burguesía...». Los cuentos de entonces son los que nunca
llegó a recoger en libros (uno de ellos, «La señora Sourdis», es «excepcional»)
probablemente por falta de extensión. Sin embargo, no fueron aquellos sus
mejores relatos. Muy amigo de Iván
Turguénev (1818-1883), Zola comienza a publicar una pieza al mes en «El
mensajero de Europa».
Héroe
político por accidente.
Es entonces cuando nos
encontramos con el Zola «más reconocible» y el mejor cuentista. Allí escribió
«lo que quiso», y a cambio de un buen dinero, hasta 1880. Casi una década
después tuvo lugar el «caso
Dreyfus» que, según Armiño, «le sitúa, sin serlo, como
el gran paladín de la izquierda y le eleva a una categoría política a la que
él, personalmente, no responde demasiado». Sin embargo, su papel de héroe
político por accidente no alteró su capacidad literaria. «Se hizo el novelista
que ya era, le sirvió de mucho, porque a partir de ese momento fue una gloria
nacional. Al entierro de Zola fueron 50.000 personas, ríete
tú de la Diada de los catalanes», sentencia
con sorna Armiño.
Pero, teniendo en cuenta que en
el cuento no se cumplen exactamente las leyes
de la herencia, que tanto preocuparon, en principio, a Zola,
¿qué caracterizaría su narrativa breve? El editor y traductor lo tiene claro:
«La menudencia y el detalle y la parte periodística que hay en muchos de ellos.
Hay algún intento de psicoanalización de los personajes, de las conductas». No
es extraño que Armiño reconozca haberse «divertido bastante con Zola». Y si
quieren empezar con el mejor de todos estos «Cuentos completos», no lo duden, vayan a la página 441 y lean
«Por una noche de amor».
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